John Keats: el poeta que pasó una cuarentena en Nápoles escribiendo de amor

En octubre de 1820 el escritor se fue a Italia por recomendación médica. Al llegar a la ciudad italiana tuvo que pasar diez días confinado en su barco por miedo al tifus

Retrato de John Keats por William Hilton WP

Juan Carlos Delgado

Es octubre de 1820 y John Keats huye del frío. Deja atrás Inglaterra y se entrega a Italia y a su clima soleado. Italia, paraíso terrenal, templo de belleza, esperanza de una vida mejor. El poeta marchó allí buscando salud, una cura climática a su tuberculosis, que cada vez pintaba peor (rojo carmesí en su almohada), y le hostigaba con el recordatorio constante de la muerte. Quizás el sol, tal vez el sol podría cambiar las cosas...

Es octubre de 1820, y su barco, el Maria Crowther, llega a Nápoles . Keats viaja con su amigo, el artista Joseph Severn. La ciudad sospecha, porque pueden venir enfermos. La historia se repite, pero con nombres diferentes: esta vez al miedo se le llama tifus, y la cuarentena dura diez días. Una cuarentena, eso sí, con vistas al mar, y el Vesubio bien cerca: otro gran memento mori .

Al incicio de su confinamiento, el poeta decide escribirle a la madre de Fanny Brawne , su amada. «Unas pocas palabras le dirán qué tipo de pasaje tuvimos, y en qué situación nos encontramos, y pocas deben ser a causa de la cuarentena, ya que nuestras cartas pueden abrirse con fines de fumigación en la oficina de salud. Tenemos que permanecer en el barco diez días y actualmente estamos encerrados en un nivel de barcos. El aire del mar ha sido beneficioso para mí en una medida tan grande como el mal tiempo y el mal alojamiento y las provisiones han hecho daño. Así que estoy como estaba», le cuenta.

Luego empieza a hablar de Fanny: «No me atrevo a pensar en Fanny, no me he atrevido a pensar en ella. Lo único que me he permitido en ese sentido ha sido pensar durante horas en encargar que pongan el cuchillo que me regaló en una funda plateada, su cabello en un guardapelo y la cartera en una redecilla dorada. Enséñele esto», le pide. Luego, dos declaraciones de amor . Esta: «Puedo soportar morir, no puedo soportar dejarla. ¡Oh Dios! ¡Dios! ¡Dios! Todo lo que tengo en mis baúles que me recuerda a ella me atraviesa como una lanza». Y esta: «Dígale a Fanny que la quiero».

Fechada el 1 de noviembre de 1820, fue la única carta que sobrevivió de aquel episodio de confinamiento. Más tarde, ya tierra firme, pero aún en Nápoles, le vuelve a escribir a la madre de Fanny: «Tengo miedo de escribirle, de recibir una carta de ella, de ver que su letra me rompería el corazón, incluso de escucharla de todos modos, ver su nombre escrito sería más de lo que puedo soportar».

El resto de la histoira es trágica. De Nápoles se va a Roma, pero allí su enfermedad se agrava y termina matándole. A las cuatro de la tarde del 23 de febrero de 1821 pronuncia sus últimas palabras, dirigidas a su amigo Joseph Severn : «Severn, yo… incorpórame… me estoy muriendo… moriré tranquilamente… No te asustes… sé fuerte… y gracias a Dios que esto se acaba».

Hoy yace enterrado en el cementerio protestante de Roma. Se despidió, claro, con poesía, con este epitafio: «Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua».

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