Frédéric Beigbeder: «Escribir es una lucha contra la muerte»
El francés persigue la inmortalidad en «Una vida sin fin»
«Creo que es la primera vez que un escritor entrega su corazón de este modo en un libro», exclama de pronto Frédéric Beigbeder. Y, efectivamente, no le falta razón al incorregible autor de la explosiva y brutal «13,99 euros»: ahí está, en la página 92 de «Una vida sin fin» (Anagrama), un escáner coronario del escritor francés; un corazón en 3D con el que, como escribe acto Beigbeder a renglón seguido, «se ha superado una etapa de la historia literaria».
Vale, quizá esto último sea un tanto exagerado, pero el corazón del escritor francés, con sus arterias resplandecientes y su calcio coronario a cero, juega un papel determinante y central en «Una vida sin mi», novela con la que Beigbeder se lanza, literalmente, a la búsqueda de la inmortalidad. Una viaje en pos de la vida eterna que, aclara el autor, empezó como una novela realista, «casi un reportaje periodístico», pero se acabó escorando hacia la locura de lo fantástico y la ciencia ficción.
O, como matiza el propio Beigbeder, hacia la «ciencia no-ficción», ya que todos los descubrimientos, centros médico e investigadores que aparecen en el libro son reales. Es más: muchos de los tratamientos pasaron por su cuerpo y por sus venas antes de que «Una vida sin fin» llegase a imprenta. «Cuando me propusieron ir a Monterrey para que me inyectaran sangre de jóvenes fue cuando empecé a tener miedo de las consecuencias de este tipo de actos», desvela un autor que, antes de vérselas con la madre de todas las leyendas stonianas, ya había pasado por Ginebra, Viena, Nueva York, Jerusalén o Los Ángeles siguiendo el rastro de sabios y eminencias en reprogramación celular, digitalización cerebral y secuenciación del ADN.
«Espero que la novela sea leída como un viaje al futuro y al corazón de la humanidad», apunta Beigbeder sobre un libro que, generoso en humor ácido y en «peripecias delirantes y quijotescas», narra las pesquisas de un famoso presentador de televisión que emprende un viaje en busca de la vida eterna acompañado por su hija de ocho años.
«A medida que avanza la biotecnología y la ciencia crecen las preguntas sobre el futuro del ser humano y si para vencer enfermedades estamos dispuestos a renunciar a ser humanos», reflexiona el autor. Ese es, después de todo, el mensaje de fondo de una novela que si algo intenta es burlar a la muerte.
Porque al final, aclara Beigbeder, todo se resume en la aspiración del arte de «eternizar el tiempo» y convertir lo efímero en duradero. «El arte pretende ser inmortal», añade al tiempo que sugiere que «vencer a la muerte es el gran tema de la humanidad» y, por extensión, «la gran batalla de los escritores». «Escribir es una lucha contra la muerte», concluye.