Ni «mobbing» ni «bullying»: el acoso en español se llama mejor por su nombre

Lola Pons Rodríguez, catedrática de Lengua Española en la Universidad de Sevilla, ha escrito «El árbol de la lengua», un libro en donde aborda diversas cuestiones alrededor de nuestro idioma

ABC

J. V.

En todo el mundo se calcula que se hablan 17.000 lenguas. Y para Lola Pons Rodríguez , catedrática de Lengua Española en la Universidad de Sevilla, cada lengua es un árbol, pues la lengua crece, florece, tiene ciclos... La académica acaba de publicar «El árbol de la lengua» (ed. Arpa) , en donde aborda diversísimas cuestiones alrededor del español siempre con gran sentido del humor.

Salvo en un caso, más serio. Se plantea la autora: ¿suenan «bullying», «mobbing» o «minijob» mas inofensivos e incluso más «cool» que «acoso escolar», «acoso laboral» o «empleo precario» ? Para la académica, las palabras son maletas «de matices añadidos». Y los hablantes lo sabemos o lo sospechamos. La palabra «acoso» tiene su origen en los animales que eran el blanco de una cacería «y, solo secundariamente, se empezó a usar para aludir a aquellas personas que eran tratadas como animales».

Pons escribe que «sin conocer la historia y etimología de una palabra, los hablantes van adquiriendo, a fuerza de estar expuestas a un uso y determinadas combinaciones, las evocaciones seculares que tiene una voz de su idioma, sus connotaciones... Carece de esas resonancias la palabra "bullying" ». Y es que tanto esta palabra, hermana de "acoso escolar", como «mobbing» («acoso laboral») son extranjerismos cargados en sus países de origen de esa maleta de matices que en el nuestro no tienen.

«A veces los escogemos porque nos suenan más modernos, tal vez los preferimos porque nos parecen más específicos», dice, avisando también de que tenemos que ser conscientes de las palabras que usamos: «"Bullying" no tiene ese amplio sentido histórico que arrastra "acoso". Hablar de "bullying" nos distancia del sentido animal que tiene la palabra vernácula. En una sociedad más alineada contra los casos de abuso, se está expandiendo de forma paradójica la palabra que, por su carácter aséptico, mejor los oculta».

Por supuesto, con libertad de que cada uno utilice la palabra que quiera, la ensayista observa que en el caso de «bullying» o «mobbing» se opaca todo lo negativo que hay en «voces españolas con maletas muy cargadas: hostigamiento, intimidación, agresión, amenaza, maltrato, tortura ... todas esas palabras que parecen incomodarnos se relegan con un anglicismo esterilizado que esconde las connotaciones bajo la alfombra».

¿Cómo identificar a un pedante?

En «El árbol de la lengua», sin embargo, se abordan mayoritariamente cuestiones mucho más simpáticas como pueda ser el arte de diagnóstico a los pedantes. La autora recuerda cómo Quevedo escribió contra Góngora en su «La culta latiniparla» (1624), apuntando que este «por no decir ventosidades, dirá: tengo éolos o céfiros infectos» y «a las rebanadas de pan llamará planicies y al queso ceniza de leche». Es curioso observar, quizá, como ahora «ventosidad» es una palabra incluso ¿pedante?

Pons Rodríguez explica qué convierte a una palabra en más pedante y pretenciosa que otra. Hay dos factores: dónde se usa y cómo es . Para el «dónde se usa», la experta pone como ejemplo al policía que dice «estacione el vehículo». Sin embargo, dentro del coche «cuando vais con la abuela y el gato a la playa, sonará pedante» si utilizas «estacionar».

Otro truco para identificar la pedantería es cuando aparece un «recurso abusivo a lo infrecuente (llamar "fluenza" al catarro) o a lo arcaico (usar "aquesta" por esta) y usar muchas más palabras de las necesarias (hablar de "apetencia de vianda" por "hambre" o llamar a la tortilla de papas "mézclum ovotuberculado" como hacen en algún restaurante)». Y ojo, avisa la catedrática también que lo que hoy no es pedante lo pudo ser ayer : como el término «psicológico».

«La hache: ni muda ni inútil»

Vapuelada por el comentario ligero, Pons Rodríguez también realiza una defensa frontal de la «hache». Hasta cinco razones aporta para no considerarla una letra florero : está en nuestros genes (el latín), nos hace diferentes, diversos internamente (por su pronunciación en diferentes zonas de España), no es tan muda como creemos (por ejemplo, en los anglicismos «hobby» o «hockey») y, por último, por su propia valía como letra ya que ayudó a que el lector reconociera sin fallo la secuencia «ue» (o sea, «huérfano», ya que sin hache podríamos confundirnos y leer «vérfano»).

En «El árbol de la lengua», en definitiva, hay un total de 69 microensayos en donde la especialista diserta con humor acerca de «los prejuicios lingüisticos de todos los colores», cuenta la historia del «interrobang», señala esa vocal intrusa y empalagosa que utilizan algunos cantantes (ahí llega Luis Miguel con su «Conocérete fue una suérete, amárete es una placere» o David Bisbal con su «No olvido tu querer / tu cuérepo de mujere»), se revela por fin toda la verdad sobre «almóndiga» y se relata, entre más aventuras lingüisticas, por qué hay algunos nombres que tienen determinadas connotaciones. Esto es: ¿por qué el nombre de Ambrosio nos suena a mayordomo?

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