Tom Sharpe, Wilt y el legado del humor británico más salvaje
Anagrama reúne en un único volumen las cinco novelas protagonizadas por el tragicómico y calamitoso Henry Wilt
Wilt no se aclara, no, pero ni falta que le hace. Ahí está (o estaba, si hablamos con propiedad) Tom Sharpe (Londres, 1928-Llafranc, 2013) para manejar sus hilos, brindarle una brújula casi siempre averiada y, llegado el momento oportuno, el mismo que acostumbraba a repetirse cada pocos pasos, deslizar disimuladamente el pie para hacerle la trabanqueta. «Wilt me gusta porque es alguien que hace ya algunos años que renunció a la visión romántica de la vida, que ha aprendido que hay que sobrevivir haciendo cosas que a menudo no nos gustan», dejó dicho el propio Sharpe, muy seguramente mientras apuraba un whisky y ahumaba a su interlocutor con su pipa, para definir en unos pocos rasgos al más célebre de sus personajes y al gran antihéroe de la literatura inglesa.
«Si su admirado Evelyn Waugh decía que escribía con florete, él decía que lo hacía con un hacha», añadiría a su vez el editor Jorge Herralde para encuadrar a ese autor al que echó el lazo en 1983 y que, igual que el John Kennedy Toole de «La conjura de los necios», se convirtió en un chispeante long seller y en un clásico de largo recorrido . Un plusmarquista del humor británico con el hacha siempre entre los dientes del que Anagrama, sello que lo dio a conocer en España hace casi cuatro décadas, publica una descacharrante antología de inequívoco nombre.
Risas al por mayor
Porque « Todo Wilt», con su millar largo de páginas y su apariencia de ladrillo quiebramuñecas, recoge en un único volumen las cinco novelas protagonizadas por el atribulado y pazguato Henry Wilt, un tipo al que todo le sale del revés y que Sharpe gusta de arrastrar entre charcos cada vez más profundos. Una buena manera de recordar al autor británico ahora que la Cátedra Tom Sharpe de la Universidad de Gerona empieza a cobrar forma y, sobre todo, ahora que andamos más necesitados que nunca de una buena inyección de humor desopilante y risas a granel. Es ahí, en la liga del humor salvaje y la sátira feroz, donde a Sharpe no hay quién le tosa.
Lo explica a la perfección en «Por orden alfabético» el propio Herralde, quien, a la hora de leer el manuscrito de «Wilt no se aclara» y ante los constantes ataques de risa que interrumpían la lectura, recordó cómo su madre devoró de un tirón la primera entrega de la serie entre gran despliegue de carcajadas. « Si me han oído los vecinos pensarán que me he vuelto loca», le confesó su madre, «ya septuagenaria larga», al editor.
Y es que, creado en 1976 a partir de sus propias experiencias como en el Cambridge College of Arts and Technology, Henry Wilt, profesor de literatura en un escuela politécnica y calamidad a jornada completa, es uno de los grandes hallazgos de la literatura británica y uno de los artefactos más efectivos del humor inglés.
Wilt, asegura Sharpe, «no es un héroe ni un antihéroe, es tan sólo alguien que trata de salir airoso de una situación espantosa», definición que le sigue los pasos como una sombra atada a los tobillos (o como el infatigable inspector Flint, archienemigo de nuestro zopenco favorito) en el imperfecto y muy chapucero crimen, muñeca hinchable mediante, de «Wilt»; en la disparatada trama de terrorismo internacional de «Las tribulaciones de Wilt»; en las apreturas económicas e incursiones eroticofestivas de «¡Ánimo, Wilt»; en las pesadillescas vacaciones de «Wilt no se aclara»; y, claro, en «La herencia de Wilt», con ese trabajo de verano que dará pie a todo tipo de sainetes.
Carniceros y yeseros
Un personaje que, en fin, hoy en día lo hubiese tenido francamente complicado para sortear el peaje de lo políticamente correcto -que se pase buena parte de las novelas fantaseando con asesinar a su esposa, Eva, renegando de sus «repulsivas cuatrillizas» y maldiciendo la burricie de los aprendices de yeseros y carniceros a los que da clases tampoco ayuda- pero que ha llegado hasta nuestros días convertido en inmejorable espejo deformante de la sociedad británica. Un festín de líos, equívocos y atropellos que suele acabar con las partes pudendas de Wilt encajadas en algún lugar en el que no deberían estar y con el que Sharpe, crítico inmisericorde, atiza con saña la arrogancia y mojigatería de sus compatriotas.
«Soy un realista que utiliza el humor negro» , le gustaba decir al también autor de «El bastardo recalcitrante», especializado en retratar las múltiples disfunciones de un sistema educativo que, en su caso, contaba como un condena. «El sistema falla porque hay una crisis de autoridad. Yo tengo una mirada fría y despiadada, de gran utilidad para aterrorizar a esos cabroncetes», ironizaba en «Yo soy Wilt» , libro de conversaciones con el periodista Llàtzer Moix. «Mis libros son farsas. A veces contienen mucha muerte y mucho dolor. En esto parecen cómics en prosa», concluía Sharpe para tratar de resumir el disparate elevado a la enésima potencia, ese caricaturismo hilarante y feroz, que pinchó en el cine (la adaptación de Michael Tuchner bordeó el espanto), pasó con nota por el teatro y sigue siendo infalible en su original impreso.