Soledad Puértolas: «Hoy se desprecia el espíritu de la Transición»

En su última novela, «Música de ópera», rastrea en su propio pasado para contar nuestra historia más reciente a través de tres generaciones de una misma familia

La escritora y académica Soledad Puértolas, fotografiada en la sede de la RAE, en Madrid GUILLERMO NAVARRO

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El escritor es, casi siempre, materia de las historias que cuenta. Muchas veces, sin pretenderlo. Otras, conscientemente. El caso es que la literatura es porosa, sobre todo cuando trata con el pasado, y más con el reciente. Por eso, Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) está en las páginas de «Música de ópera» (Anagrama), su última novela. Ella y todos los que sobrevivieron al devenir de este país nuestro, desde la Guerra Civil hasta finales de los 60. Años de silencios, de secretos, de ausencias, de huecos cubiertos, por fin, gracias a la escritura.

¿Puede un escritor sobrevivir al peso de su propia historia?

Al no ser una novela fidedigna con mi vida, me he sentido muy libre. Para mí, la literatura es un camino de libertad. Me he permitido poner unas emociones que también se han ido creando mientras escribía la novela.

Como creador, es muy difícil acercarse a la Guerra Civil sin caer en determinados tópicos.

Por eso era difícil para mí. Yo no quería contar una historia de la Guerra Civil, sino cómo se vivió en mi familia, cómo se ha filtrado en mis recuerdos. Sentí que tenía que contarla.

¿Para no olvidar?

Como escritora, es mi deber honesto y artístico: convertir en literatura mi formación. Mi novela se propone examinar mi legado y transmitirlo a los demás. Como diría Virginia Woolf, mi pepita de verdad es esta.

¿Cuándo se empezó a poder hablar de todo aquello?

Muy tarde. Con mis padres jamás pude hablar de esto. Precisamente, lo que me interesa es ese no saber. Se puede edificar una vida sobre el no saber.

La literatura es una herramienta buena para poner nombre al horror.

Sí, para dar constancia de esos vacíos. Ese es el poder de la literatura. Lo dice Cervantes muy bien, cuando pide que se le juzgue, no por lo que ha dicho, sino por lo que ha dejado de decir. El gran reto de la literatura es conseguir transmitir los silencios.

¿Qué diferencia hay entre la verdad literaria que encierra esta novela y la que hay en los libros de historia?

Bueno, debería de encajar, de alguna manera. Siempre hay libros de historia muy tendenciosos, la historia es manipulable.

Depende de quien la cuente.

Efectivamente, es casi imposible una historia objetiva, tiene que acotarse siempre, no se puede contar todo.

¿Sigue existiendo un abismo entre el mundo propio de los hombres y el de las mujeres o la distancia ha ido desapareciendo?

Es muy distinta esa distancia, porque es que era muy tajante. En la posguerra, el mundo de los hombres se desarrollaba fuera de casa y la vida doméstica recaía exclusivamente en los hombros femeninos. Esto ha cambiado muchísimo.

Usted tiene un libro muy hermoso, «Con mi madre», que escribió tras su muerte. ¿Somos conscientes de la importancia de la genealogía feminista que tenemos a nuestras espaldas?

Conscientes no, pero vivimos con eso.

Y gracias a eso.

Sí, sí. Vives ya con eso y lo asumes como normal, pero yo, al escribir esta novela, me he dado cuenta de la gran diferencia que había. La vida de las distintas generaciones de mujeres ha ido cambiando.

¿Ha compensado, después de tantos años, tanta renuncia, tanto sacrificio?

Yo creo que el baremo no hay que hacerlo con lo inmediato. Es tan evidente que las mujeres no pueden tener una vida sólo y exclusivamente doméstica, que tienen que abrirse a otras posibilidades, que no podía ser eso. Ahora, ¿que se ha llevado por delante excesivos esfuerzos? Pues sí, es así.

En la novela menciona a Josefa Amar, que en pleno siglo XVIII abogó por que la educación se hiciera extensiva a las mujeres. Una de tantas mujeres extraordinarias que han sido olvidadas por la historia y, sobre todo, por quienes han contado la historia.

Es tremendo. Es que, para ser honesta, la historia tiene que decir que hay muchos huecos. Cuando una historia se presenta como verdad es manipuladora. Todas las historias de estas mujeres, tan luchadoras, no las conocemos.

Pero eso es muy triste.

No, es injusto, terriblemente injusto, más que triste. Es que no puede ser, pero es lo que es. Por eso las mujeres estamos haciendo cosas, porque tenemos todo el derecho de hacerlo y de dar nuestro punto de vista, no el que quieren que demos, sino el personal. Yo creo en la independencia del juicio y creo que si los hombres hacen lo que quieren al escribir, las mujeres también.

Precisamente, en la institución en la que hoy estamos hablando, de la que usted forma parte, no hubo ninguna mujer hasta 1978.

Exactamente, fíjese el retraso que llevamos.

Las cosas en este palacio van muy despacio.

Muy despacio, muy despacio. Además, en el origen de esta institución no había mujeres.

A finales del siglo XIX les negaban la entrada por la baja que implicaba el embarazo y la lactancia.

Pues fíjese qué gracia, no le digo los hombres cuando viajan, aquí, en la Academia, con los hombres importantes que hay y se ponen a viajar…

Es que estamos hablando de ocho académicas frente a 46 académicos.

Y, por fortuna, en los últimos años esta proporción ha ido reduciéndose. Pero es que es el personal, la Academia es lo que son los académicos, y ya se arrastra esto.

Lo que está claro es que el 8-M del año pasado supuso un antes y un después desde el punto de vista de la reivindicación feminista en España.

Sí, es verdad. Salió muchísima gente a la calle y verdaderamente tenía una parte emocionante, había una conciencia. A mí las manifestaciones callejeras me asustan, las multitudes me causan una claustrofobia terrible. Yo creo que deberíamos ser valientes cada una. Muchas veces nos refugiamos en la consigna de la masa, y a mí los colectivos siempre me han dado un poco de terror. Hay que combinar eso con una mayor independencia de criterio, por encima de todo. No dejarnos presionar por consignas. Aunque las consignas parezcan buenas, son consignas. En cuanto veo una consigna, me echo a temblar. Yo tiendo a ser muy desconfiada con lo colectivo. Odio el sectarismo, lo odio.

Lo increíble es que se haya roto el consenso político en algo tan delicado como la violencia de género.

No cabe en cabeza. Es lo que no se entiende. Los políticos, entonces, no son políticos, sino que son unos negociadores internos de sus partidos. La política consistiría, yo creo, en establecer unas directrices de común acuerdo unos con otros, unos consensos. Tendríamos que replantear un nuevo consenso sobre una serie de puntos, pero...

A ver quién...

Hay que buscar el menos dañino, como dice Félix de Azúa .

¿Qué le ha parecido el debate surgido a cuenta del informe sobre el lenguaje inclusivo en la Constitución pedido a la RAE por el Gobierno?

Me parece que está bien que se hable de eso, si hay un grupo de personas, sean o no políticas, que reclaman que se le de una visibilidad a la mujer, pues es una cosa a tener en cuenta y a estudiar. ¿Por qué no? Me parece bien que la gente se interese por que el lenguaje exprese correctamente la situación social. Otra cosa es que, a veces, las normas te obliguen. Siempre es muy discutible. No estamos hablando de ciencia pura, el lenguaje es una cosa que se va haciendo, cada caso habría que estudiarlo. Aún no he visto el informe, a ver qué dictamen han hecho los lingüistas; aunque una cosa es el criterio de los lingüistas y lexicógrafos y otra el de los demás componentes, que no tenemos criterios tan estrictamente gramaticales de formación, sino que algunos tendremos una visión social más amplia, otros más estrecha… A mí me parece un debate interesante.

O sea que no le parece mal que se haya hecho el informe.

No, no me parece mal.

Es que algún académico incluso llegó a amenazar con abandonar la RAE…

Ya, ya, ya, a mí no me parece mal que el Gobierno se dirija a la Academia. Pero hubiera tenido más lógica que se hubiera reunido con la Academia, que hubiera habido más preámbulos. Yo es que la vida sin preámbulos no la entiendo. A la vida hay que ponerle preámbulos. Como estamos muy abruptos, pues de repente dicen: ay, que hay que hacer un informe. Yo hubiera planteado un preámbulo, la verdad (ríe).

El problema, quizás, es que, en los últimos meses, el ruido, político fundamentalmente, es tal que cuesta mucho trabajo escuchar al otro, y también hacerse oír.

Hacerse oír, desde luego, sí, sí, sí. Yo ya renuncio, por eso escribo novelas, y el que quiera que me lea. Porque parece que hay que tener las ideas muy claras y muy tajantes, cuando la sociedad no es así. No les interesa lo que tú les puedas decir, es otro terreno. El terreno de la complicación, de los matices, hoy no interesan nada.

Todo es blanco o negro.

Todo. Entonces, pues que no me oigan, porque yo así no voy a hablar.

¿Cree que seremos capaces de sobreponernos a ese ruido, de superar la confrontación y volver a elevar el nivel del debate intelectual sin necesidad de recurrir al insulto?

Lo veo difícil, porque parece que se ha instalado mucho el insulto, y no solamente el insulto, sino lo tajante. En una democracia no debería ser tan urgente este continuo tomar partido por todo.

Es que parece que los intelectuales estuvieran un poco arrinconados por la política.

Sí, ahí está, exactamente. Las propias voces que se escuchan también son muy tajantes y están muy enfocadas. Tengo esa impresión, con lo cual, no me interesa mucho cómo están las cosas en este momento.

Yo reivindico la capacidad aglutinadora y transformadora que siempre ha tenido la literatura.

Sí, yo también, pero si no lee la gente, ¿qué hacemos?

Seguir escribiendo.

Seguir escribiendo, esto es lo que puedo hacer (reímos). Yo, humildemente, aporto mi punto de vista sobre un asunto muy conflictivo en España, y muy de blancos y negros.

Fíjese la polémica surgida a raíz de la exhumación de Franco.

Y eso es un tema pequeño, porque podríamos llegar a un acuerdo. Al fin y al cabo es un muerto, yo qué sé…

Faltan preámbulos (reímos).

Faltan preámbulos.

Iba a decirle que estos no son buenos tiempos para la lírica, pero cuándo lo han sido…

Es verdad. No hay que ser negativo en eso. Ningún momento ha sido bueno. Siempre ha habido guerras, conflictos, violencia. Es una desgracia, pero el ser humano es así.

Pero esta España nuestra está muy polarizada ahora.

Muy polarizada, pero quizás lo ha estado siempre, en el fondo. Hubo un esfuerzo por que no se polarizara con la Transición, los padres de la Constitución fueron personajes estupendos que cedieron, pero hoy día ese espíritu casi se desprecia.

¿Están los artistas exentos de todo compromiso, para ellos sólo debe contar el arte?

No, no, no, es imposible. Lo que pasa es que el arte te ayuda, a veces es un salvoconducto, y todos tenemos derecho a agarrarnos a nuestro salvoconducto. Nadie está por encima de la vida.

Por cierto, me encanta el título, porque creo en el poder de la música, todo se eleva con la música.

¿Verdad? Que no pare la música, como en el Titanic, eso es maravilloso. La música es el símbolo de lo que nos eleva, como bien dice. También nos eleva la literatura, pero en la música es tan claro… La música, la música, sí, cómo nos une a todos…

Pues, quizás, convendría que volviéramos a la música.

Sí, quizás, lo que pasa es que ya sabe que la música es muy emocional y puede incitar a sentimientos colectivos muy peligrosos, todo himno… Hay que tener cuidado con la música, porque es demasiado emocional.

Pero, ¿y con qué no hay que tener cuidado?

Pues yo creo que lo que hay que reivindicar, como sea, es la importancia de la persona, del individuo, la aportación de cada uno. Desgranar, un poco, todo el conglomerado social y rescatar a las personas. Yo creo que la literatura va más por ahí.

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