Dos poemas inéditos de Francisco Brines: «Donde muere la muerte» y «El testigo»

Reproducimos los versos que forman parte del último libro del premio Cervantes 2020, y otros cuatro poemas que representan la esencia de su voz poética

Muere el poeta de la vida

Luis García Montero: Brines o la celebración del instante

El poema inédito, manuscrito, de Francisco Brines «Donde muere la muerte» «Cuadernos Aispi»

ABC

«Donde muere la muerte»

Donde muere la muerte,

porque en la vida tiene tan sólo su existencia.

En ese punto oscuro de la nada

que nace en el cerebro,

cuando se acaba el aire que acariciaba el labio,

ahora que la ceniza, como un cielo llagado,

penetra en las costillas con silencio y dolor,

y un pañuelo mojado por las lágrimas se agita

hacia lo negro.

Beso tu carne aún tibia.

Fuera del hospital, como si fuera yo, recogido

en tus brazos,

un niño de pañales mira caer la luz,

sonríe, grita, y ya le hechiza el mundo,

que habrá de abandonarle.

Madre, devuélveme mi beso.

[Publicado por primera vez en la revista «Cuadernos Aispi», publicación semestral de la Associazione Ispanisti Italiani]

[Francisco Brines, premio Cervantes 2020]

«El testigo»

La luz,

Aun no la sombra.

Y vivo en la penumbra oscurecida

(La luz es cálida,

cuando roza, besa.)

Es todo mi deseo; saberse ser,

aun existente.

Antes que todo sea

como antes de ser.

Nuestra esencia es ceguera,

y aquello que lo niega es un misterio

sin significacion.

¿Quién pone en nuestra mente

la incognita de Dios?

Él es Amigo y Enemigo.

Es el nombre otorgado a la ignorancia. Su aletazo nos borra

Nada he sido.

Mi testigo, lector, pongo en tus manos.

«La última costa»

Había una barcaza, con personajes torvos,

en la orilla dispuesta. La noche de la tierra,

sepultada.

Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,

en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,

un gentío enlutado.

Enfrente, aquella bruma

cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.

Y una barca esperando, y otras varadas.

Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.

Un aire inmóvil, con flecos de humedad,

flotaba en el lugar.

Todo estaba dispuesto.

La niebla, aún más cerrada,

exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.

Dispusimos los remos desgastados

y como esclavos, mudos,

empujamos aquellas aguas negras.

Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco

en el viaje aquel de todos a la niebla.

«El otoño de las rosas»

Vives ya en la estación del tiempo rezagado:

lo has llamado el otoño de las rosas.

Aspíralas y enciéndete. Y escucha

cuando el cielo se apague, el silencio del mundo.

«Epitafio romano»

«No fui nada, y ahora nada soy.

Pero tú, que aún existes, bebe, goza

de la vida..., y luego ven.»

Eres un buen amigo.

Ya sé que hablas en serio, porque la amable piedra

la dictaste con vida: no es tuyo el privilegio,

ni de nadie,

poder decir si es bueno o malo

llegar ahí.

Quien lea, debe saber que el tuyo

también es mi epitafio. Valgan tópicas frases

por tópicas cenizas.

«Alocución pagana»

¿Es que, acaso, estimáis que por creer

en la inmortalidad,

os tendrá que ser dada?

Es obra de la fe, del egoísmo

o la desolación.

Y si existe, no importa no haber creído en ella:

respuestas ignorantes son todas las humanas

si a la muerte interroga.

Seguid con vuestros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses,

o grandes monumentos funerarios,

las cálidas plegarias, vuestra esperanza ciega.

O aceptad el vacío que vendrá,

en donde ni siquiera soplará un viento estéril.

Lo que habrá de venir será de todos,

pues no hay merecimiento en el nacer

y nada justifica nuestra muerte.

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