Félix de Azúa: «El Reina Sofía es una plataforma de Podemos y el Prado un museo dedicado al turismo»

El intelectual publica «Volver la mirada», que reúne ensayos que certifican la muerte del arte actual

Félix de Azúa, ayer en Madrid Ignacio Gil
Jesús García Calero

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Félix de Azúa (Barcelona, 1944) acaba de publicar un libro en el que reúne sus ensayos sobre arte. «Volver la mirada» (Debate) nace con el buen criterio editorial de Andreu Jaume, que ha elegido conferencias, artículos y textos inéditos del autor que dibujan una historia del arte con -precisamente- una «mirada» muy singular. Parte de mucho antes de que el arte existiese y se adentra hasta nuestros días, en los que el arte como tal, según él lo entiende y explica, ha dejado de existir.

Azúa reta al lector, en sus textos late una enorme originalidad, en la que bullen historias concretas que reflejan a la perfección las distintas épocas y la complejidad de los artistas de los que habla. Aquí todo se pone en relación. El arte es una excusa para provocarnos y la reflexión una necesidad urgente para nosotros, una oportunidad para sumar nuestra mirada a la tradición, porque «la sabiduría de los muertos nos hace mucha falta». Lo que hace falta es leer y escuchar a intelectuales como Félix de Azúa.

¿Por qué acotar el tiempo en el que el arte existió, acaso ahora nos dejamos llevar, olvidando el contexto?

El libro abarca desde antes de la existencia del arte -las pinturas paelolíticas- hasta después de la existencia del arte. El arte tiene una dirección limitada y va desde el gótico hasta 1970. Todo lo anterior no forma parte del arte, sino que son artesanías. Y lo posterior, el arte actual, vuelven a ser artesanías. Esto no se enseña en los colegios ni en la universidad, porque la universidad hoy en España es un desastre

¿Artesanías?

Que un señor se monte una instalación con hierros y cristales y fotografías, por grande que sea, es artesanía. Las basílicas eran artesanía. El arte cumple una función de casi mil años, pero ya la cumplió. No hay que empeñarse en prolongarlo. Durante esos mil años el arte era verdaderamente el retrato de nuestra sociedad occidental, pero ya no.

¿Y no cree que un arte convertido en inversión, en un mercado especulativo, retrata bien a nuestra sociedad?

Si buscas ese retrato eso es lo que ves: el caos que es nuestra sociedad. Pero yo no le tengo miedo al mercado. Me parece bien que atienda a todo, incluso decide el desarrollo de la medicina y en cierto modo si tenemos que morirnos. Si decide eso puede decidir el arte. Y no estoy en contra. Pero es que del Renacimiento en adelante no hay una época en que el arte no haya dependido del mercado. Por eso sé que el mercado no ha contribuido a la muerte del arte, sino que sigue explotándolo porque esa es su función, explotar las cosas hasta que son un cadáver inservible. Todavía se le puede sacar un juguito.

¿El arte no ha muerto?

Siempre habrá pintores. Cuando hablamos de la muerte del arte nos referimos a él como elemento teórico y social de primer orden que da sentido al mundo. Para entender los años cincuenta hay que ver a Picasso.

¿Y ahora, el museo ya no configura nuestra época?

Para entender algo ahora no se puede ir al arte, ya no sirve. Tendrá que ir a los libros, al cine, a Youtube.

¿Y cómo evoluciona esto?

Por haberse quedado el arte actual sin justificación teórica, sin discurso, se ha escorado hacia la política, pero solo hacia una política, que sigue llamándose de izquierdas aunque ya no tiene nada de izquierdas. El arte actual es una herramienta de propaganda de aquello que se considera popular o populista.

¿Y el museo de arte contemporáneo?

Pues muchas exposiciones del Reina Sofía, que monta Manolo Borja [su director], se hacen de esa manera. Y no es una crítica. Soy muy amigo suyo.

Buscar así su público es un poco loco.

Pero es la única manera. Si conviertes el Reina Sofía, como es ahora, en algo como una plataforma de Podemos y de Izquierda Unida, te irá la gente. El Prado no lo puede hacer, porque no tiene materiales. Pero hace lo que puede, es un museo masificado, dedicado al turismo, al ocio. Y hace muy bien. Aquello está lleno de autobuses. ¿Qué remedio le queda?

¿Y qué le parece esto?

Estoy absolutamente a favor tanto de lo que hace Borja con su plataforma de extrema izquierda como lo que hace el Prado con su turismo.

¿Tiene sentido que se preste el arte a ser un trampolín de ideología?

Sentido comercial. ¿Quién iría al Reina Sofía si no fuera para hacer una labor «cristiana»? La izquierda es lo que ha sustituido al cristianismo y los que van al museo es como si fueran a misa.

¿Es un fenómeno solo español?

En otros países más civilizados el Estado ayuda más. Francia, Italia... Y cuando no es el Estado son los ricos. Pero aquí no existe ni el Estado ni las fundaciones que hay en EE.UU.

Ni ley de mecenazgo, que era una promesa de los tres últimos gobiernos.

Exactamente. Qué remedio, los museos se tienen que vender. Y nosotros en la Real Academia Española no tenemos otra salida, vamos a tener que hacer «Le Cirque du Soleil» en la RAE.

¿Qué tal se presenta allí la nueva etapa, tras el cambio de director?

La situación es realmente de ruina. Muñoz Machado es extremadamente inteligente, con un despacho de abogados muy fuerte que le permite conocer muy bien la situación. Él cree que puede resolver el problema. Si no fuera así, la sociedad española tendrá la vergüenza de ser la única sociedad europea que se queda sin diccionario o con una Academia reducida a un club. Es un ente con 500 millones de clientes potenciales. El Estado subvenciona millones de cosas, ¡el fútbol...! No puedo comprender que no se dé cuenta del potencial que tienen las academias.

Volvamos al arte. Hay gente que no sabe comprender, por falta de rudimentos, cuadros importantes, religiosos o mitológicos. ¿Ha fracasado la educación?

Eso provoca la ruptura absoluta con el pasado, que tendrá graves consecuencias. Se habla de la memoria histórica pero solo ha servido para mantener viva la guerra civil. La memoria de verdad se ha destruido por completo. Nadie por debajo de 50 años conoce las cosas esenciales. En el Prado hay cursos de simbología para entender las obras. Un alumno de la Universidad me preguntó que si las catedrales góticas era «lo de los cristianos» y me confesó que pensaba que Cristo nació en el siglo XIII. Esto me pasó hace quince años. Imagínate ahora.

Sin memoria no hay espíritu crítico.

Sin los rudimentos del conocimiento el pasado no existe y el individuo es manipulable con la memoria histórica. Los chavales no tienen herramientas de defensa. En Cataluña las mentiras históricas son gigantescas pero no hay un solo alumno que pueda luchar contra eso. Le lavan el cerebro.

¿El fracaso es total?

Quedan unos pocos profesores al borde de la jubilación. No todo es corrección política. Cuando se vayan la Universidad habrá prescindido de ofrecer al alumnado las herramientas. En Cataluña es monstruoso, mienten desde el mapa del servicio meteorológico. Pero hay profesores que han detectado que en los últimos años, en varias universidades españolas, llegan alumnos con otro espíritu. Tal vez toda esta campaña de destrucción del conocimiento pueda volverse en contra de los timadores.

¿Qué aporta Andreu Jaume al libro?

He tenido la suerte de que fue él quien tuvo la idea de unir textos míos para hacer una historia del arte. Pero con una parte importante de antes de la historia del arte y otra de después. De la parte de arte, arte, faltan pintores que me gustan mucho, Velázquez, Tiziano. Pero queríamos hacerlo con esa peculiaridad. Hay gente que cree que he renunciado al arte. Yo no quiero hablar del arte actual porque los montajes, performances, etcétera, son prácticas teóricas y tendría que hablar de filosofía. La parte material tiene una importancia relativamente nula. Lo importante es la teoría que hay alrededor. Por eso digo que ha ido derivando hacia la política.

¿Qué piensa del arte tras este libro?

Estoy trabajando en el origen de la imagen en la tradición europea. Los iconos bizantinos, la iconoclastia. Se parece aquel momento al nuestro. Hay iconoclastia en el arte contemporáneo desde Duchamp. Sigue siendo apasionante desde el punto de vista del estudio, no del gozo. No veo que se pueda gozar nada en el arte actual. Los mismos artistas dicen que no hay que gozar.

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