Vida en hipótesis

Reproducimos la crítica que Jaime Siles publicó en ABC Cultural, el 5 de marzo de 2011, del poemario «Las siete edades», de Louise Glück (Pre-Textos)

Libros de Louise Glück, esta mañana en la Academia Sueca AFP

JAIME SILES

No es exagerado afirmar que la escritura poética de Louise Glück es una de las más representativas de nuestro tiempo. Así lo expresé al reseñar su libro «Ararat», y éste de ahora no viene sino a confirmármelo. El primer poema -que es el que da título a todo el conjunto- no es onírico -como por su primer verso se podría suponer- sino empírico, porque lo que relata no es el sueño, que sólo es un estado, sino su propia experiencia de la realidad: su sensación -y también su emoción- de lo vivido.

De ahí el alto componente biográfico, que es la materia que lo constituye y que cada poema, desde instancias distintas, intenta analizar. Por eso no hay partes en el libro, que ha sido concebido como un todo, sino distintas instancias de discurso que corresponden a situaciones distintas cada vez. Su tesis es que nada puede comprenderse en abstracto y que cuanto sucede se manifiesta siempre en y como una concreción. «La profunda intimidad de la vida sensual» es su materia tanto como el yo en suspensión y la percepción de un tiempo continuo en el que sólo el objeto de deseo cambia.

Para Louise Glück la poesía es un modo de conocimiento más que un sistema de expresión. Por eso sus poemas no siguen un modelo, sino que su estructura es siempre diferente, como el motivo que los genera y el desarrollo que a lo largo de su proceso va a tener. Las anécdotas que le sirven de base funcionan como naturalezas muertas: lo que las sigue es lo que las precede, como uno de sus versos dice de la luz.

Hay aquí un horacianismo tenue, pero visible en su idea jurídica y poética de la restitución. Eso es para ella la poesía: aquello que devuelve la antigua unidad de lo perdido, pero que, al hacerlo, no reduce nuestro «cargamento de dolor». Sus poemas son, sobre todo, composiciones de lugar en las que se proyecta el sentimiento lírico del tiempo, que ella identifica con ese «hablar desde dentro» con que concluye «Reunión».

Como Plutarco, gusta de las vidas paralelas de amantes, amigos y hermanos, que combina con diversas estampas de la vida familiar, analizadas aquí con el método que se suele aplicar a los textos antiguos, «recreados / en el vernáculo de un período en particular». De ahí que uno de sus temas sea la discusión del significado de las palabras, aunque ella misma reconoce que «no se puede inventar / una nueva forma para / un viejo personaje». La dialéctica que lo rige es la de un tiempo rescatado que funciona «como un pulso / entre el cambio y la inmovilidad», al que no escapa su vida amorosa, convertida aquí en objeto de continua meditación.

«Las siete edades» recorre la vida de la autora, y lo hace desde una perspectiva en la que nada está a la altura de los sueños y en la que lo real ya no es la idea que de las cosas se tenía. Lo que no implica, sin embargo, que todo encuentre su lugar. Uno de los poemas clave es «Membrillo», en el que -después de descubrir, en «El vaso vacío», el error que Agamenón cometió en la playa- concluye que sólo nos queda «el tiempo como tema» y que hemos perdido «el pasado como referente». Por eso intenta rescatar imágenes de él que le permitan construir un relato.

Y eso es lo que, de hecho, este libro es: una galería de imágenes, superadoras del carácter parcial que tiene el fragmento y que se concatenan como vida en hipótesis. Sólo los poemas erótico-amorosos sobrepasan esa condición y convierten el dato en misterio.

Pero lo más válido del libro no es su singular indagación en la memoria, sino el trabajo en lo que su autora llama «el lenguaje de la fe», que le da acceso a «un reino y no a un acto de la imaginación». Louise Glück se sitúa entre la nostalgia y la expectativa y opta por la experimentación porque sabe que el presente está lleno de extraños. De ahí que esta vuelta suya no sea, en sentido estricto, un volver, ya que lo que recuerda de su infancia es su «deseo de estar en otra parte», que tampoco coincide con aquélla en la que ahora está. Adonde regresa no es a un tiempo dado sino a un deseo sentido. Y eso, deseo, es lo que hay aquí: un deseo capaz de aniquilar la realidad objetiva.

Como en los cuadros en que se indica el nombre del retratado y también su edad, este libro es un retrato interior, que sigue el paso de las estaciones y convierte lo recordado en percibido, y lo percibido en recordado, porque, en cierto modo, ninguna vida es vivida por completo y la memoria es su segunda oportunidad.

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