Bruno Pardo Porto
Sally Rooney: por qué el amor nos importa más que el comunismo
Nos pasamos la vida fingiendo que nos interesan otros temas, e incluso intentamos que nos preocupe tanto el calentamiento global como el propio, pero es inútil
Que Sally Rooney venda millones de libros quiere decir que el amor vuelve a molar, o algo así. Por ahí se ven cafés con su nombre, velas con su nombre, cursos de caligrafía con su nombre (¿?). Sus historias le gustan a Sarah Jessica Parker . También a Lena Dunham . ¿Se puede pedir algo más? Todo esto son buenas noticias, claro: el mundo se derrumba, pero la gente se sigue enamorando. El amor aún es gratis, no como los hijos. No como la luz.
Rooney lo sabe: lo que nos gusta es cascar sobre el corazón propio o ajeno. El drama pequeñito, manejable, los asuntos de la piel. Nos pasamos la vida fingiendo que nos interesan otros temas, e incluso intentamos que nos preocupe tanto el calentamiento global como el propio, pero es inútil. Cesare Pavese lo explicó como nadie: «Es posible no pensar en una mujer, como no se piensa en la muerte». Y así.
En ‘ Dónde estás, mundo bello ’ (Literatura Random House), la nueva novela de Rooney, encontramos a dos jóvenes (extendamos la juventud hasta los treinta, por favor) muy inteligentes y con mucha conciencia social pero que, en el fondo, están preocupadas por elegir con quién van a pasar el resto de sus vidas, o al menos el domingo siguiente. Están muy perdidas, perdidísimas, pero buscan a alguien. Por eso ya no les preocupa tanto la existencia del capital privado, como a su autora: entre el amor y el comunismo siempre nos importa más lo primero . Ocurre lo mismo con el sexo y la democracia.
Esto es de Eileen, una de las protagonistas: «Puede que solo estemos hechos para amar y preocuparnos por las personas que conocemos, y para seguir amando y preocupándonos incluso cuando deberíamos estar ocupándonos con cosas más importantes. Y si eso acaba haciendo que la especie humana se extinga, ¿no es en cierto modo un motivo bonito por el que extinguirse , el más bonito que se te pueda ocurrir? Porque mientras teníamos que estar reorganizando el repartimiento de los recursos del planeta y haciendo una transición colectiva a un modelo económico sostenible, andábamos preocupándonos del sexo y la amistad».
Es muy difícil renunciar al amor para hacer política, aunque hay quien hace las dos cosas a la vez, desde el despacho. A lo mejor eso es el progreso.
El argumento de la novela, que nos perdemos, es sencillo. Hay una escritora joven y con mucho éxito que se llama Alice, y que se ha ido a un pueblo de la costa irlandesa a desconectar de la fama, después de una crisis nerviosa. Es un sitio que está lejos de todo, menos de Tinder . Por eso conoce a Félix, que mueve cajas en un almacén y le gusta porque sí, principalmente, que es por lo que nos gustan las personas. Luego está Eileen, que es su única amiga y vive en Dublín, y que está enamorada de su amigo de la infancia, Simon, que es guapísimo y cristiano (esto lo repite mucho, por exótico). Eileen es listísima, por eso tiene un sueldo de mierda en una revista literaria. Como las dos amigas están lejos y escriben muy bien se envían emails. Si utilizaran Whatsapp la novela tendría veinte páginas. En Whatsapp la vida es más aburrida.
En su correspondencia rajan del sistema económico, de la élite cultureta («¿Por qué tienen que fingir que están obsesionados con la muerte, el duelo y el fascismo, cuando lo que de verdad los tiene obsesionados es si su último libro saldrá reseñado en el New York Times?») y hasta del colapso de las ciudades del Mediterráneo oriental durante la edad del bronce. Se preguntan mucho por la belleza, por la trascendencia y por el sentido de la vida, si es que existe. Discuten por la fiebre de las identidades, y defienden que la pobreza es una cuenta corriente tiritando, no un carnet obrero. Sienten nostalgia y se plantean si son fachas , pero reconocen que la culpa es del mundo, que está hecho un cisco. En fin, juzgan a su generación como se juzgan a sí mismas: «En público, estoy siempre hablando de la ética de los cuidados y del valor del sentimiento de comunidad humano, pero en la vida real no me encargo de cuidar de nadie más que de mí misma». Están desencantadas, sí, pero no demasiado.
Igual que en las películas de Sorkin , parece que compiten en un concurso de debate perpetuo. Solo que ellas son más sinceras y no renuncian al barro, que de eso estamos hechos. «Así que en mitad de todo, estando el mundo como está, con la humanidad al borde de la extinción, aquí estoy yo escribiendo otro email sobre sexo y amistad. ¿Hay algo más por lo que vivir?», le suelta Alice a Eileen.
Ahí queda la pregunta.
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