Julia Navarro: «No me gusta la sociedad de lo políticamente correcto, estamos sacrificando la libertad de expresión»

En su nueva novela, «Tú no matarás», recorre nuestra Historia más reciente: desde la Guerra Civil, el nazismo y la Segunda Guerra Mundial hasta la Transición

Julia Navarro, fotografiada delante de la Columna de Pompeyo, en Alejandría (Egipto) JUAN MANUEL FERNÁNDEZ

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Confiesa Julia Navarro (Madrid, 1953) que con cada nuevo libro, además de contar una historia, aspira a «hacer el retrato de una época». Y por eso, precisamente, le costó tanto escribir su última novela, «Tú no matarás» (Plaza & Janés), que hoy llega a las librerías españolas. Empezó hace cosa de cinco años, pero tuvo que dejarlo, abrumada por un telón de fondo tan pesado que aún hoy sigue marcando nuestra Historia: la Guerra Civil española. No se sentía «preparada para abordar ese periodo de una forma tan directa» y lo dejó reposar en el cajón de su escritorio. Pasó el tiempo, que dicen lo cura todo, hasta el bloqueo creativo, publicó «Historia de un canalla» y encontró la fuerza para retomar la historia que la esperaba, paciente. Lo recuerda mientras pasea por las calles de Alejandría (Egipto), ciudad literaria por excelencia y en la que la escritora encontró la «luz» que necesitaba para iluminar aquellas páginas tan dolorosas. El resultado es una novela, valiente y ambiciosa, cuyos protagonistas, víctimas del enfrentamiento que rompió en dos España, luchan por construirse su propio destino. Partiendo del Madrid de los años 40, con paradas en Alejandría, El Cairo, Londres, París, Karlovy Vary, nada queda en el tintero histórico de la segunda mitad del siglo XX: el exilio, el nazismo, los campos de concentración, la Segunda Guerra Mundial , la Transición … Un recorrido, en definitiva, por una historia que es la nuestra, aunque quizás nunca nos la habían contado así.

¿Cómo logró separar su realidad de la ficción que estaba construyendo?

Fue muy duro. No quería que fuera otra novela sobre la Guerra Civil. Había elegido el escenario de mi barrio, donde vivía de pequeña, porque todo me era familiar y porque, de alguna manera, los personajes que estaba imaginando tenían retazos de historias que había escuchado en casa. Con el paso de los años, me doy cuenta cuántas historias escuché en casa a las que no presté atención... Oía a mis abuelos, pero no les escuchaba.

Es algo que siempre nos pasa cuando somos jóvenes.

Sí. Y, de repente, cuando me puse a escribir, sentía un dolor enorme. Lo pasé muy mal. Como me dolía tanto y me sentía tan desgarrada por dentro, no me sentía capaz de continuar.

Y ver que, pese a los años transcurridos, esa España partida en dos...

No, yo me niego a aceptar eso.

¿Cree que se han cerrado las heridas?

La sociedad en general sí las ha cerrado.

¿Pero no los políticos?

Eso es otra cosa. La sociedad española sí las ha cerrado, está viviendo los problemas del presente y preocupada por el futuro. Eso no significa que no haya que conocer el pasado y saber de dónde venimos, qué sucedió y por qué. El pasado hay que conocerlo y mirarlo de frente, no hay que darle la espalda. Pero la mirada tiene que estar puesta en el futuro. La sociedad española tomó esa decisión en la Transición. Yo soy una hija de la Transición.

Así lo refleja, también, en la novela.

Yo era muy jovencita cuando muere Franco, cuando las mujeres tenemos la oportunidad de hacer periodismo político; de un día para otro, me vi en el Congreso. Yo soy testigo de cómo era la sociedad española que empujó a los políticos a hacer lo que hicieron. Me da muchísima pena que haya gente joven que llegue a creer que la Transición fue una obra de ingeniería social que hicieron cuatro políticos encerrados en un despacho, sencillamente porque es falso. La Transición no es un producto de laboratorio. No. Se hizo con muchas dificultades.

Y con muchas renuncias.

Muchas, muchas. Los políticos se vieron obligados a seguir a la sociedad.

Fue la sociedad la que impulsó el cambio.

Así fue. La sociedad les obligó a guardarse sus intereses ideológicos, partidistas. No les iba a perdonar que no lo hicieran, y lo hicieron. Se hizo lo que en ese momento se pudo hacer, y se hizo razonablemente bien. Y fue a impulsos de la sociedad, los políticos no tuvieron más remedio que seguir el mandato de la sociedad. La sociedad española quería avanzar, quería poner un punto y aparte a lo que había sido la dictadura y el recuerdo de la Guerra Civil.

Volviendo a la novela, ¿por qué escogió Alejandría como exilio para los protagonistas?

Estaba enamorada de la Alejandría de Durrell, de Forster, de Cavafis, y por eso decidí llevarlos allí, a una ciudad cosmopolita, a un sitio donde pudieran respirar.

Y donde la cultura latía en cada esquina.

Era un crisol de gente llegada de todo el mundo. Es una ciudad por la que lleva pasando gente dos mil años y ha sido capaz de absorberlo todo y acoger a todo aquel que ha llegado.

¿Y no le da tristeza ver cómo ha cambiado?

Yo tengo una versión literaria de Alejandría y la veo con los ojos de la literatura, hago esa abstracción. Nada permanece, todo cambia, pero la esencia de Alejandría sigue siendo la misma.

Teniendo en cuenta que su escritura fue un viaje tan doloroso, ¿cuál era el propósito de la novela?

Además de hacer un homenaje a la literatura, quería rescatar de dónde venimos y adónde hemos llegado. En estos momentos en los que se cuestionan tantas cosas, la Transición incluida, es una mirada al pasado.

¿Y qué conclusión sacó?

La verdad es que tenía muchísimas dudas. Me cuestionaba si yo iba a poder aportar algo, cuando realmente hay un debate en la política. Porque yo creo que la sociedad está en otra cosa.

Pero fíjese la polémica por la exhumación de los restos de Franco.

A mí me parece que eso está bien. Yo creo que es una anomalía democrática que al dictador le tengan enterrado con sus víctimas. Yo creo que no habría que darle tantas vueltas. Se le saca y ya está, punto. En eso estamos todos de acuerdo. Se le saca, se le entrega a la familia y la familia que lo entierre o que haga lo que le dé la gana. Pero es una anomalía que había que resolver, porque no es normal que un dictador tenga un mausoleo. Enterrarle con sus víctimas me parece de una crueldad insoportable.

—Teniendo en cuenta que sus personajes son siempre muy humanos y, por tanto, se equivocan, echo en falta que nuestros políticos reconozcan que a veces ellos, también, meten la pata.

No creo en seres perfectos ni inmaculados, no existen. Los seres humanos estamos llenos de claroscuros. Me asusta mucho la gente que se cree que es buenísima y extraordinaria. Me asusta mucho la gente que nos dice a los demás cómo debemos ser, cómo debemos pensar, cómo debemos sentir, qué es lo correcto y lo que no. No me gusta la sociedad de lo políticamente correcto. Me preocupa que la gente empiece a reprimirse por miedo a ser políticamente incorrecta y que le caiga todo el mundo encima por tener un pensamiento heterodoxo. Estamos sacrificando la libertad de pensamiento y, sobre todo, la libertad de expresión. La gente tiene miedo a ser políticamente incorrecta, y eso es un retroceso.

¿Y qué podemos hacer para evitarlo? Porque los medios también somos responsables.

Deberíamos pararlo, pero no estamos siendo capaces. La gente tiene miedo de decir algo y que, de repente, las redes ardan.

Pero, ¿quiénes son las redes?

Claro, quién hay detrás de esa gente, son como seres abstractos, pero desgraciadamente están logrando coartar la libertad de expresión. Hay un retroceso de las libertades en general.

No quiero terminar sin preguntarle por las tres mujeres que protagonizan la novela, y que son heroínas, casi una anomalía en la literatura.

Son mujeres fuertes, pero reales. Hoy las mujeres decidimos si tenemos hijos o no, cómo, cuándo, pero entonces tener un hijo soltera era una gran tragedia, era estar condenada el resto de tu vida.

¿Está orgullosa de las nuevas generaciones de mujeres?

Yo creo que la lucha nunca ha parado, el movimiento feminista no empieza con el #MeToo, que parece que ha empezado anteayer. Lo que se ha conseguido, se ha conseguido con el esfuerzo y el sacrificio de muchísimas mujeres, que empezaron a finales del XIX y hemos continuado a lo largo del siglo XX. Lo que pasa es que cada generación se cree que descubre América. Este movimiento es un paso más en ese camino emprendido por tantas mujeres que han conseguido tantas cosas importantes a lo largo de los años. Lo que me preocupa es que se pueda llegar a banalizar, por estupideces, el movimiento feminista.

¿Estupideces como el nosotras y nosotros?

Me pone de los nervios, me saca de quicio. No, mire usted, ingeniería social no. Hay que hacer cosas realmente importantes. Las cosas que hay que hacer para conseguir la igualdad entre los hombres y las mujeres no son decir «nosotras y nosotros». Usted tiene que conseguir que tengamos igual salario, que la maternidad no esté penalizada, que realmente haya un cambio de mentalidad en la sociedad a través de la educación, tenemos que preguntarnos por qué los jóvenes son tan machistas.

Cada vez más, además.

¿Qué estamos haciendo mal? Hay cosas muy importantes, pero no se ponga a hacer ingeniería social de quinta. Me parece que es un retroceso, porque es banalizar la causa del feminismo.

¿Y el informe pedido a la RAE para que la Constitución tenga un lenguaje inclusivo?

Me parece un despropósito. Yo no estoy de acuerdo con ese tipo de ingeniería social. La causa del feminismo es suficientemente seria, porque tiene que ver con la causa de la dignidad de los seres humanos.

Por cierto, teniendo en cuenta que en diciembre hay elecciones en la RAE, ¿le gustaría ver a una mujer como directora?

Me encantaría ver a Carme Riera como directora de la Academia. Me voy a permitir el lujo de tener mi favorita (ríe).

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