Muere Alfonso López Gradolí, un poeta del Mediterráneo

Su libro, «El sabor del sol» (1968), prologado por José Hierro, inauguró aquella hermosa colección de Biblioteca Nueva, dirigida por Antonio Hernández

Alfonso López Gradolí
Jaime Siles

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Ni tan joven como él −ocultando coquetamente en las contraportadas de los libros su fecha de nacimiento o sus años− se decía ni tan viejo como algunos −con más ánimo irónico que satírico− lo consideraban, Alfonso López Gradolí fue un poeta cernudiano y elegíaco y, a la vez, «concreto» y vanguardista. Su libro, «El sabor del sol» (1968), prologado por José Hierro , inauguró aquella hermosa colección de Biblioteca Nueva, dirigida por Antonio Hernández.

Poesía de confidencia la primera suya, y poeta del tiempo −como casi toda su generación: la del cincuenta− él, fue uno de los primeros en internarse en la línea metapoética, hablando del «fracaso lento del poema», mientras dibujaba sílabas y signos de sí mismo e iba contabilizando su vida en instantes cada vez más azorinianos: «Yo sé que en esta noche habrá unos ojos/mirando oscuridad y recordando».

«Los instantes» (1969), finalista del Premio Álamo, fue prologado por Claudio Rodríguez , que advirtió en esta escritura el carácter premonitorio de despedida y de adiós continuo que tiene, definiéndola como poesía de «lo fugaz imperecedero». En él Gradolí adopta un tono reflexivo, cercano a la «poesía de meditación» originariamente de raíz inglesa, pero que, en su caso, está mucho más próxima a las de Juan Luis Panero , César Simón y Ricardo Defarges que a la de Unamuno y José Ángel Valente . «Olor de lejanía» puede servir de clave formal, metal y estilística de todo este libro, que desarrolla zonas del anterior tanto como las diversifica y profundiza.

«La señales del tiempo» (1971) , editado por Hontanar con un diseño de cubierta de Eusebio Sempere , me ha parecido –si no el mejor– sí el más interesante de su libros porque en él consigue armonizar y mantener en perfecto equilibrio la sístole y diástole por las que discurre lo mejor de su dicción: el epigrama en los poema más breves, y la arquitectura de la elegía en los más largos, con una elegante contención. En ellos asistimos a la vida de los que viven sólo de recuerdos.

Gradolí –que fue muy buen conocedor y crítico de la plástica contemporánea– se sirvió, inspirado por ésta, de la técnica del « collage », superponiendo textos sobre fotos y articulando así el más atrevido y novedoso de todos sus libros: «Quizá Brigitte Bardot venga a tomar una copa esta noche» (1971). En los años sesenta recibió el Premio «Tomás Morales» de Poesía Universitaria por su libro «Voz de madrugada» y, a finales de los noventa del pasado siglo, el Premio de la Crítica Literaria Valenciana.

Gradolí fue un pintor del mar al mediodía, que él poetizaba cuando uno y otro en el horizonte habían quedado reducidos a una raya.

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