JAVIER GOMÁ LANZÓN

Leer en el libro de la vida

La Feria les invita a que dejen Uds de feriar durante un minuto y se encierren en la torre con Quevedo donde el poeta vive en la paz de los desiertos con «pocos pero doctos libros juntos». Los libros doctos nos brindan la oportunidad de «escuchar con los ojos» la voz de los mayores ingenios de la historia universal y en la hora de su máxima fecundidad, intensidad y conciencia. ¿Qué no daríamos por un rato de conversación con Platón, Cervantes, Jane Austen o Tolstoi? Y, sin embargo, el auténtico yo de estos insignes individuos, su yo verdadero, organizado y perdurable, está en sus mejores libros mucho más que en sus personas históricas. El placer que acompaña la lectura de estos libros favorece el cumplimiento de su más secreto designio ético. La ética –recordémoslo– es una aventura de la fantasía, un juego de la imaginación por el que nos ponemos en el lugar del otro. La lectura de un libro nos traslada al universo de ese otro literario que es su autor. Una vez dentro, contemplamos al maestro eligiendo las palabras que designan con exactitud y belleza su experiencia de vida y de esta manera aprendemos nosotros a nombrar la nuestra. Hay, allá en la mocedad, una primera lectura frenética y alborotada que se sincroniza con el revuelo de impresiones que levanta el mundo cuando lo estrenamos.

Treinta años más tarde, en plena madurez, cuando la polvareda de impresiones se ha posado, iniciamos la serena relectura: los libros son los mismos como siempre es la misma la primavera, pero ni el perfume de las flores ni el significado de los libros son como antes, porque a nosotros, los lectores, que hemos envejecido y ya hemos tenido tiempo de ver la espalda de las cosas, nos ha cambiado la perspectiva. El filósofo distingue entre las cosas que tienen precio y las cosas que tienen dignidad . El libro es una mercancía con un precio. Pero amamos los libros porque en ellos, trascendiendo su condición de mercadería, resplandece, en toda su evidencia y majestad, la incomparable dignidad de lo humano, que no tiene precio. Los libros que leemos nos orientan en la lectura del único libro que en realidad importa: el libro de la vida, escrito en extraños y en ocasiones enigmáticos caracteres. La literatura nos enseña, en último término, a leer en ese libro que la vida no tiene sentido pero sí tiene dignidad.

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