Ignacio Peyró: «Ser español desde la distancia es una cosa curiosa»
El escritor y director del Instituto Cervantes de Londres publica la primera entrega de sus diarios bajo el título de «Ya sentarás cabeza» en Libros del Asteroide.
En esta sociedad al por mayor y con prisas para todo, escribir de las cosas pequeñas en la intimidad de un diario parece una empresa quijotesca. Esas son las que agradan a Ignacio Peyró –Madrid, 1980–, que en 2014 publicó un tratado de más de mil páginas sobre la cultura inglesa. Ahora llega a las librerías « Ya sentarás cabeza » (Libros del Asteroide) que compendia anotaciones desde el año 2006 al 2011. La labor del diarista consiste en buscar la palabra precisa para la cotidianidad que no tiene hueco en un periódico. El escritor de diarios va puliéndose a sí mismo mientras escribe, porque, como puntualizó Pla, «la mejor literatura es la que se hace de uno mismo».
Decía el poeta Enrique García-Máiquez que «escribir un diario no consiste en contar intimidades, sino en construir tu intimidad. Aunque desde lejos cueste ver la diferencia, son cosas completamente contrarias y hasta contradictorias».
—¿Cuándo sentó usted cabeza?
—Si no sientas la cabeza tú, la vida te la va asentando. El diario hace referencia a un periodo que es de última juventud, me coge con poco más de treinta años, que es el periodo en el que termina los formación y ya tiene que ir tirando uno solo.
—¿Por qué alguien escribe diarios todavía?
—Por muchos motivos: por costumbre, por inercia. Yo empecé muy joven, como todos, a tomar notas. Creo que por la angustia del tiempo vivido que se va o una frase feliz que igual no vuelve. También por un sentido del honor hacia la palabra o de fe en la literatura… Por muchos motivos. Pero sobre todo por continuar con una tradición en la que nosotros todavía nos hemos criado. Para ser un diarista íntimo, soy muy pudoroso. Es verdad que no me interesan los escándalos, pero el diario, por ser el género que es, tiene el riesgo de pasarse, de ser un poco lenguaraz.
Lo que sí tenía claro desde que empecé a escribir diarios, es que tiene que ser menos mi vida que la vida ante mis ojos.
—En estos diarios hay mucho de muchos escritores, pero sobre todo cierto oido de poeta y empeño por la adjetivación fina.
—Los periodistas empezamos leyendo mucha poesía y mucho articulista. Todo está ahí y más en cosas que uno escribe a los veintitantos. Pla, Azorín, Baroja, me gustan mucho. Son de lo que más me gusta, por citar tres. Durante muchos años he estado muy obsesionado con la literatura y la lengua y la cosa española e intentando poner de lo mío.
—Hay una pregunta que a todo joven escritor le exaspera y es la de esos familiares que, como recordaba en una anotación de este volumen, no dejan de preguntar cuándo va a publicar un libro.
—En mi caso ya van cuatro. Yo llegué a los treinta sin obra. Había publicado libros de encargo, para el Banco Santander, para Roca –los de los retretes, puntualiza Peyró–, eran libros de encargo, algunos muy laboriosos donde es verdad que salías en los créditos, pero poco más. Entonces yo me dije: esto quiero cambiarlo, pero no tengo nada que pueda vender hoy. Y es que no soy especialmente revolucionario, no me interesa el éxito por escándalo, entonces no tenía nada que hacer. No soy un Brad Pitt que se pusiese a escribir, así que en verdad para llamar la atención podía hacer muy pocas cosas. Lo que hice fue escribir un libro de mil páginas, mi diccionario inglés –‘Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa.’ Fórcola Ediciones, 2014–. Vamos, que me llevó más de mil páginas llamar la atención. Después la editorial cometió la locura de editarlo, pero por suerte ha sido una alegría para todos. Y esta es una lección que en estos tiempos de escuelas de negocios no se promulga habitualmente, pero a veces las mayores locuras son las que la vida te premia. Por eso miro atrás y estoy satisfecho.
—Su anterior libro «Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida» (Libros del Asteroide), resultó un éxito. ¿Un diario tiene las mismas oportunidades?
—Yo creo que en España no quedan tan pocos lectores como se dice. A decir verdad creo que nunca hubo tantos como se dijo, ni que ahora quedan tan pocos. Las generaciones jóvenes y la digitalización te lleva a otras formas de expresión que ya no son las mismas, pero el tema obviamente importa. También importa que seas uno de esos autores de los que dices: me interesa lo que haces, me interesa lo que dices y cualquier cosa que publiques la miraré con atención. Eso es lo que uno intenta hacer y se consigue si tienes tu propia visión sobre las cosas y tu propia voz. Aunque hay gente, supongo, a la que esto le dará asco y gente a la que le parecerá maravilloso. Y el género del diario, precisamente, extrema esa cercanía autor-lector.
Creo que para este tipo de literatura siempre habrá hueco, siempre habrá lectores. Una literatura que, precisamente por no ser moderna, acusa mejor el paso del tiempo. Si lees novelas experimentales de los sesenta o setenta, no hay un sólo catedrático que sea capaz de sostenerlas ahora. En cambio coges cualquier página de Azorín y parecen escritas ayer mismo por la mañana.
—Hace una anotación en la que señala que la etapa periodística estuvo muy bien, pero es mejor mirarla con distancia.
—Yo voy a ser periodista hasta que me muera. Y en el Cervantes de Londres creo que se nota la preocupación por comunicar lo que hacemos. Es una sensibilidad que está ahí.
—Existe un tono continuo que recorre todas las páginas del diario, de cronista sentimental más que de periodista, que es el de un cierto Madrid que desaparece. ¿El suyo es de ‘Balmoral’ justo antes de que lo cerraran y pusiesen un Zara y el de Embassy?
—Yo pensé que nunca saldría de Madrid y está claro que volveré, lo que pasa es que no sé cuando. Aunque está bien dar algunas vueltas todavía. Ser español desde la distancia es una cosa muy curiosa. Hay que saber de dónde se viene, yo soy un animal muy nostálgico.
Y esto lo señala el autor que anota en una entrada de su diario: «No creo que sea un argumento nacionalista decir que los hombres y los chorizos tenemos que saber de dónde venimos».
—Hay en su diario también una añoranza del Vips que coincide con el libro del escritor Alberto Olmos, «Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad».
—El Vips aquel fue un gran invento organizado también en torno al papel impreso. Tenías libros, tenías unos saldos estupendos, una prensa magnífica. Fue una manera muy propia de abrazar la modernidad, además con una cosa que no había en otras ciudades. Fue un modelo que funcionó muy bien hasta que dejó de funcionar. Para los que hemos crecido en el 80 el Vips es algo importante. Yo en el Vips he desayunado, he tomado copas, he merendado… Era casi nuestro café. Supo hablar a los madrileños. El Vips era un sitio donde podías ir a comprar salmón ahumado, cosas infrecuentes hace veinte años, o galletas belgas. Era un sitio muy estupendo.
Para escribir un buen diario, más allá del talento literario, hay algo en lo que coinciden grandes autores como Delibes o Pla y es en la capacidad de observación. Y esa virtud es de la que hace alarde el entrevistado cuando a la última pregunta de esta entrevista sobre cómo está el panorama por Londres concluye: «nublado».