Enrique Krauze: «El único designio de Evo Morales era permanecer en el poder»

El ensayista liberal y director de «Letras libres» publica «El pueblo soy yo» (Debate), un ensayo en el que disecciona el populismo que agita Latinoamérica… y España

Enrique Krauze Adrián Quiroga
Sergi Doria

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En sus tiempos con Octavio Paz en la revista «Vuelta», Enrique Krauze (Ciudad de México, 1947) aprendió que los dictadores son dictadores, sean de izquierda o de derecha. Mexicano descendiente de familia judía diezmada por el nazismo, su abuelo paterno lo desengañó de la utopía comunista que degenera en «asesinatos masivos, hambrunas provocadas, juicios sumarios, el gulag».

En « El pueblo soy yo » (Debate), Krauze define el populismo como «el uso demagógico que un líder carismático hace de la legitimidad democrática para prometer la vuelta de un orden tradicional o el acceso a una utopía posible y, logrado el triunfo, consolidar un poder personal al margen de las leyes, las instituciones y las libertades». El populismo, añade, divide la sociedad entre el «pueblo» que lo apoya y el «no pueblo» –recordemos «la casta» de Podemos– y utiliza a su antojo, con fines clientelares, el dinero público. Para mantener a la población movilizada, se apela al enemigo interior o exterior y se ataca a las instituciones democráticas tradicionales. El populismo, remacha Krauze, «traza un camino lento hacia la dictadura».

En este asunto, Latinoamérica ha sido un terreno abonado por la falta de arraigo de la democracia liberal que el director de «Letras Libres» atribuye a un pasado de monarquismo absoluto español y caudillismos criollos.

El populismo latinoamericano tuvo su primera cuna en la Argentina de Juan Domingo Perón y Evita. «Encarnan al líder carismático que se apodera del micrófono y acapara el centro de la atención y la información para apoderarse de la verdad y reescribir la Historia», apunta. Esa Argentina, que una y otra vez retorna al peronismo, desafía toda explicación racional: «No sé qué ha de pasar para que se cierre de una vez el capítulo histórico de hace setenta años con políticos que prometen lo que no pueden dar. Un país con muchos recursos naturales y tanto genio creativo varado en una ilusión que impugna la realidad», lamenta Krauze.

La geografía populista nos lleva a la Bolivia de Evo Morales , un dirigente que fue popular antes de ser populista, ahora desbancado de la presidencia por haber trucado las elecciones: «Su único designio era permanecer en el poder porque la esencia del líder populista es seguir siempre en el poder». Ecuador sería la excepción que confirma la regla, matiza Krauze. «Es el único caso reciente e interesante: el populista Correa pasó el testigo a Lenin Moreno creyendo que era un títere y no un presidente con ideas propias».

¿Y la Venezuela bolivariana? «El populismo de Chávez , que pensaba que iba a ocupar el poder toda la vida, derivó en una dictadura inspirada en la Cuba castrista. Maduro ha condenado a los venezolanos a un sufrimiento infinito de miseria, insalubridad, éxodos…» Tres cuartas partes de la población atada a los caprichos del Gobierno por las bolsas de alimentos que se consiguen mediante tarjetas que cuya renovación coincide con los puntos de votación. Un método maléfico, «para intimidar al votante que siente que puede perder su tarjeta si no vota a los candidatos oficiales».

Crítico con el actual presidente de México , Andrés Manuel López Obrador , Krauze recuerda los objetos que adornaban el despacho del que califica de «mesías tropical»: una imagen de Juárez, una foto de Salvador Allende, otra de Rosario Ibarra de Piedra, López Obrador de plática con el Subcomandante Marcos, una escultura indígena. «Había dos maneras de animar la conversación con López Obrador: hablar de beisbol o hablar de Tabasco. Era difícil que un hombre sin mundo entendiera el mundo y el lugar de su país en el mundo».

La presidencia lo ha revelado como un populista mesiánico. Adjetivo preocupante, señala Krauze: «Apela a la religiosidad del pueblo mexicano. López Obrador sería el líder providencial que en su Nueva Era –en sentido religioso– arrasa con el mal acumulado por gobiernos anteriores. El resultado de tanto mesianismo es que la economía se ha resentido y la inseguridad se ha incrementado si cabe. Tanta concentración de poder en una persona no terminará bien y ojalá me equivoque».

Observar las barricadas de Santiago de Chile , mueve a pensar que la única democracia estable desde 1830 conoce una fase agónica. «Tal vez el desarrollismo económico provocó más desigualdad, a la que no es ajena una burocracia estatal que succiona la riqueza, pero la violencia revolucionaria y el caos denota la influencia de un Maduro en huida hacia adelante con un proyecto de desestabilización en América Latina. Si se pierde Chile, se pierde la democracia liberal».

Cruzamos el charco, estamos en España. La impugnación del «Régimen del 78» que cultiva Podemos indigna al ensayista mexicano: «Nacieron en una burbuja de la Complutense y confunden la realidad con su maqueta teórica». Recuerda la admiración que en la revista «Vuelta» suscitó la Transición española : «¡Fue tan importante para nosotros! España había superado una guerra civil, una dictadura –con Caudillo– y alcanzó un pacto democrático. ¡Cuánto progreso en estos cuarenta años! ¡Y no solo económico! Progreso en seguridad y civilidad, que es el respeto a la vida cívica. Es triste que los españoles no aprecien el país que tienen».

Krauze estuvo hace días en Barcelona para conversar en el Club Tocqueville con el historiador Jordi Canal y la politóloga Astrid Barrio. Conocedor de la historia y la cultura catalanas advierte que «es muy peligroso llevar la identidad al extremo del fanatismo. La identidad del ‘nosotros’, acaba en fundamentalismo étnico como en los peores momentos del siglo XX», advierte.

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