Juan Tallón: «La memoria de la felicidad, con el tiempo, tiende a convertirse en memoria de la belleza»

La nueva novela del escritor, «Rewind», reconstruye un suceso dramático para hablar de la fragilidad de la vida y de la capacidad del ser humano para sobrevivir y reinventarse después de la tragedia

El escritor Juan Tallón
Bruno Pardo Porto

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Tal vez todo paraíso sea un paraíso perdido, una mirada hacia atrás con la barbilla en el hombro y los ojos cargados de nostalgia. Quién sabe. Quizá es solo que tenemos la manía de conjugar la belleza en pasado, porque en el momento del gozo estamos con las manos ocupadas. La nueva novela de Juan Tallón , « Rewind » (Anagrama), comienza con una descripción así, de lo perfecta que fue la vida un día. Unos estudiantes, guapos y felices a rabiar, van a celebrar la enésima fiesta en su piso de Lyon para demostrar al mundo, otra vez, que profesan la religión de la despreocupación, que es la única que existe en la juventud, por otra parte. De repente, una explosión brutal cambia sus planes: saltan por los aires ellos y su casa, y varias biografías quedan reducidas a un montón de añicos. De cómo se las ingenian los personajes para unir y pegar los trozos, de cómo se recomponen o reinventan, es de lo que trata este libro, que tiene cinco narradores y dos verdades: la del azar y la del estilo.

—El arranque de «Rewind» es la felicidad perfecta. Dan ganas de quedarse a vivir en esas primeras páginas de despreocupación y juventud en Francia. Es como un gran paraíso perdido.

—A veces, para contar una historia tienes que empezar a contarla antes de que se produzca. El gran trauma de la novela llega en mitad de un día perfecto, con unos protagonistas veinteañeros que creen, en fin, que el mundo no va a darles nunca la espalda, que tienen una gran fe en el futuro, aunque nunca piensen en él. Se sienten fuertes y no lo son, obviamente. Uno de los grandes temas de la novela es la fragilidad: cómo las cosas se rompen para siempre de un modo inesperado.

—Y en un instante, además.

—No es algo que se vea venir. No es algo que uno intuya que vaya a producirse.

—Aunque la historia del libro es triste, tristísima, parece que hay detrás un aliento vitalista: la vida continúa, después de todo.

—No es una novela triste, sino una novela de cómo la vida nos da la espalda y cómo nos giramos sobre nosotros mismos y seguimos adelante. Se trata de continuar. Las cosas ya no van a ser como eran antes: no vas a volver a la casilla de salida. Tienes que inventarte un nuevo cero a partir del que crecer. Vas a ser otra persona, pero vas a seguir siendo persona. Y las personas no estamos hechas para la derrota, como decía Hemingway. Nos caemos, pero nos levantamos.

—Es curioso, porque Paul, el protagonista, renuncia a la pintura para sobrevivir. Es todo lo contrario a esa creencia, tan extendida, de que el arte nos salva, de que tiene un efecto sanador.

—El arte nos salva. ¿De qué? De nada. Yo creo en los efectos transformadores del arte, de la literatura, para quien la escribe y para quien la lee. Pero atribuirle capacidades salvíficas… No sé, no acaba de encajarme.

—En un mundo gobernado por el azar, como el que describe, ¿dónde colocamos la libertad? ¿Qué espacio tiene?

—Es evidente que a veces todos somos víctimas del azar. La vida es en gran medida aleatoria. Tú tomas decisiones y crees que tomas el control, y vivir consiste en esencia en intentar llevar el control de las cosas que te afectan, pero vivir también implica aceptar que hay cosas sobre las que nunca vas a tener el control. Y te rindes a ello. No puedes estar lamentándote o pensando en los reveses que puedes sufrir sin haberlos causado tú.

—Se trata de eso, ¿no? De someterse a lo inevitable.

—Estar preguntándose continuamente por qué tuvo que pasarte a ti una tragedia te conduce a una espiral en la que si no tienes suficiente fuerza no sales. Se trata de dejar de preguntarte por qué. No es olvidar, es vivir.

—¿Escribe desde la experiencia?

—El libro nace de la pura inventiva y la ficción total. Pero uno llena los personajes que inventa con la energía que tiene.

—Le cito: «Tiendo a creer que, en último término, el ser humano añora solo la belleza». ¿La belleza es la felicidad?

—Yo creo que cuando se rompe la felicidad, y vivimos un duro momento, tendemos a idealizar el momento anterior, a recordarlo como un momento de gran belleza. La memoria de la felicidad, con el tiempo, con la pérdida, tiende a convertirse en memoria de la belleza. Es difícil, además, que la felicidad consista en algo feo o desagradable.

—Hablemos del título: el rewind es lo contrario del olvido, la memoria constante del horror.

—No puedes desmemoriarte de tus tragedias, sobre todo cuando parece que su onda expansiva ni siquiera se ha calmado. El pasado no es algo que esté tanto detrás de ti como a tu alrededor, es algo que te envuelve. Y las cosas que te envuelven están por detrás, por arriba, por debajo y también por delante. El pasado no es solo algo que pasó: es algo que pasó y vuelve a pasar.

—Parece un mecanismo de tortura.

—Sí, pero del que es casi imposible librarse.

—Por cierto, el tono de la novela parece más contenido de lo habitual en su obra, como si hubiese atado en corto el estilo.

—A medida que los autores evolucionan lo hacen también sus herramientas literarias. La tendencia natural es al desprendimiento, a la sencillez, a la claridad, a poder ir un poco más lejos con un lenguaje más directo y depurado. O al menos yo lo vivo así, como un proceso natural.

—Dice Ricardo Menéndez Salmón que la la narrativa es un arte de madurez. ¿Está de acuerdo?

—Puede ser, aunque estos argumentos de pronto pueden quedar deslegitimados por un autor que escribe una obra maestra a los veintidós años. Pero sí, a medida que maduras lo hace también tu voz, tu estilo, la profundidad de lo que buscas. Aunque la madurez no es algo que se va conquistando continuamente. La madurez se ve atacada por la decrepitud. Hay un momento, aunque uno no se dé cuenta, en el que empieza su cuesta abajo. No sé, quizás haya unos años en los que uno es particularmente productivo, incisivo, sugerente, ingenioso. Lo dramático es que a veces no te das cuenta.

—Y quizás sea mejor así.

—No sé, alo mejor es conveniente darse cuenta y parar.

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