James Ellroy: «La actualidad me importa un bledo»
El escritor estadounidense visita estos días nuestro país para presentar «Esta tormenta», nueva entrega del segundo «Cuarteto de Los Ángeles» en la que entierra, definitivamente, al fantasma literario de su madre
Lo bueno de tener 71 años y estar sano, según James Ellroy (Los Ángeles, 1948), es que mantiene la memoria intacta. Doy fe, porque, en cuanto me ve, me reconoce de la última vez que coincidimos , hace ya cuatro años. Entonces, acudimos a un recital de piano de Stephen Hough del que salió bastante decepcionado («La próxima, escoge mejor», bromea) y compartimos mesa en uno de esos restaurantes madrileños de cuarta gama que sirven hamburguesas clónicas. Pero sus recuerdos más nítidos proceden de un tiempo pasado que no siempre fue mejor. Ellroy se acuerda, con precisión, de la Guerra Fría , de aquellos años en los que parecía que todo podía saltar por los aires en cuanto a Kennedy o a Kruschev les diera por estornudar. También, de la Revolución Húngara contra la dominación soviética, que dejó miles de muertos. Incluso conserva en su retina las imágenes del ataque a Pearl Harbor que le fascinaba ver, de niño, en los números atrasados de la revista «Life» apilados en su casa.
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Esos recuerdos son la prueba de que de la Historia no siempre se aprende y, también, de que puede que vivamos tiempo convulsos, sí, pero los hubo peores, mucho peores. Y hasta ahí todo lo que el escritor estadounidense está dispuesto a opinar sobre la actualidad. Lo suyo es el pasado, y por eso escribe (a mano) de él. En concreto, de 1942, año en el que arranca «Esta tormenta» (Literatura Random House), nueva entrega del segundo «Cuarteto de Los Ángeles» en la que da rienda suelta a sus mayores instintos literarios mientras transcurre la Segunda Guerra Mundial .
Sus libros son siempre muy exigentes con el lector, pero quizás esta última novela lo sea aún más, casi nos ha retado…
Le diré varias cosas que hacen que «Esta tormenta» sea única, singular. Es la expresión más perfecta de mi nuevo estilo. He llevado la concisión y brevedad a su máximo extremo. Es mi libro más complejo desde un punto de vista emocional y político. Se accede mucho más a la vida interior de los personajes que en cualquiera de mis anteriores obras. Y, aunque sea un libro de gran violencia, es el más divertido.
¿De veras?
Sí.
¿Por qué?
Porque juego con la política para reírme. Las cosas ridículas que hacen los fascistas, los comunistas…
Los nazis…
Sí, toda esa gente, me río de las cosas absurdas en las que creen y también me río de ellos. ¿Qué me dice de la liga nazi negra? ¿O de los afroamericanos a los que les gusta Hitler? En Estados Unidos hay un gran descontrol después del ataque de Pearl Harbour, y en Los Ángeles concretamente: la gente se daba al alcohol… Los policías siempre han bebido mucho, y siempre lo harán.
Usted tiene una relación muy peculiar con la Policía…
Me encantan los polis, me encantan, me gustan mucho esos tipos.
¿A pesar de todo?
Sí, no me importa la cantidad de mierda que hagan. Me caen bien. Evidentemente, yo no haría muchas de las cosas que ellos hicieron en 1942, pero estamos hablando de un trabajo que es producto de mi imaginación. Eso sí, tengo que decir que la Policía es la gente más promiscua que yo he conocido, más incluso que la gente del mundo del cine y del rock. Y encima están en la Segunda Guerra Mundial… La gente está erotizada, por así decirlo.
Está claro que es una época apasionante de la historia de Estados Unidos.
¡Sí!
Y creo que esta novela también nace de su obsesión por ese momento.
Yo siempre he mirado atrás.
¿Por qué?
La verdad es que no lo sé. Empecé a leer cuando era muy pequeño.
¿Qué edad tenía?
Tres años y medio. Mi padre me enseñó a leer. Era un niño solitario, no tenía hermanos ni hermanas, pasaba mucho tiempo solo, me gustaba leer y me encantaba leer esas pilas de números de la revista «Life» que había en mi casa. Siempre me fijaba en el pasado. Esa es la fuente de mi curiosidad. Cuando murió mi madre, yo tenía diez años y mi curiosidad se desvió hacia el mundo delictivo, la conducta psicosexual, las investigaciones policiales…
¿Buscaba respuestas?
Probablemente, inconscientemente sí. Lo que quería era emocionarme, que me conmovieran las cosas, pasarlo bien, disfrutar. No he leído muchos libros, aparte del género negro. Por ejemplo, intenté leer un libro de Faulkner y… (hace ruidos simulando que ronca) era soporífero.
¿Qué libro era?
Quizás fuera «Luz de agosto» o «El ruido y la furia», no me acuerdo. Me aburre, prefiero leer una novela negra, francamente. Además, siempre me ha interesado el pasado.
Antes ha mencionado la muerte de su madre. Su fantasma vuelve a estar presente en esta novela.
Sí, es Joan Conville. Pero es la última vez, no aparecerá más en mis libros.
¿Y ha llegado a convivir de forma pacífica con su fantasma?
Sí, hace mucho tiempo.
Me sorprende su desapego con respecto a la actualidad, su desinterés hacia ella.
Me interesan otras cosas, no quiero escribir sobre algo de lo que escribe todo el mundo. Este es mi lugar, y mi lugar es el pasado, no el presente. No soy un periodista y tampoco estoy aquí para exponer a nadie ahora, no me importa, no me interesa. Lo único que hay ahora es ruido.
Sí, pero tenemos que vivir con ese ruido.
Yo no, yo lo ignoro.
¿Y cómo lo hace?
Simplemente lo hago, es muy fácil. No leo los periódicos, no veo los telediarios, no hablo con mis amigos sobre temas de actualidad… Me importa un bledo.
De algún modo, los escritores usan la ficción para entender mejor la realidad que les rodea. Pero me temo que no es su caso…
No, no lo es. Si alguien quiere decir que este libro refleja el Estados Unidos actual o el mundo actual, que lo diga, pero yo no lo creo, no es así. Es un mundo que se desvaneció y a mí me gusta vivir en él.
¿Y cómo vive en ese mundo?
A mí me gusta estar solo, me aíslo. Me gusta pensar, me gusta reflexionar y me gusta trabajar. Y mi carrera no ha terminado todavía, quiero escribir grandes novelas.
Acláreme su fijación con Orson Welles. No es alguien que a mí me caiga especialmente bien, pero en la novela… hasta me llega a dar pena.
¿Por qué no le gusta Orson Welles?
Me resulta antipático, un pretencioso.
Estoy de acuerdo con usted. ¡Es la pretensión con patas!
Pero decir eso no es muy políticamente correcto…
¿Por qué? Puede decir lo que quiera de quien quiera, lo que le de la gana. ¿Qué ocurre si dice: «Creo que Orson Welles es un pretencioso»? ¿Le van a señalar con el dedo?
¿Y si le digo que a mí «Ciudadano Kane» me parece una película aburrida?
Es que es tan aburrida… Es una película estúpida y pretenciosa.
Me alegra que coincidamos, porque no es una opinión muy popular.
Lo que hace es una mierda. Y además era un gordo, por eso le llamo «El Gordo» (grita, en español).
Me gusta, porque últimamente tengo la sensación de que yo misma me estoy sometiendo a esa especie de dictadura de lo políticamente correcto que se está extendiendo, poco a poco, como un virus por toda la sociedad.
Sí, pero ¿sabe qué pasa? Es sólo en las artes.
¿Sólo, usted cree?
Sí, sí, de verdad. A la mayoría de la gente le importa un comino lo que tú digas. Sí existe la dictadura de lo políticamente correcto en las artes, pero este libro… ja, ja, ja (hace un corte de manga)... Vaffanculo! (ríe).
Hemos hablado de Orson Welles y no he podido evitar acordarme de Hollywood y sus experiencias allí, no muy buenas, creo. ¿Aquello terminó para usted?
No me van a volver a contratar, se acabó. Escribí guiones, pero tengo que reconocer que lo hice por dinero y ahora tengo una pensión del gremio de guionistas, lo cual está muy bien. Además, los guiones que yo escribí fueron revisados por otros, y las películas que hicieron de esos guiones eran malas, pésimas.
¿Ahora suele ir al cine?
No, pero sí he visto una película hace poco que me ha gustado muchísimo, y además es un cambio, porque nunca me gustaron las películas de ese director.
¿Qué película es?
La última de Tarantino, «Érase una vez en Hollywood». Es la mejor película de la historia sobre Hollywood, es muy, muy buena. Son casi tres horas de película. Tengo que decir que del señor Tarantino he dicho todo tipo de horrores, pero ahora me arrepiento, le debo una disculpa.
Bueno, ¿qué mejor momento que este?
Tiene razón: lo siento mucho, me disculpo, amigo (ríe).
En alguna ocasión ha dicho que su límite es 1972, que nunca escribirá algo que suceda en años posteriores. ¿Por qué?
Porque a partir de ese momento no hay nada que me interese, y lo sabía, mi intuición me lo había dicho. La mayoría de la gente que hizo cosas entonces está viva, el Watergate, todo eso sigue activo y todo el mundo ha escrito al respecto. Yo tuve que mirar atrás y crear mi propio territorio.