Juan Gómez-Jurado

La voz irrepetible de Rodrigo Cortés

«Rodrigo escribió 'Los años extraordinarios' como hace él las cosas, sin contarlas; simplemente haciéndolas. Aún recuerdo el día en que me invitó al pase de una película suya que acababa de montar, y yo, su amigo, descubrí en aquella sala que su protagonista era Robert De Niro»

Rodrigo Cortés Ignacio Gil
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Rodrigo Cortés ha escrito un libro. Da igual cuándo lean esto porque Rodrigo Cortés hace las cosas que todos hacemos (estar, ser, hablar, pensar) de una manera tan distinta a todos, trascendiendo de tal modo contingencias y modas, que se diría que está siempre escribiendo algo tan duradero, tan alejado del bullicio, tan digno de ser revisitado como es un libro. 

Pero es que ahora, justo ahora, justo hoy, coincide que Rodrigo Cortés saca libro, un libro de los de verdad (no todos los libros lo son), de esos con páginas grabadas a fuego, de los que, en las mejores ocasiones, alcanzan en sus páginas manchadas significado verdadero. 

Soy amigo de Rodrigo Cortés, él sabrá por qué, aunque me gusta pensar que esa es de las cosas que él mismo es incapaz de explicarse; lo soy como lo son los amigos, más allá de toda lógica. Y, claro, si Rodrigo saca libro —y más un milagro como este— me veo en cierta obligación de escribir sobre él; sobre el libro, digo; escribir sobre Rodrigo sería para mí inabarcable. Pero no se engañen: nada de lo que vaya a decir tiene origen en nuestra amistad, sino en una de las obras más bellas que haya tenido nunca entre mis manos y que podría haber escrito mi peor enemigo con igual diagnóstico.

Rodrigo escribió ' Los años extraordinarios ' como hace él las cosas, sin contarlas; simplemente haciéndolas. Aún recuerdo el día en que me invitó al pase de una película suya que acababa de montar, y yo, su amigo, descubrí en aquella sala que su protagonista era Robert De Niro

Así que, claro, no supe que Rodrigo escribía hasta que el libro estaba ya acabado y tuvo a bien mandármelo. Así hace él las cosas: sin dar la tabarra, sin pedir consejo ni permiso. Sin pedir ayuda y sin molestar. Es siempre violento recibir la obra de alguien a quien admiras o quieres, que con él las cosa se confunden. Existe el vértigo de que no te guste y el pánico a tener que decírselo. Existe, aún peor, la horrorosa posibilidad de que te parezca mediocre y ante eso nada tengas que decir. 

Pero abrí el libro de Rodrigo y me encontré a Rodrigo mismo, su manera de encadenar pensamientos profundos con un humor desarmante que nunca está vacío, su forma de elegir las palabras como el artesano de 'Toy Story' elegía, entre cien, la aguja perfecta para arreglar el brazo de Woody, su total alergia al dogmatismo, a tratar de explicarte la vida según Rodrigo, a dejarte, más bien, el cristal del escaparate lo más reluciente posible para que seas tú quien elijas lo que llevarte de esas páginas. 

No es un juicio de amigo, por tanto: es un juicio de escritor. La lisa y llana verdad. Rodrigo no es aquí un amigo, es una pluma prodigiosa que ha escrito una novela prodigiosa, la misma que me habría maravillado si no lo conociera en absoluto. Rodrigo no es aquí un amigo, es un escritor acomplejante y una voz irrepetible , tanto un poeta como un disparatado bromista como un narrador al que la literatura le fluye por las venas, que huye como de la peste de toda solemnidad. No me está costando decir que, a falta de mejor palabra, 'Los años extraordinarios' es una preciosidad, una joya imposible, tan fuera de su tiempo como de cualquiera de los tiempos, es decir, tan perdurable. No me está costando recomendarles que se hagan con él cuanto antes y lo degusten despacio, como ya no se degustan las cosas. No me cuesta, porque el libro, ya lo verán, va a responder por mí. Verán que se emocionan y ríen a carcajadas, que se conmueven por su belleza y por su indescriptible libertad. Como les contaba, cuando abrí el libro, ahí estaba Rodrigo mismo, y les aseguro, como degustador privilegiado, que una porción de Rodrigo Cortés es un tesoro. Ya me lo dirán.

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