Sergi Doria: «La Barcelona de los años setenta fue fundamentalmente libertaria»

El escritor y colaborador de ABC cierra con 'Antes de que nos olviden' su trilogía barcelonesa

Sergi Doria, fotografiado en Barcelona Inés Baucells

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Siguiendo una vez más los pasos del periodista Alejandro Promio y cambiando las checas psicotécnicas de las calles Vallmajor y Zaragoza por el espíritu libertario de la Barcelona de mediados de los setenta, el periodista Sergi Doria (Barcelona, 1960) culmina con 'Antes de que nos olviden' su trilogía sobre el «desasosiego de la identidad» anudada a «momentos cruciales» del país. Así, si 'No digas que me conoces' transitaba por los años del pistolerismo y la Dictadura de Primo de Rivera y 'La verdad no termina nunca' ahondaba en las sombras de la posguerra, 'Antes de que nos olviden' (Destino) se acomoda en los primeros años de la Transición, justo cuando la democracia empezaba a gatear, para retratar el auge (y caída) de la Barcelona libérrima y libertaria. «Es el retrato de esa ciudad abierta que tanto se invoca, donde conviven la música progresiva, las manifestaciones políticas, las canciones de Sisa y la Nova Cançó, y el erotismo 'soft' de las películas de bajo presupuesto», explica el también colaborador de ABC.

En el tocadiscos, Lou Reed y Roxy Music. En la gramola, Al Stewart y su 'Year Of The Cat'. Y en los cines, el erotismo de andar por casa de Ignacio Iquino, responsable de títulos como 'Aborto criminal', 'Los violadores del amanecer' y 'La caliente niña Julieta' y empleador accidental de Alfredo Burman, a quien ya conocimos en 'La verdad no termina nunca' y reencontramos aquí bordeando los cuarenta y convertido en protagonista de su propia novela de iniciación . «Todo lo que se descubre por primera vez es algo parecido al enamoramiento», apunta Doria.

«El nacionalismo no pudo nunca con Barcelona hasta que ha podido por deserción de quienes debían defenderla»

Sergi Doria

Escritor

Y para Burman, que se ha pasado media vida pegado a las faldas de su madre y la otra media tratando de asimilar que su padre fue en realidad un siniestro torturador, todo en aquella Barcelona es nuevo y deslumbrante. «La Barcelona de los años setenta era fundamentalmente libertaria. No había aún caído en las garras del nacionalismo, eso empezó en los ochenta, con la victoria de Pujol. Maragall preservó un poco el espíritu barcelonés hasta los Juegos, pero finalmente cayó. El nacionalismo no pudo nunca con Barcelona hasta que ha podido por deserción de quienes debían defenderla», relata.

En la novela, Burman tira del hilo de Promio hasta llegar al atentado del buque Express en 1875 y alterna las visitas a la redacción de 'Reporter', trasunto nada velado de 'Interviú', con tardes de revista en el Molino y noches de juerga en Les Enfants Terribles. «Como periodista tenía mucho material documental para urdir las dos primeras novelas con cierta dignidad. Esta última ya bebe de episodios, a veces un poco transformados, de mi propia vida», aclara Doria al tiempo que matiza que, pese a lo que pueda parecer, 'Antes de que nos olviden' no es una novela histórica.

«Para mí la historia se cerrará cuando todos mis personajes mueran en paz. Porque quiero que se mueran en paz, que puedan tener una legibilidad de lo que ha sido su vida», añade. Y es que, aclara el también autor de 'Ignacio Agustí. El árbol y la ceniza', si algo conecta a los protagonistas de la trilogía es que todos «buscan sus orígenes». «Toda su vida consiste en preguntarse cómo han llegado hasta ahí. Y eso es algo que está por encima de las naciones y los inventos de la geoestrategia», abunda.

Antes de descubrirlo, nuestro Alfredo Burman se las tendrá que ver con siniestras sectas que certifican «la corrupción del movimiento hippie», cameos de Jordi Pujol o Jesús Montcada, y noches en vela junto a periodistas y fotógrafos que, como ese Sampons de anagrámico nombre, le permiten homenajear a aquel periodismo que, ya fuera desde la redacción de 'Interviú o la barra de Bocaccio, empezó a romper tabús.

Será que, al final, todos los caminos para Doria acaban llevando al periodismo. «Al principio me costó mucho esquivar al periodista, ya que el periodismo obliga a que todo sea exacto y la novela es todo lo contrario: tienes una libertad que a veces el periodista no sabe qué hacer con ella -reconoce-. Creo que con esta trilogía he aprendido a ser novelista, aunque la realidad siga siendo difícil mejorar»,

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