Jean Canavaggio: «Mérimée contribuyó a borrar la imagen de la españolada»
El cervantista publica «Las Españas de Mérimée», un libro en el que rescata al autor francés y al mito de Carmen de su caricatura
Jean Canavaggio , uno de los grandes hispanistas de nuestro tiempo, acomete un proyecto heroico : salvar al personaje mítico de Carmen del infierno de las españoladas para reinstalarlo en el corazón de las primeras visiones modernas de una España en busca de su nuevo puesto en la historia de Europa.
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El nuevo libro de Canavaggio, «Las Españas de Mérimée» (Centro de Estudios Europa Hispánica), se adentra por la tupida fronda de la gran literatura de los viajeros europeos que descubrían la España del XIX, devolviendo a Mérimée y su Carmen un puesto privilegiado, muy alejado de la historia castiza de la españolada ignorante y caricaturesca.
—No se le escapa que la Carmen y la España de Mérimée tienen muy mala prensa, bien justificada las más de las veces.
—Sin duda. De ahí, en cierta medida, mi interés en rescatar al personaje y al escritor, para devolverles su nobleza. De entrada, se impone un recuerdo básico. Carmen fue, primero, el personaje de Mérimée y, poco más tarde, el personaje de la ópera de Georges Bizet, con libreto de Ludovic Halévy y Henri Meilhac. Ambos personajes han sido objeto de grandes interpretaciones y de grandes mistificaciones.
—Nietzsche pensaba que la Carmen de Bizet era algo así como la encarnación de un personaje «dionisíaco», que él admiraba profundamente.
—Bueno. La otra cara del personaje es su conversión en un estereotipo canónico de la españolada. El personaje y su creador, Prosper Mérimée, merecen lecturas más justas y modernas.
—¿Por qué?
—Mérimée no se dejó llevar por la curiosidad de un mero turista. Si bien es cierto que, en 1830, recorre durante seis meses el País Vasco, las dos Castillas, Andalucía y Valencia, el descubrimiento que significa para él este viaje viene a estimular un interés nacido durante su mocedad y cuya primera muestra significativa resulta ser una brillante superchería literaria, el Teatro de Clara Gazul. Más adelante, con motivo de sus sucesivas estancias en la casa madrileña de la condesa de Montijo y en su quinta de Carabanchel, el trato que mantiene con algunos representantes de la España ilustrada –el conde de Toreno, Amador de los Ríos, Pascual de Gayangos, Próspero de Bofarull y, last but not least, Serafín Estébanez Calderón– le permite ampliar y profundizar un conocimiento del país vecino con el cual no se puede comparar la curiosidad experimentada por los viajeros románticos, más atentos a un pintoresquismo un tanto superficial.
—Sin embargo, ese interés y conocimiento de fondo, estuvo empañado muy pronto por las visiones más o menos «folclóricas» y «pintorescas» de su legado como hispanista de altos vuelos.
—No se crea... Menéndez Pelayo, que fue el gran patriarca de la erudición española, estimaba que Mérimée conocía España mucho mejor, por ejemplo, que Victor Hugo, el gigante de la literatura francesa del XIX.
—¿Cuándo y cómo comenzó el interés de Mérimée por España?
—Muy pronto. Y de manera muy significativa. Siendo estudiante, Mérimée comenzó con el griego y el latín. Pero, ya bachiller, decidió profundizar su conocimiento del inglés y el español. Ese interés primero le llevó a leer en el original castellano a Calderón, Lope y Cervantes. A partir de esa matriz cultural creció un interés profundo, que tuvo muchas manifestaciones, incluso políticas, diplomáticas.
—¿Qué quiere decir?
—Mérimée conoció muy pronto los horrores de la Guerra de la Independencia española contra las tropas de Napoleón, que los soldados franceses contaron con detalle y horror a su vuelta a Francia. A partir de ahí, y tras su descubrimiento de los clásicos españoles, Mérimée se indignó profundamente contra la intervención militar decidida por la Santa Alianza, durante el Congreso de Verona. Cuando Chateaubriand, el gran clásico francés, ministro de Asuntos Exteriores, decidió la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis, el joven Mérimée estuvo radicalmente en contra de una intervención militar destinada a defender el Antiguo Régimen, como abogaba Fernando VII, para poner fin al Trienio Liberal. Ante el conservadurismo político de Chateaubriand, Mérimée defendía puntos de vista mucho más liberales para una España más próxima de Europa.
—¿Cómo evolucionó ese primer descubrimiento de España?
—De manera muy rica y diversa. Hay un Mérimée gran conocedor y estudioso de Cervantes y los clásicos españoles, por ejemplo. Hay un Mérimée que tiene mucho de historiador, «reconstruyendo» otros rostros de España. Hay un Mérimée «descubridor» de los muy distintos rostros de España, de la cultura a la vida cotidiana. Hay un Mérimée cronista y viajero que da cuenta de los muy distintos rostros de España, a través de su correspondencia y conocimiento directo de la diversidad española.
—¿Qué aporta Mérimée a la historia del hispanismo y al descubrimiento europeo de la España del XIX?
—Desde esa perspectiva, hay que recordar no solo sus novelas, «Las almas del purgatorio» y «Carmen». Es importante rescatar sus estudios sobre el pasado histórico de España, sus escritores y sus artistas, así como sus agudas observaciones sobre las vicisitudes de la vida política, durante el agitado reinado de Isabel II, tal como se desprende de su rico epistolario. Entre otras muestras de su afición, cabe señalar una pasión por Cervantes que se revela en una de sus primeras contribuciones, anterior a su viaje de 1830, y que va a perdurar hasta las últimas semanas de su vida. En la prehistoria del hispanismo francés, su hispanofilia marca un hito significativo en la historia de los intercambios culturales hispano-franceses.
—¿Qué hay de actual en ese legado del viajero francés, europeo, descubriendo una España que buscaba su puesto en Europa?
—En el XIX, España había de ocupar el lugar que fue el suyo en épocas anteriores y política exterior, como ha mostrado Santos Juliá, y que se regía por la constante búsqueda de un difícil equilibrio entre las respectivas influencias de Gran Bretaña y Francia. A partir de ahí, es una evidencia el interés que suscita España entre los escritores y viajeros europeos, franceses e ingleses, entre otros, claro está. Mérimée se encuentra entre los viajeros que se interesaron de manera más profunda, descubriendo una España mal conocida más allá de los Pirineos. Baudelaire descubrió a Europa el puesto de Goya y la gran pintura española en los orígenes de la modernidad pictórica. Mérimée contribuyó a descubrir una España que estaba muy lejos de la españolada pintoresca.