Las cartas secretas de T. S. Eliot ven por fin la luz

El Nobel pidió a su musa Emily Hale, destinataria de las 1.131 misivas, que las quemara, pero ella le traicionó, donándolas a la Universidad de Princeton, donde han permanecido selladas durante cincuenta años

Su apertura al público es uno de los acontecimientos literarios más importantes de las últimas décadas

Emily Hale y T. S. Eliot, fotografiados en el verano de 1946 en Dorset (Vermont) PRINCETON UNIVERSITY LIBRARY
David Alandete

David Alandete

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Las 1.131 cartas estuvieron guardadas en 12 cajas durante 60 largos años, una ventana hasta ahora cerrada a un tiempo pasado, con las sinceras impresiones sobre la vida y el arte de uno de los gigantes de la literatura universal, el misterioso premio Nobel estadounidense T. S. Eliot . Ayer, por fin esas cartas vieron la luz, cuando la Biblioteca de la universidad norteamericana de Princeton las abrió al público, ya catalogadas y digitalizadas. Y en un sorprendente giro, el poeta en persona respondió ayer desde la tumba: en 1960 dejó a recaudo de sus herederos un escrito que debía ser publicado tras la apertura de sus cartas y en el que lamenta la traición de una amiga a la que acusa de insensibilidad y de quererle más por su fama que por su talento.

Eliot, nacido en Misuri en 1888 y fallecido en Londres en 1965, pidió que esas misivas, enviadas a su amiga íntima Emily Hale entre 1930 y 1957, ardieran en la hoguera. El poeta, dramaturgo y crítico literario no quería dejar rastro de esas confesiones, decidido a que lo único escrito que quedara de él para la posteridad fueran sus poemarios, sus obras de teatro y sus ensayos literarios. Su destinataria, en un acto de despecho, le desobedeció, facilitando que medio siglo después los estudiosos puedan comprender más de la compleja personalidad del autor de «La tierra baldía» (1922).

Caja con algunas de las cartas PRINCETON UNIVERSITY LIBRARY

En 1959, Hale, considerada una de las pocas musas de Eliot, donó las 12 cajas a la Universidad de Princeton con una condición: sólo podrían ser abiertas cuando se cumplieran 50 años de la muerte o bien del remitente o bien de ella misma, la destinataria. El poeta murió en 1965, y su amiga en 1969.

El 14 de octubre, pasados ya los 50 años de rigor, los bibliotecarios de Princeton Don Skemer y John Logan procedieron a abrir las cajas, cortando por fin los sellos de cobre que protegían las cajas con los documentos. El personal de la Biblioteca de Princeton inspeccionó y catalogó las cartas, y este 2 de enero han quedado al acceso del público. Aunque han sido escaneadas y digitalizadas, las misivas no se pueden consultar a través de internet. Los investigadores que quieran revisarlas deben desplazarse hasta Nueva Jersey, donde se encuentra la universidad que las atesora. Los derechos pertenecen exclusivamente a Princeton hasta 2035.

Libertad

Según una profesora de Princeton que ya ha revisado algunos de esos documentos, Susan Stewart, «la escasa correspondencia que se conoce apunta a que Eliot le escribía con libertad a Hale sobre sus predilecciones, sobre otros poetas y, por encima de todo, sobre sus opiniones como lector». A juicio de esta experta en poesía estadounidense, «Eliot es un caso atípico, porque es un crítico y pensador vivaz; y por eso estas cartas pueden ser un añadido muy valioso a nuestra interpretación de su obra».

Fajo de cartas, con la dirección de Emily Hale, destinataria PRINCETON UNIVERSITY LIBRARY

Eliot conoció a la destinataria de las cartas en 1912, en la Universidad de Harvard. Hale era profesora de dicción y artes dramáticas en varias instituciones académicas. Según él mismo admite en la carta hecha pública ayer por sus herederos, por su parte fue amor a primera vista. «Me enamoré de Emily Hale en 1912, cuando estudiaba en Harvard. Antes de partir para Alemania e Inglaterra en 1914, le confesé que estaba enamorado de ella. No tengo ninguna razón para creer, por la forma en que recibió mi declaración, que sus sentimientos fueran recíprocos».

En las misivas, Eliot muestra un lado humano ausente, hasta ahora, de muchas de sus biografías

Al otro lado del Atlántico, Eliot se casó con Vivienne Haigh-Wood, una institutriz a la que, según admite en sus propias cartas, no quería. La unión fue particularmente infeliz. «Me convencí de que estaba enamorado de Vivienne porque quería quemar mis naves y obligarme así a quedarme en Inglaterra», asegura el autor en una misiva. En 1933 se divorciaron, y Vivienne acabaría sus días en un psiquiátrico, tras haberse afiliado a un partido de corte fascista.

Las cartas de Eliot a su amiga Hale comienzan precisamente tres años antes del divorcio; cubren los meses cruciales de la separación de su mujer, y se prolongan hasta mucho después de la muerte de esta en 1947. En vida, y todavía casada, la primera señora de Eliot, profundamente insatisfecha, engañó a éste con varios amantes, incluido el filósofo Bertrand Russell. El poeta aprovechó un viaje a Estados Unidos para notificarle a su esposa el divorcio por medio de una carta de sus abogados.

Archivadores que contienen el archivo de Eliot PRINCETON UNIVERSITY LIBRARY

Precisamente entonces revivió la relación entre Eliot y su amiga Hale. Por aquel entonces, ella enseñaba arte dramático en una universidad de California y no tenía previsto casarse. Los lazos se tornaron en un amor estrictamente platónico, que Hale convirtió en un ejercicio de devoción literaria: escribía al poeta largamente y con frecuencia, atesoraba sus cartas, le visitaba en los meses de verano. El puritanismo propio de Nueva Inglaterra dictaba sus relaciones (Hale era natural de Boston). Según aclara Eliot en una carta, «nunca mantuve relaciones sexuales con Emily Hale». A los amigos británicos del literato les espantaba aquella mujer. Uno de ellos, Ottoline Morrell, dejó escrito: «Esa horrible mujer americana es un sargento, inaguantable».

Matrimonio

Las cartas ahora hechas públicas revelarán si, como han interpretado algunos biógrafos, Hale estaba convencida de que Eliot le iba a proponer matrimonio, algo que nunca sucedió. La correspondencia acaba abruptamente en 1956, meses antes de que Eliot se casara por sorpresa con su secretaria y enfermera, Valerie Fletcher. Él tenía 68 años y ella, 30. A Hale le dio una crisis nerviosa, tras la cual acabó ingresada en un hospital. Dos años después donó sus cartas a Princeton, ignorando las peticiones del poeta de que quemara las misivas. Informado el poeta, dejó instrucciones a sus herederos de que publicaran la carta hecha pública ayer en la que revela que acabó sus días convencido de que su amor de más de tres décadas por Emily Haley había sido poco más que un espejismo: «Fui muy inmaduro para mi edad, muy tímido, muy inexperto».

Emily Hale donó a Princeton las misivas, ignorando las peticiones de Eliot de que las quemara

Con esa otra carta, fechada en 1960 y corregida en 1963, el poeta se permite un último acto de crueldad, manifiestamente herido por la traición de su amiga. Según escribe, «Emily Hale hubiera matado al poeta en mí; Vivienne [su primera mujer] casi me mató, pero mantuvo vivo al poeta. En retrospectiva, la pesadilla agónica de mis 17 años con Vivienne me resulta preferible a la aburrida miseria de un mediocre maestro de filosofía que hubiera sido la alternativa».

Según añade Eliot, en 1947 se dio cuenta «de lo poco que Emily Hale y yo teníamos en común. Ya había observado que ella no era amante de la poesía, y ciertamente no estaba muy interesada en mi poesía. Ya me habían preocupado antes algunas muestras de insensibilidad y mal gusto. Puede ser demasiado duro admitir que lo que le gustó de mi fue mi reputación, más que mi obra. Pudo haberme amado dentro de su capacidad de amar».

Como venganza, él mandó quemar todas las cartas de ella. No hay mayor castigo que privarla de su voz

En las 12 cajas abiertas ahora no hay sólo cartas, sino también fotografías, recortes de prensa y un relato sobre cómo fue la amistad de Hale con el poeta. Según aquellos que ya han tenido la oportunidad de revisarlas, las misivas demuestran un lado humano de Eliot que ha estado ausente de muchas biografías publicadas sobre él y que han especulado con pruebas más bien escasas sobre su frigidez, impotencia o reprimida homosexualidad.

«Hay quien ha escrito que Tom [nombre de pila del poeta] era más humano en América que en Inglaterra, y Emily Hale era una parte importante de ese modo de ser», asegura el profesor de Literatura Comparada Michael Wood, que ha leído algunas cartas. «También temía, por lo que parece, aparecer demasiado humano», añade.

Puede que sí, que estas cartas humanicen a un autor que en vida se empeñó en aparecer lo menos humano posible. Si por él hubiera sido, su única palabra sobre Emily Hale hubiera sido esa última misiva de tono especialmente cruel. Como un último ejercicio de venganza, el poeta mandó quemar todas las cartas de ella. No hay mayor castigo que privarla de su voz.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación