Javier Sierra

Carlos Ruiz Zafón, un tímido de diploma

«Cuando leí "La sombra del viento", y los títulos que completarían la saga zafoniana, me di cuenta de que Carlos vivía "de gafas adentro". Tras los gruesos cristales que protegían su mirada se abría un mundo sensorial, mágico y cargado de una nostalgia por Barcelona que solo explicaba su exilio en los Estados Unidos»

Javier Sierra

Creo que no olvidaré nunca la primera vez que me crucé con Carlos Ruiz Zafón . Fue en el despacho de nuestra común –y muy querida– agente literaria, Antonia Kerrigan . Debía correr el año 2006. «La sombra del viento» era ya un fenómeno mundial y Antonia y yo despachábamos sobre el lanzamiento internacional de mi novela «La cena secreta», que prometía irle a la zaga. «La literatura española está de moda», me decía Antonia. «Y eso es, en gran medida, gracias a Carlos». En ese momento, y como si la escena hubiera sido cuidadosamente coreografiada, Ruiz Zafón se asomó a la puerta del despacho. Yo no sabía que estaba en la agencia. Carlos nos miró, quizá incomodo por encontrar a alguien en ese despacho al que no había visto nunca. Hizo un gesto de despedida a Antonia y se perdió tras la puerta.

Ese día supe que Carlos Ruiz Zafón era un tímido de diploma , un hombre al que le costaba un mundo abrirse a nuevas personas, y mi conversación con Antonia terminó orientándose a cómo, a menudo, lo que la mayoría puede considerar un «defecto», en literatura se convierte en combustible. ¡Y qué combustible!

Cuando leí « La sombra del viento », y los títulos que completarían la saga zafoniana, me di cuenta de que Carlos vivía «de gafas adentro». Tras los gruesos cristales que protegían su mirada se abría un mundo sensorial, mágico y cargado de una nostalgia por Barcelona que solo explicaba su exilio en los Estados Unidos. Ahora –qué cosas– los exiliados somos sus lectores. Somos nosotros los que hemos perdido para siempre a un generador de historias que ya no nos llegarán y que, con suerte, tendremos que imaginar apiladas en alguna de las laberínticas estanterías del cementerio de los libros olvidados. Yo, al menos, sé dónde buscarlas: junto a la obra maldita de Julián Carax .

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