Arturo Pérez-Reverte: «Vivimos un tiempo de mordazas, ¡como nunca!»
El escritor y académico afronta la polémica por la publicación de una novela sobre la Guerra Civil: «Línea de Fuego»
No callarás: cuando la libertad del escritor levanta ampollas
Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1950) es un veterano de muchas polémicas. No las rehúye y casi se diría que le causan cierto placer, ya sean al calor de sus artículos, sus libros o incluso de su presencia en las redes. Hablamos en medio de la promoción de su último libro, «Línea de fuego», novela sobre la Guerra Civil española que ya ha recibido críticas desde ambos extremos del arco político. Aprovechamos un encuentro para preguntarle por cómo vive esos dilemas antes y después de publicar.
«Yo cazo solo»
—Primero quiero decir que es divertido, a mi edad. Si eres alguien de treinta años te juegas el futuro. A mí ya no me afecta. Pasas una línea y ya estás a salvo. En un momento en que todo el mundo se la coge con papel de fumar, yo sigo aprendiendo, así que si un texto tuyo causa una polémica, te quedas mirando al personal para ver cómo reacciona. Pero además hay una parte de orgullo bien entendido. Yo cazo solo, esa es la frase. Me gusta estar solo, alerta, valerme por mí mismo, me gusta encontrar desafíos, como cuando navegas y tienes que estar pendiente de todo. Por mi carácter me gusta vivir así, sentirme en territorio hostil. Por supuesto es una soledad formal pero no real, porque tengo amigos. Los amigos te reconocen. Pero yo cazo solo, «con mi sable y mi caballo», como mi húsar. Y por eso me meto sin pensarlo demasiado en jardines como el que me acabo de meter con esta novela. Voy a cumplir 69 años. Hay una ventaja evidente: mi vida como escritor está culminada. Mis lectores me conocen perfectamente, saben cuál es mi mundo. Puedo permitirme el lujo de hacer lo que me dé la gana. Y esta novela me ha llegado ahora. ¿Va a sentar mal? Me da lo mismo.
El lugar ecuánime
—Me parece el momento adecuado para esta novela. Por edad, ya digo, por mirada, porque he visto lo suficiente en mi vida como para poder contarla desde un lugar ecuánime, que no significa equidistante. ¿Por qué? Porque te sientas y escuchas a quien no piensa como tú con interés, intentando aprender. Con los personajes de mi novela he hecho eso. Porque esta es otra de las basuras que la política actual nos está colocando, que al adversario no hay que escucharlo, sino silenciarlo. Hay que taparle la boca, que no hable, ejecutarlo socialmente, ya que físicamente no se puede. Las posiciones son berroqueñas. Como si fuera imposible que una persona evolucione, cambie. No hay debate posible. Además, los intolerantes no dudan, no tienen grietas en su argumentación. ¡Si yo con 69 años tengo más dudas ahora que a los veinte! Cuanto más conocimiento tienes más dudas se plantean. Y estos plantean un mundo cerrado y hermético, en blanco y negro.
Libertad y mordaza
—A mí ver que las universidades se suman al amordazamiento de las voces disidentes me parece de un disparate y una demolición extraordinaria de todo cuanto significa la palabra cultura, o el conocimiento. Vivimos un tiempo de mordazas, ¡como nunca! En el franquismo había una pena política y física de cárcel. Ahora te silencian, te proscriben, te apartan, te cancelan. Borran tu memoria. Te linchan. La muerte es social. Es gravísimo. Que gente que está en primera línea, los líderes políticos y sociales, lo practiquen es desolador. No dudan. Tienen la verdad sentada en el hombro. y no van a cambiar. Y la gente compra cada vez más ese discurso.
El dilema del ser humano
—Soy más bien duro. Y escéptico. Lo que he visto en la vida ha quitado las mayúsculas a palabras como honor, patria, bandera o religión. En los relatos y memorias de la guerra no he podido evitar la admiración por las historias humanas, esos heroísmos inexplicables. El ser humano es también admirable, aunque sea despreciable y a veces ambas cosas en el mismo día. Mi admiración y mi desprecio del mismo ser humano es la cuestión, el dilema que me he pasado la vida intentando dilucidar. La guerra fue una escuela de lucidez extraordinaria para mí. Allí descubrí que lo del bueno y el malo es relativo. En el Líbano estuve con los maronitas, drusos, sirios, palestinos… todos tienen razones. Tienen motivos.
Novelista o articulista
—Yo soy Arturo Pérez Reverte, con lo bueno y con lo malo. Tengo una visión del mundo y una mirada, que es la que me han dejado mi biblioteca y la vida que he llevado. No me la marca una ideología ni un partido político. He leído mucho y vivido muchas vidas interesantes y educativas en muchos sentidos. Navego y he estado en guerras como reportero, tengo amigos a los que escucho y a los que hago hablar más de lo que hablo yo mismo. Con todo eso construyo mi mirada, que no es optimista, ni ilusionada, pero sí lúcida. Con ella escribo novelas y publico artículos. La fuente es la misma. Quien hace la novela es quien ha estado en Bosnia. Soy consecuente, no me contradigo.
Consecuencias de lo que se escribe
—Puede haber autores militantes, pero yo no soy de ese tipo de autores. No creo que el mundo vaya a ser mejor por mi libro. Eso sí, si la novela acaba siendo importante, como lo fue «Patria», ojalá lo sea la mía, aceptas que tenga consecuencias. Pero no deben pesar, porque si pesa estás contaminado. Es el lector quien termina de escribir la novela. Ahí no sé lo que va a pasar. Yo doy el material y el lector hará lo que quiera con ella.
Noticias relacionadas