Secretos, mentiras e imposturas en la Barcelona de posguerra

Pilar Romera novela en «Los impostores» las vidas de los vencidos que se quedaron en la ciudad después de la Guerra Civil

Pilar Romera, fotografiada en la librería Laie de Barcelona Pep Dalmau

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La historia, ya se sabe, la escriben los ganadores, por lo que a los demás no les queda otra que poner pies en polvorosa o agachar la cabeza. Agachar la cabeza y tragar. Lo sabe bien Dora, una mujer «trágica pero libre» que se descubre de pronto con la nariz pegada a una máquina de escribir en el Gobierno Civil y fichando en la iglesia con su mantilla, ella que siempre había sido atea convencida. Y lo saben también Bonaventura, exprofesor de botánica devenido en eficiente bedel de la Universidad de Barcelona, y Miquel, miliciano comunista que malvive clandestinamente en la Barcelona de 1949.

Ellos son «Los impostores» a los que Pilar Romera (Riba-roja d’Ebre, 1968) dedica su cuarta novela; aquellos que se quedaron y a los que, ya saben, no les quedó más remedio que tragar. «Hay muchos libros de la posguerra y mucho mito del exilio y del héroe antifascista, pero yo quería explicar la historia de aquella gente que, sin ser extremadamente política, tuvo que vivir en un sociedad con olor a naftalina y a rancio», explica la autora sobre una novela que, publicada en catalán el pasado mes de septiembre en Columna, aparece ahora en castellano de la mano de Destino.

Completa esta galería de ilustres farsantes el comisario Fuentes, guardia de asalto de la Segunda República al servicio ahora de la temible Brigada Político-Social. «No se engañan por gusto. La primera impostura es con ellos mismos», destaca Romera mientras recoge el guante que le lanzó el también escritor (y sin embargo amigo) Carlos Zanón al decir que, en realidad, «Los impostores» no es otra cosa que una historia de cobardes. «Es verdad. Son cobardes que esperan que los salven, pero que no salvan a nadie. Hacen lo que pueden», sostiene.

Identidades y atentados

Nada mejor, pues, que una trama salpicada de robos de identidad, intentos de atentado y conjuras en los bajos fondos para soportar el peso de una novela construida «a base de triángulos» y en la que los personajes son lo más poliédricos posible. Nada de buenos y malos perfectamente definidos. «Prefiero la ambigüedad. En la vida hay gente buena y mala, sí, pero la mayoría nos movemos en un marasmo de grises», apunta.

Gris es también el color con el que identifica las páginas de una obra que, sin ser novela negra, se sirve de un atentado fallido contra Franco orquestado por el anarquista Domènec Ibars para bordear el thriller y coquetear con el género. «Sé que lo que yo hago no es estrictamente novela negra, pero sí que es verdad que todos los personajes se relacionan con violencia. Violencia verbal, psicológica y a veces física. La trama se vertebra a través de esa violencia, aunque no necesariamente ha de morir alguien», relata.

Tampoco el año, ese 1949 que Romera únicamente abandona para viajar al campo de refugiados de Argelès-sur-Mer a finales de 1939, es fruto de la casualidad. «Han pasado ya diez años desde que acabó la guerra y parte de quienes apoyaron el alzamiento, entre ellos miembros de la burguesía catalana, empiezan a darse cuenta de que no será algo corto, como la dictadura de Primo de Rivera. Al contrario: será una dictadura larga y, valga la redundancia, dura», explica. También ahí, cabe añadir, anidaban no pocos impostores.

Memoria y escritura

A vueltas con la memoria y las heridas abiertas del pasado, desvela la autora de «Li deien Lola» que antes de embarcarse en la escritura de «Los impostores» más de un editor le recomendó que aparcase la idea de escribir sobre la posguerra y se centrase en temas más amables y provechosos. «Me decían que lo que tenía que hacer una novela intimista sobre una mujer de mi edad con problemas, un poco en la línea de la autoficción…», recuerda.

La actualidad, sin embargo, no ha hecho más que convencerla de lo pertinente de seguir revisitando los años más convulsos de España del siglo XX. «A la gente de nuestra generación ya no nos la cuelan, pero a la generación de mi hija, que tiene 18 años, les sale Javier Ortega Smith de Vox diciendo que las Trece Rosas violaban y mataban, e igual cuela. O sale una ministra socialista diciendo que la división Leclerc entró a liberar París enviada por el Gobierno de España, cuando en esos momentos el Gobierno a quien enviaba era a la DivisiónAzul, y quizá también cuela. Así que sí, es necesario escribir sobre la guerra y la posguerra para que la gente no olvide. A la vista está que la historia es cíclica y que no aprendemos», zanja.

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