La familia del Prado, a través de las rarezas de sus Reyes

Juan Eslava Galán publica un libro sobre las curiosidades que rodean los retratos de los Austrias y los Borbones

Juan Eslava Galán, sentado en la galería central del Museo del Prado ABC
César Cervera

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La nieta de siete años de Juan Eslava Galán, doctor en letras y divulgador todoterreno, es una de las benefactoras más jóvenes en los 200 años del Museo del Prado. Su abuelo la inscribió al nacer entre los amigos de la pinacoteca, y nunca desaprovechan la ocasión de visitarla juntos cuando vienen a Madrid. Ella tiene la suerte de pasear entre los cuadros con un archivo andante de anécdotas, curiosidades y detalles de la Historia de España; él, la de mirarlos de nuevo a través de los ojos desenfrenados de una niña. «¿Por qué uno de los símbolos principales de la Monarquía española es una piel de cordero? ¿Qué sustancia contiene la vasija que le dan a la menina? ¿Por qué el Rey Fernando VII tiene cara de pastel, abuelo?».

La nieta bombardea a su abuelo con unas preguntas que quizás pondrían en un aprieto a otra persona, no al sonriente Eslava Galán, autor de éxitos como «Historia de España contada para escépticos» o «El catolicismo explicado a las ovejas», todas ellas obras que combinan rigor con humor. «Es una niña avispada. Tardó poco en comprender que el museo es también el álbum de retratos de una familia, los Reyes de España», asegura el escritor jienense durante una visita con la prensa al museo madrileño. Todos los monarcas desde tiempos de los Reyes Católicos, desde que España es España, tienen sus retratos en la pinacoteca.

De estas impagables conversaciones entre nieta y abuelo nace el libro «La familia del Prado» (Planeta), un paseo sorprendente de 400 páginas entre las bambalinas de las dos dinastías principales de España: los Austrias y los Borbones. Así puede averiguar el lector por qué pidió Carlos V a Tiziano que hiciera un severo retoque a la nariz pintada de su esposa fallecida o por qué el Duque de Lerma, el más corrupto de los validos, se hizo dibujar por Rubens montado a caballo y con más tonos dorados que un sátrapa persa.

La miseria tras la cortina

Los pintores de la Corte ejercieron frecuentemente como confidentes de los reyes y fueron los mejores cronistas de lo que ocurría tras las cortinas. Al valenciano Sánchez Coello, le pidieron que pintara de forma lustrosa al primer hijo de Felipe II, Don Carlos, pero apenas pudo disimular la chepa y la maldad que sobresalía ya entonces en el menor, «un psicótico sádico que disfrutaba cegando a los caballos en las cuadras reales», como señala Eslava Galán.

Por su parte, Diego Velázquez, «uno de esos hombres fríos y cerebrales que da Sevilla de vez en cuando», debió esforzarse para aguantar la risa frente a uno de los hombres más poderosos de Europa, el Conde-Duque de Olivares, sentado a horcajadas sobre un baúl posando para su retrato ecuestre.

La realidad cotidiana puede arruinar hasta al más pintado. En el archiconocido cuadro de las Meninas, el sevillano retrató a la Infanta Margarita, que irradia luz propia, recibiendo una misteriosa vasija que, recuerda el autor de «La familia del Prado», contenía arcilla, en boga entre los aristócratas. «Se puso de moda entre la nobleza masticar arcilla porque se pensaba que ayudaba a conservar la tez en mejor estado», apunta Eslava Galán frente al cuadro más contemplado por los turistas asiáticos.

De los pintores de cámara se esperaba que no retrataran, por ejemplo, a los reyes con la boca llena de barro y que suavizaran los defectos, hasta que un maño «sordo y malhumorado» rompió esta costumbre a finales del siglo XVIII. «Francisco de Goya no tiene piedad con los Reyes. Pinta lo que ve, aunque tenga que retratar a la Reina desdentada». Es más que evidente el desprecio del pintor a la hora de representar a Fernando VII, el deseado indeseable, al que en su primer cuadro tras regresar de Francia tuvo que vestirle con ropajes y objetos prestados por una compañía de teatro: «Lo que lleva es más falso que el propio personaje».

No han faltado «garbanzos negros» entre nuestros Reyes, como en cualquier familia, ni tampoco hombres sensatos y juiciosos. Eslava Galán defiende a Carlos III como el mejor de todos ellos: «No es de extrañar que Felipe VI tenga destacado el retrato de su antepasado en su despacho de La Zarzuela». Igualmente aprecia las cualidades de monarcas como Carlos V, que llegó al país sin hablar español y «terminó comprendiendo el idioma y, lo que resulta más difícil, a los españoles». «Su hijo Felipe II también fue bueno, a pesar de que la leyenda negra haya penetrado en nosotros y nos haya convencido de que fue un mal rey y un fanático. Fue un hombre justo, sabio y trabajador, que tenía una presión encima que no era soportable», señala a ABC.

Reyes malos y reyes buenos, pero siempre excelentes pintores. «Es un buen consuelo. Tuvimos grandes artistas incluso en plena decadencia del Imperio español, cuando el Siglo de Oro floreció las letras y las artes españolas como nunca», comenta Eslava Galán sobre la esencia del Museo del Prado, uno de los pocos espacios de consenso para los españoles sin reparo de su ideología. «Sería muy poco inteligente por parte de los republicanos rechazar El Prado porque sean retratos de reyes. La galería es parte de nuestra historia y el museo es muchas cosas, también un álbum familiar».

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