Idles, los buenos salvajes

La banda de Bristol arrolla a su paso por Barcelona con la presentación de 'Crawler', su cuarto trabajo

Joe Talbot, cantante de Idles, durante una actuación IDLES / FACEBOOK

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Mientras, tal y como rezan las crónicas, C Tangana anda revolucionando la música en directo desde las alturas de arenas y pabellones, a ras de suelo, donde el coronavirus y las restricciones se han ensañado especialmente, se vive una revuelta más modesta pero, en cierto modo, mucho más determinante: la del concierto de toda la vida. Con su sudor, su afonía y sus pistas a reventar. Con la cerveza volando por los aires y la electricidad brincando desde el escenario para mordisquear pantorrillas y posaderas. Si, ya saben: ese «free your mind and your ass will follow» que con tanto denuedo predicó George Clinton. Gloriosa involución para abrazar una normalidad que, ahora lo sabemos, nunca volverá pero que se parece bastante a lo que se vivió el miércoles en Razzmatazz. A saber: un eufórico y desbordante 'sold out' para dejarse arrollar por la apisonadora de Idles, puro nervio punk con triple refuerzo metálico, acabados hardcore y estribillos abrasivos.

Para muchos era el primer concierto (concierto de verdad, se entiende; no esos simulacros con sillas, mesas y distancia profiláctica) en meses. Años, incluso. Había quien, por ejemplo, no pisaba la sala barcelonesa desde que tuvo que ir ahí a hacerse el test de antígenos necesario para acceder al concierto-experimento de Love Of Lesbian en el Palau Sant Jordi en marzo de 2021. Otros contaban los días (764, calculaba un amigo) que hacía que no vivían algo parecido, abstinencia a la japonesa que, visto lo visto, no podía acabar de mejor manera que con los de Bristol dándose un atracón de intensidad e ímpetu eléctrico. Una celebración del rock más crudo y visceral, puro 2019 en su versión más inconsciente, cebándose con unas cervicales desentrenadas y unas lumbares (aún más) envejecidas.

Alguien definió un concierto de Idles como lo más parecido a fundir un abrazo y un puñetazo: un cóctel de ternura y brutalismo que en Barcelona se hizo sudor y carne, amasijo de cuerpos enredados en una pista a rebosar.

Un día, en algún lugar, alguien definió un concierto de Idles como lo más parecido a fundir un abrazo y un puñetazo: un cóctel de ternura y brutalismo que en Barcelona se hizo sudor y carne, amasijo de cuerpos enredados en una pista a rebosar. Una terapia de grupo que arrancó con la colosal 'Colossus', bloque de granito tallado a manotazos, y avanzó durante hora y media sin tregua ni respiro. Sólo guitarras ásperas, ritmos monolíticos de corte marcial y la metralla vocal de un Joe Talbot que ha conseguido desplazar el foco lírico hacia temas como la salud mental, las adicciones, la masculinidad tóxica y el duelo. Artillería pesada para una noche marcada por el estreno de 'Crawler', su cuarto álbum, y por el cada vez más refinado manejo técnico del atropello punk.

Arrolladoras sonaron 'Mr. Motivator', 'Mother', 'The New Sensation' y la muy oportuna 'War', con Talbot tomando impulso para acabar llegando a ese «we're all going straight to hell» desesperado, y asfixiante fue la atmósfera de 'Car Crash' 'y The Beachland Ballroom', latigazos recientes con los que dan rienda suelta a su cara más oscura. Tamaño aquelarre de electricidad y furia necesitaba un cierre a la altura, y nada mejor que el arrebato coral de 'Danny Nedelko', formidable sacudida y abrazo multicultural que dedican al cantante de Heavy Lungs, inmigrante ucraniano y amigo íntimo de la banda. Difícil olvidar ese estribillo que Talbot ni siquiera tuvo que cantar, ya lo hacía el público por él, y esa sensación de que, ahora sí, la salas quizá ya hayan empezado a recuperar el tiempo perdido.

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