Pedro Zarraluki: «La vida es muy rápida y yo soy muy lento»
El escritor barcelonés regresa a la novela diez años después con 'La curva del olvido'
En lo más duro de la pandemia, cuando medio mundo andaba confinado en casa y el otro medio era incapaz de concentrarse en algo tan aparentemente sencillo como leer un libro, Pedro Zarraluki (Barcelona, 1954) se encerraba cada día a escribir y ponía tierra de por medio con la cruda realidad. «Cada día me iba a la Ibiza de 1968 y ahí estaba, en la playa, sin pandemia ni nada», relata.
De esas 'escapadas' y de la necesidad de ahondar en la brecha generacional que puede separar a padres e hijos nace ahora 'La curva del olvido' (Destino), título con el que regresa a la novela diez años después. «La vida es muy rápida y yo soy muy lento. Me incomoda mucho pensar que cada dos o tres años tengo que entregar algo», relativiza Zarraluki sobre un silencio apenas roto en 2014 por el libro de relatos 'Te espero dentro'.
De vuelta por fin en la librería, Zarraluki se explica. «Tenía una idea y me parecía muy buena: enfrentar dos generaciones, una con toda la vida por detrás y la otra con casi toda la vida por delante. Con los tiempos que corren creo que es un gran tema». El escenario, sin embargo, no es actual ni contemporáneo, sino la Ibiza de 1968, paraíso que el autor conoció de primera mano y que convierta ahora en decorado a medida. «Me iba muy bien para poder encerrar a los personajes en un calita y ver cómo se relacionaban», apunta sobre una novela por la que desfilan dos padres, uno viudo y otro separado, y sus dos hijas, ambas a las puertas de la veintena. «Para los padres, el futuro sólo va a ir a peor. Y las dos chicas tienen un inmenso vacío por delante», subraya Zarraluki.
Angustia y vacío
A la hora de tratar de buscar anclajes que acerquen la novela a la realidad, el autor de 'Un encargo difícil' no tiene que ir muy lejos y recuerda, por ejemplo, un día que llegó a casa y se encontró a su hija, entonces una quinceañera, hecha un ovillo y llorando como una magdalena. «Decía que no sabía qué quería ser en la vida, y ahí percibí el inmenso vacío», explica. «Yo también me acuerdo de esa angustia -añade-. Hay una época en la que has de decidir qué quieres ser demasiado pronto».
Es precisamente esa tensión generacional, ese juego de expectativas y frustraciones, lo que alimenta una novela que, reconoce, tuvo que comenzar hasta en cinco ocasiones. «Entras en una novela como en una fiesta en la que no conoces a nadie. Luego llega un punto en que los conoces tan bien que has de cambiar todo lo que has escrito», relata.
Ambientada a finales de la década prodigiosa de los sesenta, en una época de grandes cambios y notables turbulencias, 'La curva del olvido' pasea por la retaguardia del verano del amor entre secundarios con carácter y la sospecha de que, si no mejor, cualquier tiempo pasado fue, como mínimo, diferente. «Los que tenemos casi toda la vida por detrás hemos vivido una época de relativo bienestar, sin conflictos. Podías alquilar un piso y lo podías pagar», explica.
Y no sólo eso. «Yo ganaba una porquería, pero pude alquilar un piso con tantas habitaciones en el Eixample que iba de una a otra en bicicleta. El futuro era más fácil. Ahora la generación joven tiene un problema con la vivienda y el trabajo», apunta desde la planta superior del Salambó, emblemático café del barrio de Gracia que el propio autor fundó hace años junto a Francisco Gracia y que, poco a poco, está dejando en manos de su hijo. Otro recambio generacional y una apuesta para contradecir esa teoría, se supone que literaria, con la que el propio autor sostiene que «no hay historia que acabe bien siempre que dure lo suficiente».