Todos los escritores que quisieron ser Peter Pan
«Antología para regresar a la infancia» recopila delicadas piezas literarias que transportan a la edad de la inocencia
«Somos las palabras gastadas de los niños que fuimos. En cierto modo, un adulto es el epitafio de un niño. Por eso, la literatura, que intenta volver a unir palabra y ser, memoria y materia, sentido y vida (…), dirige tan a menudo su mirada a ese espacio inmaduro y a la vez tan perfecto de nuestro ser». Josep L. Badal prologa así « Antología para regresar a la infancia » (Catedral), donde recopila piezas «delicadísimas» sobre niños escritas por autores como Clarice Lispector , Yasunari Kawabata, Miguel Torga, Isaac Bashevis Singer, William Irish, Amadou Hampâté Bá, Alfonso Castelao o Antón Chéjov .
Así, encontramos los impactantes Isaak Bábel («Historia de mi palomar», «El despertar») o Andréi Platónov («Semión», «Alterké»), con un estilo «brutal, expresionista», de acuerdo con el antólogo; las grandes historias corales de Svetlana Aleksiévich («Coro de niños») y Marcel Schwob («La cruzada de los niños») que son «un temblor de la tierra»; la poeticidad de Ana María Matute («El negrito de los ojos azules», «El tiovivo»), «o esa transcendencia que la escuela norteamericana sabe hallar en detalles cotidianos», según Badal, como en el caso de Sylvia Plath («Superman y el traje nuevo para la nieve de Paula Brown»).
Todos ellos regresaron años atrás para escribir cuentos en un viaje literario y también vital que resulta «inevitable», a juicio de Badal. Tres son los motivos por los que se trata de un trayecto «forzoso»: « Somos un montón de recuerdos y los más antiguos son los fundamentales, los que han dado marco y permiso al desarrollo de los demás», explica. Además, «la mirada del niño posee algo que todas las sabidurías del mundo han envidiado: limpieza, presente, inmediatez, cierta amoralidad y, por ende, también falta de prejuicios... Y sobre todo entusiasmo. No deberíamos perder nunca esa capacidad de sorpresa, de maravilla, de fulgor en el instante que posee el niño». Por último, « tenemos que volver a la infancia para recordar que la humanidad es frágil , vulnerable, necesitada, como un niño», puntualiza el escritor.
Si obligatorio es ese viaje, irremediables son, asimismo, los paralelismos entre la infancia de los autores y cómo escriben acerca de ella. «Y no solo en los cuentos autobiográficos, como el caso de Isaak Bábel , Bruno Schulz (“Las tiendas de color canela”) o Dylan Thomas (“Los melocotones”). Escribir sobre la infancia siempre tiene algo de autobiográfico. La visión, el punto de vista, el “tono” mayor o menor con que se escribe sobre la infancia nace en nuestra propia infancia. Quizá esto puede decirse de cualquier tema literario. Pero el solo hecho de hablar de la vida a través de la visión o las experiencias de un niño ya aporta un dato fundamental al tema», asevera el antólogo. Escribir la infancia es escribirse.
Todos los relatos han sido cuidadosamente seleccionados por Badal de acuerdo a un sentimiento común: la nostalgia, la que despertaron en el autor y también con la que fueron escritos. «¿Algunos, como los de Bábel, permanecerán siempre junto a mi corazón porque fueron los primeros que me mostraron mi propia infancia desde otro punto de vista. Recuerdo leerlos con veintipocos años en un estado de euforia, de epifanía; descubriendo mi vida, descubriendo el mundo, descubriendo la literatura. Otros, como los de Aleksiévich o Schwob poseen el poder de crear una atmósfera general de nostalgia y tristeza por la infancia en general, por el estado de inocencia de la humanidad. Otros (Katherine Mansfield, Carmen Martín Gaite, Gesualdo Bufalino, Ernest Martínez Ferrando...) iluminan un episodio, una sensación que casi todos conservamos, recuerdos comunes a cualquier infancia...», señala este escritor.
La pérdida del paraíso
La pérdida de la inocencia se ve también reflejada en muchos de ellos, por un motivo u otro: «La historia, terrible, en los autores rusos, en Schwob , causa principal de esa pérdida terrible. La fascinación, el complejo edípico, esa galaxia especial que es Schulz... Haber osado ir más allá, en Mercé Rodoreda (“Gallinas de Guinea”), Martínez Ferrando (“Máscaras pobres” y “La librería de viejo”), o incluso Thomas... La mayoría de los cuentos que hablan de la infancia y que tienen a un niño como protagonista o centro emotivo van a dar a esa pérdida. ¿Cómo hablar del paraíso sin recordar continuamente su pérdida?», reflexiona Badal. En efecto, la nostalgia es inevitable.
Vivir todavía en ese paraíso conlleva sentir placer, algo que queda muy bien reflejado en «Felicidad del niño castigado», de Gesualdo Bufalino por «esa capacidad de ser feliz en un exilio del mundo —apunta el autor—, porque el mundo se lo crea el niño con su capacidad de mirar mágicamente. O Roahl Dahl (“El gran complot del ratón” y “La venganza de la señora Pratchett”), aunque Dahl es un mundo aparte; no sé si traen más alegría sus personajes infantiles o el propio narrador»… Sin embargo, ese placer lleva aparejada la culpa. Con ella, algunos relatos «son hasta dolorosos: niños como los de Bábel, con un complejo infinito de incapacidad, de inadaptación, de diferencia, simplemente conmueven, duelen».