Retrato de una generación de autores entre la Transición y la crisis

El proyecto «10 de 30», puesto en marcha por AECID, ha seleccionado a una decena de escritores para su promoción fuera de España

Los diez autores elegidos ABC
Bruno Pardo Porto

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Nacieron en democracia y crecieron en una realidad boyante donde el progreso se daba por sentado y la cultura se volvía cada vez más global y accesible. Entonces, estalló la crisis y aprendieron lo que era la decepción. Andaban bailando en la veintena, publicando sus primeras obras. Hoy están en la siguiente década y siguen escribiendo. No son novatos, pero tampoco veteranos: van camino de serlo. Viven ese extraño tiempo de asentamiento en el que, habiendo dejado de ser noveles, todavía tienen que remar fuerte para abrirse hueco en el universo literario. ¿Pero quiénes son? ¿Cuáles son sus influencias? ¿Qué han venido a aportar a las letras españolas?

De eso va, precisamente, «10 de 30», un proyecto puesto en marcha por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) para dar a conocer en el extranjero a una decena de escritores españoles nacidos entre 1978 y 1987; es decir, todos menores de cuarenta y pendientes de estrenarse más allá de nuestras fronteras, pues en el momento de ser seleccionados ninguno contaba con obra traducida. Nombres que darán que hablar, y puede que en breve. Son Marina Perezagua, Almudena Sánchez, Pablo Herrán, Natàlia Cerezo, Alejandro Morellón, Cristina Morales, Inma López Silva, Miguel Barrero, Aroa Moreno e Inés Martín Rodrigo, periodista de ABC . Además de la publicación de una antología bilingüe (en español e inglés), «10 de 30» les llevará en peregrinación por los centros que la AECID tiene en Hispanoamérica, con estancias durante las que tomarán contacto con las realidades literarias de las distintas ciudades (de Lima a Buenos Aires, pasando por La Habana o Tegucigalpa) y promocionarán su obra.

Cambios

Son autores que viven en la treintena, una etapa, como todas, de cambios, en la que la juventud se va alejando, aunque no del todo, y en la que los sueños toman el camino de lo posible o mueren en la imaginación. Es la edad en la que Gabriel García Márquez publicó «Cien años de soledad» y Mario Vargas Llosa «Conversación en la catedral». Aunque el «boom» queda ya muy lejos y la madurez literaria parece no tener que ver mucho con las velas que soplamos...

Con todas sus diferencias, el coro de sus voces funciona como el retrato de una generación curiosa, como el testigo de un mundo que, de tanto dar vueltas, anda algo mareado. También en lo cultural. Apenas podemos dibujar intuiciones sobre sus rasgos porque, como dice Miguel Barrero, están escribiendo ahora (en «etapa de transición») y nos falta una «visión general» de lo que se está haciendo: son los límites del presente. Aún así, hay ciertos elementos que, de alguna forma, han marcado sus trayectorias . Inma López Silva lo describe así: «Somos la primera generación en un siglo que no ha vivido una guerra ni una dictadura, y eso, creo, se nota en nuestra manera de observar nuestra identidad y en la forma en la que tratamos la memoria». Y añade: «Tenemos que escribir sobre esta especie de decepción que se nos ha echado encima con la peor crisis económica de los últimos tiempos, la que nos ha roto los sueños y las expectativas».

Su aportación

No todos coinciden en lo anterior. Algo más claro lo tienen cuando se les pregunta por lo que viene a aportar su generación a las letras españolas. «Espero que lo mismo que las anteriores y las que vendrán detrás: buenas historias con las que convencer a los lectores de que merece la pena seguir leyendo», responde Inés Martín Rodrigo. Lo mismo, pero expresado de otra forma, es lo que piensa Pablo Herrán. «Aportamos lo mismo que cualquier artista joven puede aportar en las otras disciplinas: no permitir que el arte caduque o quede obsoleto, seguir renovándolo constantemente y mantenerlo contemporáneo a los tiempos que vivimos», asevera. Y, por llevárnoslo al olfato, el resumen de Almudena Sánchez: «Traemos frescura. Se necesita aire fresco y un perfume nuevo. Lo que menos me gusta de la literatura española (que me encanta) es su anclaje. Nos anclamos en temas, en estilos y en repeticiones».

Esa frescura , claro, viene de sus referentes, que son variados, están agitados y hacen caso omiso a los cánones , un concepto que ya se ha quedado atrás, al menos en lo que a gustos se refiere. «Somos hijas del pop y del rock de los ochenta y de los noventa, por tanto, de un concepto de cultura mucho menos libresco y un concepto de arte ecléctico en el que son muchas las cosas que nos inspiran», resume López Silva. «Nuestra generación tiene la ventaja de estar abierta a un gran abanico de referentes que nos llegan con facilidad», apostilla Herrán.

Pero en esto de los paladares es difícil concretar, pues cada uno tiene el suyo y prefiere unos nombres para configurar su podio inspiracional. Eso sí, se nota el crecimiento del peso de las mujeres aquí. Virginia Woolf, Clarice Linspector o Alice Munro son ya clásicos para esta generación. «Esa presencia femenina se debe a que tal vez mi generación sea la primera que ha sido verdaderamente consciente de la postergación que las mujeres han padecido muchas veces en eso que damos en llamar el canon», sostiene Barrero. «Los referentes han cambiado en el sentido del género, sí (y ya era hora). No sé al resto de mi generación, pero a mí “descubrir” esas voces me abrió todo un mundo», apunta Natàlia Cerezo.

El muro del idioma

Aunque todos han visto cómo el mundo se iba globalizando más, todavía sufren el muro del idioma. «En esto de la literatura, abrir puertas siempre es difícil, pero aún más cuando se trata de hacerlo allende nuestras fronteras. Y, tristemente, en el mercado anglosajón la presencia de la narrativa española es meramente testimonial, salvo honrosas excepciones de sobra conocidas», lamenta Martín Rodrigo. He aquí la paradoja: el mundo es pequeño, sí, pero solo en una dirección. ¿El problema? Para Sánchez reside en nosotros mismos, que quizás no sabemos mirarnos el ombligo literario con el suficiente detenimiento: «Tenemos una proyección casi inexistente. Pero es que ni los mismos escritores españoles leemos a otros escritores españoles. Y me incluyo. Leo literatura traducida y literatura latinoamericana porque las mesas de las librerías están llenas de novedades buenísimas. Nos interesa lo de más allá y no lo que hacemos aquí. Tendríamos que hacernos una pregunta clave: ¿por qué no nos damos más importancia?».

Más allá de esa cuestión, el proyecto «10 de 30» viene a intentar solucionar ese contratiempo. El libro, según explica Miguel Albero, director de relaciones culturales de AECID, ya está moviéndose por medio mundo través de los consejeros culturales de la entidad y, además, pronto hará lo mismo por medio de la red de centros del Instituto Cervantes. Esta es la primera edición, pero el plan es que se convierta en un trabajo de varios años . Siempre con el objetivo de abrir nuevas puertas para estas voces que no son nuevas, pero sí novedosas, que es de lo que se trata, al fin y al cabo.

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