ABC para UNE

Marcela García Sebastiani: «El 12 de octubre funciona como un termómetro del estado de la nación española, de su vida política en democracia y de su imagen internacional»

'12 de octubre: cien años de hispanoamericanismo e identidades transnacionales' aporta un concienzudo y divulgativo repaso a la historia y significado de una celebración, « un símbolo dúctil y abierto al cambio»

Dónde es festivo el 12 de octubre

ABC PARA UNE

En el Departamento de Historia, Teorías y Geografías Políticas de la Universidad Complutense de Madrid se desarrollan proyectos de investigación I+D+I, con investigadores de universidades europeas y americanas, sobre el nacionalismo español y su dimensión transnacional. Desde ese entorno, Marcela García Sebastiani, profesora titular de la Unidad Docente de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos, firma el libro '12 de octubre: cien años de hispanoamericanismo e identidades transnacionales' (Ediciones Complutense). En su origen, las contribuciones fueron conferencias impartidas en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología y en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla de la Universidad Complutense, que acompañaron a una exposición sobre el 12 octubre, en el centenario de su institucionalización como día de fiesta cívica para los españoles, a partir de materiales conservados en bibliotecas de dicha Universidad y de la Agencia de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID).

¿Cuándo y por qué comenzó a desarrollar este trabajo?

Indagando en la relación entre política y cultura, comencé a pensar en el 12 de octubre como una de las fechas simbólicas de mayor arraigo del nacionalismo español, para construir una identidad hispanoamericana a lo largo del siglo XX (la historiografía apenas se había encargado de abordarla, salvo para períodos concretos de la historia contemporánea y justificaciones ideológicas de regímenes políticos). De hecho, es el día de la fiesta nacional de los españoles desde 1987 (desde 1918, Día de la Fiesta de la Raza, desde 1958, Día de la Hispanidad). El aniversario recuerda al descubrimiento de América en 1492, con registros culturales y geográficos tan múltiples como ambiguos. En versiones liberales o conservadoras, republicanas, monárquicas o nacional-católicas, la proyección internacional, la nostalgia del imperio, la religión, la emigración y el exilio, ayudan a la identificación de los españoles entre ellos y con el mundo; todo un mito construido para una vocación universalista, un instrumento al servicio del poder y la cohesión social.

¿Cuándo se comenzó a forjar este carácter transnacional?

Desde su incorporación en el calendario cívico de los países de América Latina desde la I Guerra Mundial (la fecha sigue siendo un día festivo en varios países de la región) y el recuerdo escenificado de comunidades latinas en EE.UU. desde finales del siglo XIX. La celebración remueve el hispanismo en las identidades nacionales y, desde finales del siglo XX, se le atribuyeron otros significados como símbolo representativo de un pensamiento eurocéntrico sobre el encuentro entre Europa y América. Singular en el contexto internacional, construyó la idea de una comunidad transnacional, tan imaginada como real, movilizando a intelectuales, emigrantes y sus descendientes, diplomáticos, profesionales y organismos públicos y privados. Participación que se analiza e ilustra en los capítulos escritos por Javier Moreno Luzón, Mauricio Ridolfi, David Marcilhacy, Paula Bruno, Javier Zamora Bonilla, Maximiliano Fuentes Codera, Miguel Rodríguez, Francisco Javier Ramón Solans, Carolina Rodríguez López, Marie-Christine Michaud, Giulia Quaggio, Jordi Canal y yo misma.

¿Qué aspectos considera especialmente relevantes en esta obra?

En primer lugar, el recorrido de una historia compleja de uno de los símbolos, duradero y controvertido, del nacionalismo español y de su proyección internacional (singularidad, usos políticos, significados, unanimidades y conflictos provocados a ambos lados del Atlántico, que justificaron un hispanoamericanismo para la legitimación del poder, y la definición y el mantenimiento de identidades e intereses colectivos). En segundo lugar, la dimensión transnacional, fundamental para construir naciones que fueron imperio y que derivó en el recuerdo de la fecha para celebrar la conformación de una identidad internacional tan imaginada como real y cambiante, por actores institucionales y por la sociedad civil. Y, tercero, el desafío de acercar a la sociedad el trabajo de investigación hecho en la Universidad con capítulos sintéticos e ilustrativos.

¿Cómo valora la vigencia de esta celebración en pleno siglo XXI… y en circunstancias como las actuales?

Es una fecha incómoda de celebrar, en España y en América, por varias razones. Por las connotaciones negativas que la relacionan con una memoria conflictiva del pasado colonial cuestionado por algunos sectores de la opinión pública americana desde finales del siglo XX, y que derivó en especificaciones de nombre de la jornada festiva en favor de reivindicaciones de grupos indígenas. Por la apropiación que hizo el franquismo para sus fantasías de regeneración de un pasado de imperio para conseguir adeptos y consensos dentro y fuera de España, que ha generado desde el inicio de la democracia española reacciones desde las instituciones y sectores de la sociedad civil, especialmente, de las comunidades autónomas reivindicativas de derechos y símbolos propios. Y, más recientemente, por la organización del Ministerio de Defensa, desde finales del siglo XX, de un desfile militar a través de una de las principales calles de Madrid; que encarna uno de los símbolos más representativos del españolismo y se convierte en centro de la polarización política escenificada en público, descartando, incluso, las reformas hechas durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero para acercar con el festejo al Estado, sus ciudadanos y habitantes procedentes de otros países; muchos de ellos latinoamericanos. Las dificultades de esta adaptación generan expectación pública y todo tipo de polémicas. Aun así, el 12 de octubre funciona como un termómetro del estado de la nación española, de su vida política en democracia y de su imagen internacional, como un símbolo dúctil y abierto al cambio. Este libro anima a los esfuerzos en ese sentido, sin restar fuerza al carácter cosmopolita de fiesta a lo largo de su historia y facilitando los encajes de España en Europa y en una comunidad global.

La fecha ha resistido, como comenta en el libro, a todo tipo de regímenes y diferencias ideológicas… ¿Qué ha propiciado la situación actual, en la que se derriban estatuas conmemorativas de protagonistas de esa época?

No es algo nuevo. Otros acontecimientos lo han propiciado como manifestaciones de frustración con el pasado y de aspiraciones de cambio futuro (y en las que, en ocasiones, están implicados los poderes públicos). En distintas latitudes americanas, los ataques a los monumentos que simbolizaban la conquista y colonización española son expresión de la búsqueda de culpables de los horrores del proceso en la población originaria, reacciones extemporáneas que ya habían comenzado antes de 1992, cuando se estaba preparando la conmemoración del V centenario del descubrimiento de América. Quienes los propiciaron y propician suelen apelar a la memoria histórica y a un relato maniqueo y distorsionado: justificando un ideal de cambio, resaltan las emociones y sentimientos populares más que el conocimiento científico.

¿Hay posibilidad de que se revierta esta tendencia iconoclasta?

Lo cierto es que esas acciones violentas revelan, a la vez, la necesidad de un mejor saber histórico (la sociedad de la época, sus valores, etc.). Es innegable que la visión de la conquista y colonización por parte de algunos sectores de la opinión pública americana no es compartida por la sociedad española, cuestión que España tiene que afrontar para mejorar sus relaciones con América. Y, por su parte, los americanos, si quieren reforzarlas con España, tendrán que superar posiciones simplistas y maniqueas. Para cambios en el futuro, se requieren reflexiones conjuntas y basadas en soluciones acordadas; no solo está en juego la imagen de la relación bilateral, sino también la de España y América Latina con Europa y el mundo. Hablamos de un símbolo excepcionalmente longevo y perdurable del nacionalismo español, y de su proyección en el mundo, algo notable. Resistió al cambio de regímenes políticos, una guerra civil, diferencias territoriales y contextos internacionales, con un significado controvertido pero aceptado como referente externo para unir a una comunidad nacional diversa, a través de un festejo protocolario y colorido en el espacio público, pero sin discursos.

Lo que no se va a perder, en todo caso, es su condición de recurso político-ideológico…

Una vez transcurridos los fastos de 1992, la celebración fue perdiendo su sesgo hispanoamericano, cubierto por el protagonismo de las Cumbres Iberoamericanas anuales. Desde 1996, con la llegada al poder del PP, pasó a ser un símbolo politizado de un españolismo orgulloso y desacomplejado, representado como un instrumento de poder y al servicio del Estado central, concentrando desde entonces las luchas políticas y las polémicas sobre los símbolos nacionales, que se agudizaron en los comienzos del siglo XXI a raíz de la crisis económica de 2008 y el desafío nacionalista catalán. A su vez, la conmemoración del V centenario de 1992 dio lugar a críticas sobre el 12 octubre en América Latina: intelectuales, políticos, historiadores y varios colectivos cuestionaron las celebraciones oficiales con denuncias al genocidio indígena y ataques contra los monumentos. El símbolo transnacional se convertía en parte de una memoria conflictiva y reivindicativa para los grupos subalternos y para quienes asumieron el poder, como en los casos de Hugo Chávez en Venezuela; Evo Morales en Bolivia o Ernesto Kirchner en Argentina.

¿Cuál será, en su opinión, el ‘estado de revista’ del 12 de octubre en el futuro?

Celebrar es hacer política por medios alternativos al diálogo, el acuerdo y la confrontación, para conectar con las emociones de la gente. Por eso, las políticas conmemorativas tienen que ver con un determinado presente (y por eso, son resultado de manipulaciones políticas). Si miramos hacia el pasado para reflexionar sobre el futuro, desde finales del siglo XX surgieron en España voces y propuestas institucionales para cambiar la fecha por otra que ayudase a identificar la diversidad de los españoles (por ejemplo, una vez acabada la transición democrática, los partidos de izquierda propusieron el 6 de diciembre, el día de la sanción de la Constitución española; o el 23 de abril, fecha del fallecimiento de Miguel de Cervantes). Otras voces indagan en fechas asociadas con la transición política española. Y no faltan quienes sugieren mantener el carácter transnacional y convertir el 12 de octubre en el Día de Iberoamérica, del inmigrante iberoamericano, o de un contenido que potencie lo que une con América, para recordar una identidad común con referencias a la historia de los pueblos indígenas y afroamericanos, de las sociedades europeas y, sobre todo, al sentido del mestizaje; algo propio de lo iberoamericano. La fiesta es, en definitiva, un problema de definición nacional y para el lugar de España en el mundo.

En todo caso, el lenguaje, como aglutinador de símbolos, seguirá siendo importante en este contexto tan sensible (por ejemplo, se recurre a ‘familia’ en lugar de ‘raza’, a ‘fraternidad’ por ‘tutela’...)

Cambió a lo largo del siglo XX. Cuando se institucionalizó la celebración en 1918, el regeneracionismo español pretendía capitalizar el recuerdo del imperio perdido en ultramar cuando la mayoría de las potencias europeas rivalizaban por ocupar territorios coloniales en el mundo. ‘Raza’ se utilizaba para clasificar grupos humanos por su biología y justificar la superioridad de los blancos sobre poblaciones autóctonas, indígenas o negras colonizadas, mientras que el movimiento hispanoamericano, que incluyó a los emigrantes españoles en América, recurrió a ‘raza’ para crear una comunidad cultural que estrechaba los vínculos con las antiguas colonias a través del idioma, un pasado colonial, las revoluciones atlánticas de comienzos del siglo XIX, la emigración, la religión y otros valores políticos. Tras la II Guerra mundial, ya fue incómodo hablar de ‘raza’ considerando las atrocidades del nazismo en su nombre (la dictadura franquista, con pocos amigos internacionales, optó por el día de la Hispanidad). Con el retorno de la democracia en España, se ensayó el diálogo trasatlántico a partir de conceptos como los de fraternidad cooperación, concertación política entre Estados nacionales o reconocimiento de un espacio común iberoamericano, que facilitó la celebración de Cumbres Iberoamericanas desde 1991.

¿Hasta qué punto fue importante la aparición de intereses privados (por ejemplo empresariales) en el origen de este tipo de conmemoraciones?

La celebración contó, desde sus orígenes, con el apoyo de la sociedad civil. Sus principales promotores fueron, desde finales del siglo XIX, las asociaciones de emigrantes españoles en América y el movimiento hispanoamericanista que despuntó en los medios académicos, intelectuales, empresariales y del periodismo con la crisis del imperio español. Las conmemoraciones han constituido, desde entonces, importantes herramientas de nacionalización de masas en manos de actores nacionalistas, fueran estatales o de la sociedad civil: en este último caso, desde comerciantes, industriales, empresarios y agricultores hasta organizaciones educativas, religiosas, militares, de ocio, y desde los medios de comunicación, que ayudaron a fortalecer el símbolo. Eso sí, disponían de sus propios planes de escenificación pública según su versión de la historia: los conservadores insistían en la dimensión religiosa e histórica compartida entre los dos continentes por la evangelización católica europea en América, los liberales subrayaban los registros culturales como la lengua y los proyectos comunes.

Como especialista en América Latina, ¿qué percepción tiene sobre la consideración de los 'Días de la patria', propios de cada país?

Cada Estado nacional dispone de días patrióticos propios para unir a su comunidad política, rememorar su pasado, discutir sobre él y sostener el sentido de permanencia, algo consustancial del Estado moderno y del nacionalismo, desde comienzos del siglo XIX, cuando la política comenzó a sacralizarse en nombre de la patria y la regeneración nacional con sus mártires, héroes y glorias (historia para escribir, propagar y recordar). Algo no exclusivo de América Latina. Lo que ocurre es que las peculiaridades de cada nacionalismo se traducen en los significados de las respectivas celebraciones: la mayoría atienden a la idea de un comienzo como recuerdo fundacional de una comunidad política (revolución o constitución respecto a una situación colonial), como en Francia, EE.UU., Noruega y la mayoría de países de América Latina, para festejar sus respectivas emancipaciones. Pero también pueden ser religiosos, de culto a ciertas personalidades o significados extemporáneos, objeto de divisiones políticas profundas que contribuyen poco a la cohesión y el entendimiento.

En América Latina, la memoria histórica al servicio del nacionalismo se nutre, también, de las voluntades creadas para honrar a un personaje célebre propuesto como modélico por su conducta en favor de la independencia de la corona española y de los inicios institucionales de los Estados nacionales. Las fechas de nacimiento o muerte son recordadas no solo como días de fiestas patrias, sino también de inauguración de monumentos o dedicatorias de calles u otros espacios públicos. Los historiadores tienen un papel fundamental, al intervenir en el diseño de las celebraciones y en las políticas del pasado para el recuerdo anual o el silencio sistemático.

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