Chris Ware: «No soy el único que se pregunta si la humanidad no será el virus, y el virus el anticuerpo de la Tierra»
El dibujante estadounidense, venerado por crítica y público, atiende a la llamada de ABC tras su icónica portada para «The New Yorker» de homenaje al personal sanitario que lucha contra el coronavirus en todo el mundo
Es muy difícil hacer un ejercicio de empatía, tan necesario en estos momentos, y ponerse en la piel de los demás, de los que nos rodean, aunque no estén con nosotros. Ese «todos» del que tantas veces hacemos uso nunca había sido tan extensivo, y ahora abarca el mundo entero, que trata de sobrevivir a un virus que no conoce ni comprende. Por eso son pocos los creadores que están siendo capaces de reflejar, realmente, el sentimiento de quienes les reclaman en busca de alivio. Esa siempre ha sido la función del arte, aunque por el camino se nos haya olvidado. El dibujante Chris Ware (Omaha, Nebraska, 1967), de personalidad tan magnética como todas sus obras, fue capaz de decir lo que todos queríamos, pero no sabíamos cómo, con una portada , ya icónica, para «The New Yorker» cuando la pandemia no había hecho más que empezar. Transcurridas las semanas, con la calma suficiente para responder sin la premura de la actualidad que nos devora, atendió a ABC desde su casa, en la que está confinado con su mujer, su hija y sus gatos.
—Me pregunto cómo está viviendo esta situación de aislamiento, cómo se enfrenta a ella como creador.
—La verdad es que mi vida ha cambiado muy poco en este último mes, aparte de que ahora el supermercado me asusta todavía más que antes, lo cual es al mismo tiempo síntoma de mi posición social privilegiada y de mi natural antropofobia de dibujante de cómics. Estoy acostumbrado a estar en casa solo, así que he organizado cuidadosamente mi vida en función de ello. No obstante, ahora mi mujer y mi hija también están en casa todo el día, lo cual es estupendo, ya que es una manera de que me sienta avengonzado y deje de perder el tiempo. Antes solo estábamos los gatos y yo, y los gatos no me daban muy buen ejemplo... Hablando en serio, la verdad es que, a pesar de todo, esta situación me ha hecho, a mí y al resto de la humanidad, empezar a vivir de una manera menos estúpida, a evitar las grandes aglomeraciones, a cuestionar la viabilidad de los mataderos, a sopesar la importancia cultural del fútbol americano, de la lucha libre, y de otras cosas que, de todas maneras, nunca habían tenido demasiado sentido para mí, por no hablar de la repentina y rápida reducción de la fiebre planetaria que llevamos dos siglos cultivando. Me parece que no soy el único que se pregunta si la humanidad no será el virus, y el virus el anticuerpo de la Tierra. Sin duda, el patógeno tiene un código fuente escrito con elegancia y muy eficaz.
—Y, ante eso, ¿qué papel cree que deben desempeñar las artes y los creadores en esta crisis global que estamos sufriendo? ¿Cómo determina esta situación la importancia de la cultura en nuestra vida?
—La situación pone aún más de relieve el papel de la humanidad, libre del barniz de la moda y las tendencias, y nos pone a todos en la tesitura de centrar nuestra atención en las personas queridas y en lo que realmente importa. Al mismo tiempo, nos obliga a intentar entender la globalidad, lo cual se supone que es la función del arte. Podríamos decir que las difíciles circunstancias actuales son algo así como una señal de alarma tranquilizadora, si es que las señales de alarma pueden ser tranquilizadoras.
—En ese sentido, ¿está la clase política a la altura de su ciudadanía? ¿Considera que los políticos están haciendo un buen trabajo de gestión frente a la crisis?
—Uf, bueno, eso son palabras mayores. No creo que yo esté cualificado para responder a su pregunta, pero parece que los políticos que se alían con la realidad (y con su hermana epistemológica, la ciencia) serán los que tomen el camino sensato. Huelga decir que los líderes narcisistas, como los de Brasil, Turquía y mi propio país, sólo resistirán mientras puedan seguir dirigiendo la luz para que proyecte su sombra de estupidez y mentiras. A lo mejor soy un ingenuo, pero creo que la realidad siempre acaba imponiéndose, aunque suponga una extinción en masa.
—¿Cree que esta situación influirá en la forma en que se crea el arte ahora? Y, de ser así, ¿cómo será este nuevo lenguaje artístico que surgirá después de esta pesadilla que estamos viviendo?
—La verdadera pesadilla es que la situación provocada por el virus ha inyectado un contraste que ha revelado los defectos y las mentiras de los diferentes sistemas económicos. El caso estadounidense es el más evidente. No me sorprende en absoluto que millones de estadounidenses estuviesen a tan solo unos cientos de dólares de quedarse en la calle, pero me parece pasmoso que pasase lo mismo con las compañías aéreas. ¿En serio? Y que «la mayor economía del mundo», basada en el racismo y el genocidio, tenga un sistema que garantiza que los que se quedan sin empleo pierden también la asistencia sanitaria es inhumano y vergonzoso. Con respecto al arte, no lo sé. Todo empieza por unos padres que cuentan cuentos a sus hijos cuando les acuestan. Los cuentos que se cuentan ahora, inspirados en los miedos de los padres y de sus hijos, repercutirán sobre el arte de la próxima generación. Espero que la franqueza como disposición artística vuelva a tener su momento.
—¿Qué opina sobre la posibilidad de que los gobiernos apoyen el arte de manera especial, se vuelquen con él después de catástrofes como el 11-S o la actual crisis derivada de la pandemia?
—Si se refiere a algo parecido a los programas de la Administración para el Progreso del Trabajo del New Deal, me sorprendería extraordinariamente que este Gobierno pudiese siquiera empezar a entender la idea. Me gusta hacer cola en mi oficina de correos para maravillarme no solo ante los murales de la década de 1930, sino también ante la idea de que alguna vez existiese una cultura capaz de considerarlos valiosos. En la actualidad, el mundo de las Bellas Artes parece (o parecía) más influido por la moda y la inversión que por cualquier otra cosa, y nunca he estado seguro ni siquiera de lo que algunos coleccionistas sacan de ello. Especialmente en momentos como este, mi objetivo personal es crear obras que no sean sentimentales ni condescendientes, sino empáticas, compasivas y humanas; que cuenten a las generaciones venideras de manera lo más directa y clara posible cómo era la vida de sus protagonistas. Nuestra existencia es demasiado corta para nada más. Esa es también la razón de que me haya dedicado a un arte que no debería hacer que nadie se sintiese mal por deshacerse de él.
—Siempre me he preguntado cómo cambia la visión del trabajo de un creador cuando hay una audiencia amplia esperando, observando. Para usted, ¿es una carga adicional o no piensa en los lectores, en el público?
—Si fuese director de cine o creador de programas de televisión le podría responder, pero como artista/escritor, también llamado autor de cómics, valoro mucho el anonimato y la sospecha que acompañan a mi medio de expresión. Soy una persona muy poco interesante que, al parecer, tiene la capacidad de decepcionar, o lo que es peor, deprimir casi a cualquiera que conozca y/o que lea mis obras. Por supuesto, esa no es mi intención. No dejo de intentar desesperadamente comunicar la belleza y la conciencia de la vida en medio de la inclinación humana a no sentirlas, así como el escaso e inestimable calor de encontrar a aquellos que hacen que te sientas más tú mismo que cuando estás solo.
—En el arranque de «Fabricar historias», una de sus obras más hermosas y emblemáticas, aparecía una cita de Picasso: «Todo lo que puedas imaginar es real». ¿Por qué eligió esa frase en particular? ¿Cómo valora la importancia de la imaginación en la vida de todos, no solo en la de un artista?
—Le agradezco que me haga esta pregunta. La elegí porque todo el libro es imaginario, producto de mi mente, por supuesto, pero también, y particularmente, de la de la protagonista, como salta a la vista cuando ésta se despierta y ha estado «soñanimaginando» el libro ella misma. Más allá de esta idea, todo lo que los seres humanos creemos que es real y fiable de los demás, es más o menos producto de nuestras propias suposiciones. Lo único que captamos de los que nos rodean son porciones y fragmentos; formulamos nuestras ideas sobre ellos basándonos en atisbos y fragmentos, y nuestras suposiciones a veces son increíblemente erróneas, cuando no meros disparates. Creo que la razón de nuestro deseo de leer ficción es que nos ayuda a conservar el equilibrio emocional mientras atravesamos las inciertas aguas en las que creamos historias sobre los demás y sobre nosotros mismos. En pocas palabras, cada ser humano es un escritor y un artista, tanto si escribe como si no.
—Recuerdo otra cita de Picasso. Como sabe, él no creía en las musas y solía decir: «Cuando llegue la inspiración, me encontrará trabajando». ¿Qué tipo de relación mantiene usted con la inspiración, dónde la encuentra? ¿Es acaso posible crear en una situación de sufrimiento como la que estamos viviendo ahora?
—En mi caso, la inspiración es una especie de angustia que me hace pensar que si no estoy escribiendo o dibujando estoy en punto muerto y soy inútil. Tengo que poner en marcha los engranajes e «ir a algún sitio», de lo contrario caigo en la desesperación. A lo mejor eso es lo que otros llaman «mindfulness», «terapia» o «iglesia». Yo lo llamo «trabajo». Todos formamos parte de algo mucho más extenso, somos orgánulos de algo mucho mayor, aunque nos guste imaginar lo contrario. A veces me pregunto si existirá vida consciente en otros planetas. Es posible que la consciencia sea una aberración evolutiva de las moléculas orgánicas que nos constituyen. También podría ser la estructura que cohesiona el universo. Sea como fuere, es lo único que tenemos, así que nuestra obligación es intentar ser lo más amables, comprensivos, humildes y generosos posible, porque el tiempo que pasamos en el mundo no da para mucho más.