Laura Fernández: «La cultura popular nos forma más que cualquier otra cosa, está en la base de lo que somos»
La escritora barcelonesa regresa con 'La Señora Potter no es exactamente Santa Claus', fábula retorcida y disfuncional sobre la creación y la maternidad
'La señor Potter no es exactamente Santa Claus' (Literatura Random House) tampoco es exactamente una novela. Es un animal mitológico del que Laura Fernández (Terrassa, 1980) hablaba haciendo aspavientos entre cañas, cafés y artículos escritos a toda prisa. Un ser vivo, mutante y pluricelular, al que la también periodista y guionista ha ido cuidando y alimentando durante los últimos cinco años en el pequeño cuarto de su piso de Montgat en el que se encerraba a escribir. Siempre de noche. Siempre con la misma música sonando.
Y siempre una página al día, lo que hace que esta novela que no es exactamente una novela sea también un diario; una caja negra de lo que ocurrió en su vida entre octubre de 2016 y anteayer mismo. «Al final se van colando cosas del día a día y lo que más me cuesta es entender el principio. Es un monstruo que dejas de controlar», explica Fernández poco antes de viajar a Iowa invitada por, cojan aire, la Dirección de Relaciones Culturales y Científicas de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y fotografiarse, sonriente y congelada, frente a la casa en la que vivió su adorado Kurt Vonnegut.
Eso, claro, es ahora. Y en el quinto pino. Pero en 2016 y en la localidad costera de Montgat, cada vez que se cerraba la puerta y Counting Crows atacaban por millonésima vez 'Mrs. Potter Lullaby', Laura Fernández, teclea que teclea, viajaba a la siempre desapacible Kimberly Clark Weymouth, ciudad enfurruñada y permanentemente helada en la que Louise Cassidy Feldman ambientó 'La señor Potter no es exactamente Santa Claus', un bestseller infantil protagonizado por una señora que, como imaginarán, no es exactamente Santa Claus.
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Una historia dentro de otra historia que, 'let's the party started', se multiplica y atomiza, se expande cada página un poco más, en infinidad de frentes y personajes. Todo un universo, con sus galaxias, constelaciones y agujeros negros, encajado en seiscientas páginas por las que se deslizan, como los patinadores de la portada, 'Gremlins' y Roald Dhal; Nathanael West y Stephen King; Ray Bradbury y Thomas Pynchon. «Siempre alta y baja cultura. Hasta el extremo», defiende Fernández. Así que abrir 'La señor Potter no es exactamente Santa Claus', fábula retorcida y perpetuamente nevada, supone vérselas con Billy Bane Peltzer, propietario de la tienda de souvenirs que fantasea con salir pintando de Kimberly Clark Weymouth. Y con Stumphy MacPhail, agente inmobiliario en un pueblo sin casas que vender. Y con Las Hermanas Forest, protagonistas de la peor serie de detectives de la historia de la televisión. Y con una pareja de escritores de terror que meten cualquier cosa menos miedo. Y con Madeline Frances, Bertie Smile, Merian Cold y demás personajes que darían para colonizar una galaxia muy lejana, el planeta Fernández, por ejemplo , mientras su creadora se la ingenia para seguir escapando de las garras del realismo. «Me gusta pensar que es como un Roald Dahl para adultos en un mundo sin base real, ni peso histórico ni nacionalidad. Solo personajes que se defienden de lo que les hace daño», apunta la también autora de 'Bienvenidos a Welcome'.
Escribir en la mente del lector
Y todo esto, se preguntarán, ¿de qué diablos va? Pues de locura y sorpresa. De pasión, pueblos enfadados y gente que necesita borrar su propia vida para volver a empezar. De viajar a Oslo para entrevistar a Jo Nesbø y enviar a casa una postal desde el siempre apacible pueblo navideño de Drøbak. De celebrar la diferencia y plantar bandera en un mundo «cada vez más hiperrealista e hiperreferencial». De, en fin, inventar todo un cosmos salpicado de escritoras excéntricas, madres desaparecidas, investigadoras tirando a torpes y seres sobrenaturales que, para vengarse de los padres, conceden deseos a los críos que se portan mal.
A eso mismo, explica Fernández, Samanta Schweblin lo llama «escribir directamente en la mente del lector». Una invitación personalizada y sellada para perderse en los pasillos y recovecos de una novela que, por muy lejos que viaje, aborda en realidad asuntos tan terrenales como la maternidad, la creación, la identidad y, para que no se diga, también el absurdo de la vida. «Tiene que ver con la maternidad como acto de creación, pero no solo de personas, también de obras. Porque lo único que no puede existir sin ti es tu obra. Tus hijos tienen vida propia, viven solos. En cambio, tu obra no existe si no la alimentas», reflexiona.
Visto así, no extraña que para la autora de 'Wendolin Kramer' una novela sea una catedral a quien la escribe, «a todo lo que te gusta y avergüenza». Un monumento «a lo que eres» que, en su caso, crece y se eleva gracias a unos materiales muy concretos. «Todo te alimenta, pero hay que admitir, y es urgente, que la cultura popular nos forma a todos más que cualquier otra cosa, está en la base de lo que somos, del tipo de creador que somos. Luego ya vendrá lo demás. Esto fuera se ha entendido siempre muy bien, pero aquí como que cuesta; existe ese elitismo que impide ver la literatura con viaje apasionante, ya sea leyendo a Flaubert o a Stephen King», explica una autora que reconoce que no podría haber escrito esta novela sin haber leído antes a Joy Williams o Thomas Pynchon, sí, pero tampoco, o sobre todo, sin haber devorado 'La tienda' siendo una adolescente.
«Para mí no hay límites entre Nathanael West y un capítulo de 'El asombroso mundo de Gumball'. Todo expande tu yo a nivel cultural», insiste. Quizá por eso, apunta 'La señor Potter no es exactamente Santa Claus' picotea del terror, la novela juvenil, el thriller y las series de televisión hasta convertirse en un gigantesco cubo de Rubik de la cultura popular y la literatura de género en el que todas las piezas acaban encajando. «Todos los géneros menores están aquí. Soy como una urraca que coge cosas que brilla», reconoce.