Bernard-Henri Lévy: «No hay nada más peligroso que transformar a los médicos en dioses vivientes»

El filósofo y escritor denuncia la «locura» de la «medicina espectáculo» en su ensayo «Este virus que nos vuelve locos»

Bernard-Henri Lévy Didier Crasnault

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Escritor, ensayista, polemista, hombre de terreno en muchos terrenos sensibles para las libertades y el civismo, más allá de las fronteras europeas, desde hace cuarenta años, Bernard-Henri Lévy (71 años) escribió durante el confinamiento francés, del 17 de marzo al 11 de mayo pasados, un ensayo evidentemente «polémico» denunciando la «locura» que pudiera amenazarnos a través del comportamiento de ciertas elites políticas y científicas. «Este virus que nos vuelve locos» (La Esfera de los Libros) denuncia la «locura» de la «medicina espectáculo» y el poder político tentado con reacciones autocráticas. Debate inflamable, quizá indispensable.

A finales del siglo XX, la España de Franco no podía pertenecer a la antigua CEE, antecedente de la actual UE. Días pasados, sin embargo, la Unión Europea decidió continuar subvencionando y apoyando, en cierta medida, a varios regímenes iliberales europeos, en Hungría y Polonia. El Parlamento Europeo ha lamentado tal decisión. El semanario alemán «Der Spiegel» ha llegado a afirmar que Europa deja escapar a sus autócratas. ¿Piensa usted que la democracia, en Europa y mucho más allá, vive una suerte de «crepúsculo universal», como afirma Anne Applebaum, desde hace años?

—Sí. Esa es también mi opinión. Pienso que debiéramos ser mucho más duros con los autócratas. Y proponerles un acuerdo: «O bien respetan los valores europeos, o bien salen de la UE». Eso es lo que se dicen cuando algún miembro de la Unión no respeta los planos rigor, las reformas económicas, la famosa convergencia de Bruselas. ¿Es que la libertad de prensa, los derechos del hombre, el respeto humano de los emigrantes, no son tan importantes como los «criterios de convergencia» de nuestros presupuestos? Quizá un hombre como Viktor Orbán se niegue a escuchar. Hay que dirigirse a sus electores, al pueblo húngaro. El pueblo húngaro, polaco o eslovaco puede comprender que no se puede tener el dinero de Europa y los valores de Putin.

Usted afirma que el coronavirus «nos vuelve locos». Sin embargo, la locura de Donald Trump, la de Emmanuel Macron o Angela Merkel, la locura de alemanes, ingleses, italianos, o españoles, nos envían mensajes «manicomiales» muy distintos, a mi modo de ver.

—Hay dos tipos de locura, en efecto. La locura de los cretinos, que niegan el virus. Y la locura de los miedosos, que reaccionan en exceso. A corto plazo, la primera es más grave que la segunda, incluso es potencialmente criminal. A medio y largo plazo, la segunda tendrá efectos temibles, potencialmente mortales. Todo so es bien conocido, desde Freud. Es la diferencia entre la neurosis y la psicosis. Entre la negación y el delirio. He escrito mi libro porque, a mi modo de ver, hay que resistir a esos dos tipos de locura, la negación y el delirio. Trump y el higienismo… el rechazo de las medidas sanitarias, en nombre de la libertad de expresión y de movimiento, que no siempre preocupa a esas gentes, aislados del mundo, sin relaciones sociales, narcisistas, egoístas…

Usted denuncia el «abuso de autoridad» del poder político, pero, en Europa, los comportamientos de los poderes políticos han sido muy diversos. Los comportamientos de Putin, Angela Merkel, Donald Trump, Emmanuel Macron o Boris Johnson, son muy diferentes y corre usted el riesgo de la amalgama, sin matices, que me parecen esenciales.

—No. El abuso de autoridad que yo denuncio es el de los médicos. No de todos los médicos, claro está. No el comportamiento de esos médicos que hacen su trabajo y corren el riesgo de morir para salvar nuestras vidas y las suyas. Pero sí el de esos médicos que hablan muy a menudo en la tele. Y nos recomiendan el confinamiento indefinido. Los médicos que lanzan falsas noticias, «fake news», diciendo, como ocurrió en algún momento, que los niños son los principales factores de riesgo, abrazando a sus padres, sus abuelos, corriendo el riesgo de matarlos. Los médicos que, en una palabra, han tomado el poder en la mayoría de los países que usted cita. Poder ejercido a través de los medios de comunicación. Poder sobre los espíritus. Poder sobre los responsables políticos.

A mi modo de ver, consagra usted poco espacio a la dimensión económica y social de la crisis, que la OCDE y todas las grandes organizaciones internacionales consideran capital.

—Al contrario. Entre las locuras que denuncio está esa manera de oponer sanidad y economía. ¿Qué quiere decirse con esa oposición? Si la vida y la economía se oponen pudiera decirse que la economía es la muerte. No es mi opinión. La economía crea empleos. La economía crea dinero para construir hospitales y escuelas, dinero para alimentos: es decir, la vida.

Usted denuncia los «mecanismos de locura» que comporta, a su modo de ver, el «seguimiento ciego» de la opinión de los médicos. Sin embargo, los médicos tienen una competencia científica que usted no tiene.

—Naturalmente. Pero yo tengo otras competencias que ellos no tienen. Más allá de mi caso particular, hay muchas otras gentes que tienen otras competencias que tampoco tiene los médicos. Para saber hasta dónde puede llegar el confinamiento ¿no sería importante escuchar a los trabajadores, los sindicalistas, los representantes de asociaciones de mujeres amenazadas? ¿No sería razonable escuchar a las asociaciones de mujeres víctimas de violencias para saber si el confinamiento aumenta o no esas violencias? Los psicólogos tienen competencia para recordarnos cómo un hombre o una mujer, solos, ancianos o no, pueden morir de tristeza, soledad o desesperación. Padres y profesores de alumnos ¿no podrían ayudarnos a comprender los estragos del cierre de las escuelas? Los sociólogos pueden recordarnos cómo han aumentado las delaciones durante el confinamiento. Las asociaciones de emigrantes u hombres y mujeres sin techo, ¿no podrían ayudarnos a comprender su situación? Estrategas y expertos en geopolítica pueden advertirnos de la manera que Erdogan, Putin o Xi se aprovechan de la pandemia y el estado de coma que nosotros nos imponemos para aumentar su poder autoritario en sus zonas de influencia.

En una entrevista publicada en «Le Figaro», el 17 de julio pasado, habla usted de la gran responsabilidad del poder médico anunciando el riesgo de una nueva ola este verano. Sin embargo, el primer ministro francés aconsejó personalmente a los franceses no viajar a Cataluña «mientras no mejore la situación sanitaria».

—A mediados de este verano, no veo ninguna segunda ola. La primera está bien presente, siempre. Pero no hay nueva ola. ¿Por qué sembrar el pánico? ¿Por qué comenzar a todas horas en los programa de radio y TV a recordar el aumento de casos, transmisiones, estado de las curvas, etcétera? Que lo hagan los médicos, está bien. Que se preparen los hospitales, es su deber. Pero no veo la necesidad de inquietar a la opinión pública. Sobre todo, cuando en esos mismos programas de TV se termina siempre diciendo que «la epidemia está bajo control» y que «las autoridades continúan vigilantes pero no demasiado inquietas».

En la misma entrevista, usted se declara contra la «coerción» y las «restricciones forzadas», refiriéndose a las decisiones gubernamentales en el terreno del confinamiento, la libertad de movimientos, uso de mascarillas, viajes, etcétera. En la misma página de «Le Figaro», el profesor Éric Caumes, jefe del servicio de enfermedades infecciosas del hospital de la Pitié-Salpêtrière, defiende la tesis contraria, es partidario de las «restricciones forzadas». Él es un especialista reconocido. Sus competencias son más bien literarias, filosóficas… ¿no corre el riesgo de «dar lecciones» sin competencias reconocidas?

—A cada cual su competencia. Yo he trabajado en el terreno del civismo, la responsabilidad. He estudiado la historia de los «estados de excepción». Y sé que es imprescindible ser muy prudente. Ya que nunca se sabe las consecuencias del cómo y cuándo se suspende una libertad. Mi experiencia me prueba que no se sabe cuándo y cómo se restablece la libertad suspendida. He reflexionado sobre las nuevas tecnologías y de la manera que entran en nuestras vidas, destruyendo nuestros espacios íntimos, para instaurar un espacio de indiscreción generalizado. He trabajado, también, dicho sea entre paréntesis, en esa parte de la filosofía que llamamos epistemología, o, dicho de otra manera, en la historia de las ciencias… y sé que los mejores médicos, ante un problema de nuevo cuño, ante un nuevo virus, en este caso, vacilan, se equivocan, rectifican, vuelven a equivocarse… y no hay nada más peligroso que transformarlos en dioses vivientes, dotados de una palabra evangélica.

La pandemia continúa azotando, en cinco continentes, semanas después de la publicación de su libro. ¿No teme haberlo escrito demasiado pronto y demasiado deprisa?

—Todo lo contrario. Creo haberlo escrito en el buen momento. Para ayudar a quienes me lean a comportarse y actuar con sabiduría y sangre fría ante la segunda fase de la pandemia.

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