VIDAS DE ABC

Andrés Révész, un espía en la redacción de ABC

La historia del redactor jefe de internacional que tenía un consultorio y durante la guerra destripaba los secretos de los brigadistas

Andrés Révész, visto por Nieto
Mari Pau Domínguez

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Valencia, entre los años 1938 y 1939. Cárcel del Preventorio número 1. Andrés Révész se movía como un tigre en una jaula recorriendo su inhóspita celda de reducidas dimensiones. Combatía el tedio y la frustrante soledad del duro régimen de aislamiento, en el que llevaba cumplidos cinco meses de condena, con su afición favorita, que era poner a prueba su memoria. Recitaba de corrido sucesivos pasajes de la Historia, desde los orígenes del hombre hasta aquellos días de guerra civil, en los que todo se había torcido. Al llegar al final volvía a empezar pero entonces recitando en francés. Y lo mismo hacía después en inglés y hasta en alemán. Las malas lenguas decían que acabaron soltándolo con tal de no escucharlo más. «¡Está loco!»

No hay que confundir locura con genialidad, aunque a veces sean como hermanas gemelas. Révész era un genio , dotado, además, de altas dosis de ingenio y excentricidad. Tras salir de la cárcel escribió un artículo en el que se exculpaba argumentando que tras seis horas de interrogatorio decidió confesar su condición de espía aunque no lo fuera, para que así lo liberaran. Pero él sabía, mejor que nadie, la verdad. Y la verdad lo conducía a recordar, aunque no quisiera, el Café Ivory, base de operaciones de la trama de espionaje creada para el gobierno de Hungría en 1937 con la misión de controlar los movimientos de los soldados húngaros alistados en las Brigadas Internacionales y localizar las posiciones y avances republicanos en Madrid. Révész era el líder de la red y tenía a su cargo, desplegados por la capital, a una docena de agentes.

Los espías del Ivory

En el Ivory hasta Julio, el barman, estaba implicado, y su papel no era baladí: ponía de alcohol hasta las cejas a los oficiales de las Brigadas Internacionales que recalaban en el local, hasta que acababan soltando información que no debían. Desde que se inauguró a finales de diciembre de 1933, en el cruce de las calles de Cedaceros y Alcalá, el Café Ivory, antes Café Marfil y, a principios de siglo, el New Club, sito en el local contiguo a la Maison Dorée, se convirtió en uno de los primeros bares al estilo norteamericano en Madrid. Era uno de los cafés más cosmopolitas y modernos de la capital, con su característica esquina curvada en la fachada de cristal, mármol y metal dorado.

Una tarde, Révész se sorprendió teniendo que consolar a Herta, una de las agentes alemanas más eficaces de la red.

-No entiendo por qué no lo he conseguido.

-Bien… -solía iniciar así una frase-. A veces no es tan sencillo -al hablar, Révész movía delicadamente sus manos, finas y de largos dedos curvos que delataban pasar la vida entre plumas y escritos.

-¿Sencillo, dices? Llevaba más de quince días dejándome seducir por ese idiota y resulta que no tenía la lengua tan larga como la mano. Si al menos hubiera conseguido algo…

-Tranquila. Creo que eso está a punto de cambiar. Mira…

En un rincón del Ivory, el barman, que no paraba de rellenarle la copa, estaba de compadreo y risas con el oficial republicano al que se estaba refiriendo Herta.

-Bien…. Podría entrar un ejército de moscas en este momento en tu boca -le dijo Révész a su agente, pasmada al contemplar la escena.

Julio les guiñó un ojo en la distancia y Herta disimuló el profundo asco que sentía por el oficial, mientras Révész ni se inmutó.

Al hombre que dice de sí mismo no ser espía, lo trasladarán, en cuestión de días, a un pabellón con otros reclusos para que cumpla al menos dos meses más de encarcelamiento. Fue el 28 de junio de 1938 cuando la policía republicana lo detuvo en su domicilio. Entonces pasó un mes en la cárcel pero acabó siendo absuelto del delito de espionaje. Sin embargo, cuando estaban dejándolo en libertad, el Servicio de Información Militar lo detuvo de nuevo ya que uno de los miembros de la red, el húngaro De Berena, había confesado que Révész era el líder. Ese día supo que las cosas se ponían difíciles para él y volvió a ejercitar su memoria durante el trayecto de Madrid a Valencia, para mantener la cordura. Tampoco perdió la compostura ni un solo día de los que pasó en prisión.

Los críticos de ABC en los cincuenta. De izquierda a derecha, el crítico literario Melchor Fernández Almagro, Andrés Révész (política internacional), Marquerie (teatro), López Sáncho (entonces deportes, antes de ser crítico teatral), Camón Aznar (arte) y Sánchez del Arco (toros)

Durante años, Révész fue un personaje indispensable en las recepciones de las principales embajadas en Madrid, en las que llamaba la atención que siempre tomara apenas dos zumos de naranja. Y es que el periodista se cuidaba mucho. Hacía gimnasia todas las mañanas temprano, no bebía alcohol y sus comidas eran siempre frugales. Estaba convencido de que a esas costumbres se debía su «excelente estado de salud». Por ello presumía de lo que solía decirle el doctor Gregorio Marañón : «Tiene usted los tejidos de un muchacho de veinte años».

A veces, en la tiniebla de su celda, cerraba los ojos y pensaba con añoranza en el trasiego de la redacción y en sus compañeros, como el crítico teatral Alfredo Marqueríe , al que martirizaba con sus ocurrencias. Una noche la lió:

-Dígame, Marqueríe, ¿cuántas veces hace usted el amor con su mujer?

Se instaló un sordo silencio. Marqueríe elevó una mirada asesina por encima de las gafas y luego se fijó en el tintero. Pero se contuvo y siguió escribiendo. Insistente, el húngaro volvió a la carga retando la calma del crítico:

-Bien… Sólo quiero saber si la cifra que usted me dé se refiere al año, al mes, a la semana o al día.

Marqueríe perdió la paciencia y acabó arrojándole el tintero a la cabeza, afortunadamente sin alcanzarle. Todos en el periódico conocían la existencia del consultorio sentimental que tenía montado Révész para aconsejar a las mujeres en asuntos amorosos. Sobre él dijo el crítico teatral Lorenzo López Sancho: «Cuando no viene es que está en Virginia, en Uganda, en California, en Alemania, en Canadá, en Sudáfrica, dando conferencias sobre política o sobre amor». Siempre estaba acompañado de mujeres. «Escritoras, maestras, violinistas, poetisas vienen a verle a la redacción. ¿De cuántas mujeres es novio platónico este periodista, del que André Maurois dijo que era un “gran biógrafo? A todas es fiel. Para todas tiene un caramelo, un cigarrillo rubio, una palabra iluminadora», escribió López Sancho al cumplirse un año de su muerte.

Ilustración completa de Nieto para este reportaje

Innata sensatez

Terminados aquellos convulsos años de guerra y espías, años de soledad y quién sabe si de miedo, porque tal cosa jamás será reconocida por Révész, pudo volver a escribir sus crónicas internacionales y a traducir en palabras su innata sensatez de la que hacía gala en análisis como el del «peligro bolchevique» : «Los obreros, que sólo luchan para mejorar sus condiciones materiales, son nuestros hermanos y debemos darles satisfacción, dentro de los límites de las posibilidades económicas. Pero con los agentes de Moscú, que quieren destruir nuestra sociedad, nuestra Patria, nuestra civilización, no podemos ni debemos transigir» (ABC, 28 enero 1928).

Al volver a pisar la redacción, Révész siente la nostalgia avivándole el corazón. Intenta mantener los hábitos de siempre. Al marcar el reloj las tres de la madrugada se levanta de su mesa, afloja la pajarita de su cuello y guarda el lazo en un bolsillo. Lleva bajo el brazo un fajo de periódicos. Caminando lentamente abandona las instalaciones del ABC. Otro día más . Ya en casa se quita su pantalón de raya diplomática y su habitual americana negra, bajo la que viste un chaleco desabrochado. Toma un vaso de leche y se acuesta. Todo igual que entonces. Igual que antaño. Sólo que ahora su espalda siente mucho más el peso de la vida.

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