José María Pozuelo Yvancos
El Nadal, premio entre los premios
«Presentarse al Nadal es querer ser literatura. Lo hacen jóvenes valores que quieren parecerse al hacerlo a aquella que lo ganó por vez primera»
No hace falta, como ocurre este año, que sea el centenario de Carmen Laforet para que en la historia literaria haya quedado el premio Nadal unido a su novela ‘Nada’, que lo obtuvo por vez primera en 1944. Una desconocida, mujer, joven de veintidós años que significó para ese premio un desafío, pues todo el mundo que se presentaba después aspiraba a escribir una novela de calidad semejante. En este premio ha ocurrido muchas veces, porque se significó como el premio por antonomasia, netamente más literario que comercial, a la altura del que luego sería el otro gran premio mítico, el Biblioteca Breve de Seix Barral.
Los buenos, o ganaban el Nadal o el Biblioteca Breve. Luego vendrían Anagrama y otros, pero no puede olvidar este premio que lo ganó muy pronto, en su cuarta edición (1947), otro desconocido, un joven de Valladolid llamado Miguel Delibes , que con ‘La sombra del ciprés es alargada’ se vinculó ya para siempre a la editorial Destino, y muy pronto lo obtendría un extraterritorial llamado Rafael Sánchez Ferlosio con ‘El Jarama’ (1955), otro hito en la historia literaria. Hay una propiedad del premio Nadal que me parece importante señalar: premia con mucha frecuencia a la literatura escrita por mujeres, y lo hizo antes de que a nadie se le ocurriera esa justicia. De manera que el que lo haya ganado Inés Martín Rodrigo y el año anterior lo hiciera Najat el Hachmi o un año antes Ana Merino , tres mujeres, no resulta raro en un premio que las reconocía cuando nadie lo hacía.
Pongo por testigo a Dolores Medio, Elena Quiroga, la jovencísima Martín Gaite de ‘Entre visillos’ (1955) o la primeriza Ana María Matute de ‘Primera memoria’ (1959). De modo que podría escribirse un capítulo de la historia de la literatura española de los siglos XX y XXI sin salirnos del Nadal. Encontraríamos allí, tras lo enumerados, a Álvaro Cunqueiro, a Francisco Umbral, a Álvaro Pombo, y entre los posteriores a alguno ya consagrado cuando lo ganó como Antonio Soler, pero otros que eran primerizos como Lorenzo Silva o Eduardo Lago o estaba empezando a conocerse como Alicia Giménez Bartlett. Presentarse al Nadal precisamente porque es el más humilde económicamente de los premios literarios es querer ser literatura. Lo hacen jóvenes valores que quieren parecerse al hacerlo a aquella que lo ganó por vez primera, cuando nadie la conocía. Un premio literario no debería ser otra cosa nunca.