El perfil gótico de la ciudad de los prodigios

El autor barcelonés Toni Hill cambia de registro y viaja a la Barcelona de 1916 con «Los ángeles de hielo»

Toni Hill LAURA MUÑOZ

DAVID MORÁN

Cuando Toni Hill (Barcelona, 1966) se despidió del inspector Héctor Salgado con «Los amantes de Hiroshima», última entrega de la exitosa trilogía que le abrió las puertas de la división de honor del thriller barcelonés, no lo hizo para cambiar de protagonista y seguir patrullando la ciudad desde una óptica contemporánea. Nada de eso.

Con el inspector de los Mossos d’Esquadra suspendido de empleo y sueldo de manera indefinida, Hill ha aprovechado para escaparse hasta los albores del siglo XX y fundir lo gótico y lo negro en «Los ángeles de hielo» (Grijalbo), una novela que se mira en los fantasmas de Henry James, en la «Jane Eyre» de Charlotte Brontë y en «La ciudad de los prodigios» de Mendoza y en la que los querubines del título no son los únicos que se quedarán congelados.

«Me apetecía probar el “novelón” gótico; la novela del siglo XIX tiene como ese aura de novela total en la que cabe todo y se explica absolutamente todo», apunta Hill, quien se planta en la Barcelona de 1916 siguiendo los pasos de Frederic (o Friedrich, según el caso) Mayol, un joven psiquiatra que, tras resultar herido en el frente durante la Primera Guerra Mundial, abandona Viena y se instala en la capital catalana buscando un un poco de calma en su nuevo trabajo en un sanatorio de Sant Pol de Mar.

Ambigüedad y represión

La calma, como es lógico, durará poco, y Mayol se verá embarcado en una intriga en la que mucho tiene que ver el pasado del sanatorio como internado femenino. Dos escenarios, el del internado y el sanatorio, habituales en la novela gótica que Hill se apropia para explorar «la ambigüedad y la represión» mientras lanza cabos al psicoanálisis, ahonda en la idea del fantasma «como culpa compartida» y sigue por primera vez el rastro de un asesino en serie. No es una novela policial, no, pero el crimen sigue palpitando bajo las páginas y dejando un reguero de sangre, culpa y venganza a su paso.

Nada que ver, en cualquier caso, con las novelas de la serie Salgado. Porque cambia la época, sí, pero también el estilo. «Te pones a escribir sobre el 1916 y no te sale la misma rapidez», apunta el autor barcelonés, para quien el atractivo de la época, el auge del psicoanálisis y ese juego de espejos entre Viena y Barcelona es, en parte, lo que le acabó llevando a «Los ángeles de hielo». «Son dos ciudades que pasan por momentos diferentes: Viena, antigua capital artística de Europa y cuna del psicoanálisis, languidece por culpa de la guerra; Barcelona, en cambio, saca provecho de la contienda y se enriquece», explica el autor, que visitó Viena hasta en tres ocasiones mientras escribía el libro y se sumergió en las obras de Joseph Roth para capturar el ambiente de ese imperio astro-húngaro «que desapareció como tal en 1918».

Con todo, aclara Hill, «Los ángeles de hielo» no tiene vocación de novela histórica, sino que busca «reflejar la mentalidad de la época» desde una perspectiva femenina y también feminista, con las reivindicaciones de las mujeres y la lucha por la «dignidad y la modernidad» en primer plano. Es ahí donde cobra vital importancia el diario de Águeda, la directora del colegio que más tarde será sanatorio y en el que esa modernidad se empieza a agrietar para acabar haciendo buenas migas con la represión, la perversión y la incomodidad.

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