La autopublicación, una vía cada vez más popular entre los escritores para alcanzar al público

Carlos Ceruelo, autor de «Pitia» (Ed. ViveLibro), cuenta en ABC las ventajas y desventajas de publicar recurriendo a la autoedición

Fotografía de archivo de una montaña de libros ABC
María Jesús Guzmán

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Imagina que lanzas dos fotones de luz entrelazados a dos átomos sueltos que, a partir de ahora y por un tiempo indeterminado –desde un par minutos hasta millones de años–, se comportarán igual. Quedarán entrelazados, los separe la distancia que los separe; si fueran son dos monedas y las tirases al aire en direcciones opuestas, si una cayera cara, la otra también lo haría. Se trata del entrelazamiento cuántico , un fenómeno que choca con las leyes clásicas de la física. Lo que el popular físico alemán Albert Einstein se resistió a creer y que describió como «espeluznante acción a distancia» es real y muchos lo definen como la magia del universo.

Carlos Ceruelo, autor de «Pitia»

Este fenómeno empapa a «Pitia» (Ed. ViveLibro), el primer libro de Carlos Ceruelo , director ejecutivo de Billib. En su obra –una novela que dista mucho de ser un tratado de física–, plantea aplicar la teoría para viajar en el tiempo: los personajes logran conectarse con su yo del futuro y pueden darle consejos gracias a ese entrelazamiento. Una teoría que no solo le ha servido para crear una historia, sino que también lleva a la práctica: «Tengo un laboratorio en casa y, allí, mando fotones a dos libros, de modo que átomos de uno se entrelacen con átomos del otro. ¿Para qué sirve? Para nada –ríe–. Pero, desde el punto de vista científico, es impresionante que dos libros tengan moléculas y átomos que hagan lo mismo a la vez. Para los más metafísicos o esotéricos, cuando esas partículas sueltan los fotones que las conectaba, estos acaban en la retina de las dos personas que están leyendo cada libro, (…) algo que supondría una declaración de amor. Es mágico. También vendo libros en los que está entrelazada la parte de delante con la de detrás. La idea es que, cuando lo empieces a leer, mires las partículas que están en la primera página y, cuando acabes, mires las de la última: que te entrelaces a ti con tu yo del futuro».

Escrito en «cinco veranos y dos Navidades», el libro salió al mercado por autoedición, una opción que nació en Estados Unidos y que es cada vez más popular en España, donde llegó de la mano de Bubok en 2008. Ceruelo se decantó por ella, entre otras razones, por la libertad que supone. En palabras de Ignacio Rodríguez , director editorial de ViveLibro , «una de las ventajas de la autopublicación es que tú decides todo sobre tu libro, hasta la cubierta. En las grandes editoriales no es así». Habla de autores que se han enfadado con ellas porque «les cambiaban la mitad de la obra» y han recurrido a la autoedición. Explica que, aunque ellos asesoran sobre contenido y continente, «eres más libre»; «hay gente que pone hasta su propio precio», apunta. Como contrapartida, todos los gastos corren a cargo del escritor : desde la producción hasta la distribución, pasando por el diseño y la maquetación. Ahora bien, los beneficios por libro vendido también son mayores: mientras que con las editoriales tradicionales el autor recibe entre un 10 % (para libros en papel) y un 30 % (para formato digital) del precio de venta al público, con la autoedición la cifra puede superar el 50 %. En definitiva la inversión –y por tanto el riesgo– es mayor, pero, si el proyecto se traduce en éxito, también es más beneficioso .

Problemas a los que se enfrentan

Sin embargo, cuenta Rodríguez, son muchos los «handicaps» a los que tienen que enfrentarse. Explica que el mundo de las autoeditoriales está muy denostado y, muchas veces, mal mirado, debido a que durante mucho tiempo se ha publicado sin ningún tipo de filtro ni miramiento . Además, asegura que varias editoriales de este tipo obligan a los escritores a sacar más ejemplares de los que saben que van a vender o, incluso, distribuir por comercios. Una práctica que a Rodríguez tilda de «agresiva» y que se granjea las desconfianza de los usuarios.

La última polémica en que se han visto envueltas es la de la Feria del Libro de Madrid , a la que no pueden asistir desde el año pasado. «Echaron a todas las editoriales de autopublicación. Nos obligan a ser del gremio de editores, de CEDRO [la asociación de autores y editores de libros, revistas, periódicos y partituras]. Para ocupar los puestos en los que antes estábamos, han cogido editoriales de fuera de Madrid, a las que les cobran el doble. (…) Hay un espacio limitado para poner las casetas : la mayoría está destinado a los libreros que van, mientras que a las editoriales, en vez de cuatro metros, les han dejado tres», expone el director editorial de Vivelibro. A su parecer, esto repercute de forma directa en la pluralidad : «Quienes vienen de una editorial, solo pueden llevar libros publicados por ella, pero una librería puede llevar lo que le dé la gana y todas acaban ofreciendo lo mismo. El 90% tienen a Kent Follet, que es lo que vende». Y añade, indignado: «En mi gremio, puedo ir a la Feria de Fuenlabrada, a la de Valladolid, a la de Zaragoza... pero no a la de Madrid. Es alucinante. Nos hemos salido, porque como no pintamos nada, no nos hacen ni caso... ».

[El aumento de editoriales ha puesto las cosas más difíciles a los organizadores del evento. Después de que el año pasado se quedasen fuera las empresas de autopublicación, en esta ocasión no han podido asistir los especialistas en fascímiles. El espacio que se concede en el Parque del Retiro da para instalar 367 casetas, 201 para editores (cuando hay 750 empresas agremiadas en la industria editorial española). El resto de tiendas están destinadas a libreros y organizaciones. Por ello, con el objetivo de que nadie se quede sin espacio, se está reduciendo el tamaño de las casetas : el año pasado había 80 de tres metros (antes eran de cuatro), ahora hay un total de 130. De momento, siempre para editores. Cada metro de caseta cuesta unos 600 euros].

El declive de la lectura

Además de la controversia con la Feria del Libro de Madrid –que arrancó el pasado 25 de mayo y acaba este domingo–, Rodríguez también habla de los problemas generales que afectan tanto a editoriales tradicionales como de autopublicación. Afirma que en España se publican «más de 80.000 novedades al año» pero que, no obstante, «tiene uno de los peores índices de lectura de Europa» . Asegura que, aunque «hay una parte de la población que lee mucho», el resto ha perdido la costumbre y cuenta que, cuando trabajaba para editoriales tradicionales y acudía a ferias, vendía clásicos de tapa dura que la gente compraba con el mero fin de decorar su casa . Ceruelo corrobora las palabras del director editorial de ViveLibro y dice que publicar una obra «da prestigio» y que «la gente valora mucho el esfuerzo que has hecho», pero que «luego, muchas veces, no está dispuesta a pagar 17 euros por ella».

Historias como la de Javier Castillo (quien recurrió a Amazon para sacar al mercado su libro, «El día que se perdió el amor») demuestran que «dar el pelotazo» es posible y que hay quien logra vivir de su actividad como escritor. Pero no es el más común de los casos en un mundo en que, como asegura Ceruelo, los «márgenes de beneficio son muy estrechos» . Proceder del ámbito de la tecnología –es director ejecutivo de Billib– también le ha hecho ver que la «saturación de información» es enorme y que «la gente tiene cada vez menos tiempo para leer». Narra que «se están desarrollando muchos los robots inteligentes para hacer resúmenes de textos» y augura que «el libro se va a quedar como el placer de leer en un momento de tranquilidad» . Y agrega: «Estoy saturado de información, pero cuando me leo un buen libro es como cuando me bebo un buen vino, no lo hago para acompañar a la comida ni para quitarme la sed, lo hago para disfrutar. Un libro es igual, es un placer y además una fuente de sabiduría, muchos tienen un mensaje al que hay que llegar. No te puedes leer un resumen. Creo que el placer del libro seguirá existiendo y nunca va a desaparecer». Unas palabras con las que Rodríguez se muestra de acuerdo: «El hecho de que al leer una página cada persona interprete algo diferente hace al libro una cosa única. No tiene pilas, no se gasta, vas a la playa, se cae y no pasa nada».

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