César Vallejo, junto al cuerpo y el alma

Con motivo de la aparición de los manuscritos inéditos del poeta peruano, recuperamos el artículo que Claudio Rodríguez le dedicó en las páginas de ABC al cumplirse el cincuenta aniversario de su fallecimiento

César Vallejo ABC

POR CLAUDIO RODRÍGUEZ

[Ven la luz los manuscritos poéticos de César Vallejo]

Estoy recordando ahora los versos de Leopoldo Panero dedicados a su amigó: «Terrible y virgen como una cruz en la penumbra», «y había llegado hasta nosotros para gemir», «y eran sus manos todavía -como llenas de muerte y espuma de mar».

Al leer cualquier palabra de César Vallejo se oye y se ve que el sentimiento es lo esencial y, sobre todo, su intensidad genuina, tan individual que llega a ser universal, tan peculiar, tan pleno de pulso vital que nos parece familiar y, al mismo tiempo, extraño. Por la ambigüedad aparente del estilo: es la personalidad, el ritmo esencial, la invención verbal. Vallejo se sitúa entre el lenguaje cotidiano y el cultural. La ruptura y la novedad de sus normas expresivas no tan sólo en el léxico, sino sobre todo en la sintaxis, el tono coloquial, la estructura de los poemas como un árbol arbitrario y engañosamente destartalada -«Trilce»- nos orientan hacia lo radical: la calidad del alma que busca una nueva expresión. No sólo hacia fuera, sino hacia dentro. César Vallejo necesitaba por tanto un lenguaje poético distinto, aunque asimilado a través de las vanguardias. Ya en «Los heraldos negros» lo anunciaba:

Cuando por sobre el hombro nos llama

[una palmada;

vuelve los ojos locos y todo lo vivido

se empoza, como un charco de culpa, en

[la mirada...

Y después, en «Trilce», nos llama y nos pide: «He almorzado solo ahora, y no he tenido / madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua...» «la cocina a oscuras, la miseria del amor...».

No se trata del conflicto, ni siquiera de la evidente asimilación entre alma y cuerpo, tan dramática en su poesía, ni tampoco de trasladar o configurar lo temporal con lo eterno. Quiere vivir y sobrevivir, y su espíritu y sus sentidos, su vida entera, buscan salvación, con avidez de justicia social y política en el fondo.

«Revelación del alma que es el cuerpo», escribió Unamuno. Esta verdad, esta fisiología trascedental desde donde el cuerpo actúa y se redime y se condena y casi se limita con la sangre rehusada hasta el sudor y el codo, y las pestañas, y los insomnes órganos, y el labio inferior, y las uñas nocturnas y «los puros huesos que estarán harina...». Hasta amasar, ¿qué?: la claridad en lo más profundo, en el pasmo ante la nada, entre un abismo y otro, entre la tensión entre la inefabilidad del espíritu, la caridad, el ofrecimiento, el juego, la crítica, el puro instinto. Imposible quizás el acorde entre tantas cosas, tanta humanidad, tanto cáliz de amargura.

La poesía de César Vallejo está vibrando entre lo delicado y lo tremendo, pero se unifica por el poderío amoroso. Ya lo decía Francois Villon: «Par trop amer nai rien vendu». Él nos ama junto o contra su destino, en cuerpo y alma, uno a uno y a todos. Y además día a día, objeto con objeto. Porque cada hombre es todo, a pesar de su orfandad, de su desamparo, con la mano agarrada a un zapato solitario. Es el anhelo, la búsqueda desesperada de salvación fraterna, como escribió Propercio: «Tendremos que llorarnos mutuamente».

César Vallejo, único, entre lo purísimo, lo lóbrero, lo táctil, lo civil y lo íntimo del alma que sufrió de ser su cuerpo. ¿O al revés? Su poesía está llena de mundo de aquí o de allá. «¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...».

[Ven la luz los manuscritos poéticos de César Vallejo]

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