Agustín Pery: «En España hemos convertido en héroes a verdaderos chorizos»
El periodista debuta en la ficción con «Moscas», un thriller con la corrupción como telón de fondo que destapa las miserias de la condición humana
Despiertas y un sudor frío te corre por la espalda. Lo último que recuerdas es que ibas caminando, por la calle, tranquilo. Y, un segundo después, te desvaneciste. Te cuesta moverte. La rabia te invade y tratas de zafarte de ese golpe que, sin saberlo, te ha dado la vida. Maldito Murphy... Agustín Pery (Cádiz, 1971) acababa de dejar el periódico en el que trabajaba. Comenzaba una nueva etapa. Pero aquel instante lo cambió todo. También a él, que quiso aprovechar el revés para plantarle cara al único púgil que no conoce el nocaut: el destino. Para ello, recurrió a las palabras. Ellas le habían llevado hasta allí, y de allí le sacarían. Es cierto que su mujer tuvo bastante que ver («¿Por qué no te pones a escribir, ahora que tienes tiempo?»), pero la escritura le terminó poseyendo.
Se miró en su propio espejo, y lo atravesó. Su experiencia como periodista en Palma, con la corrupción como hilo conductor de todas las tramas, le sirvió de inspiración. Dejó que los personajes se pusieran en marcha, que coexistieran. Y, en unos meses, terminó «Moscas» . De aquella salió más fuerte. Física y mentalmente. Y con una novela cojonuda bajo el brazo. No tenía intención de publicarla, pero en su camino se cruzaron un buen amigo (periodista, cómo no) y un editor con ojo (Julián Lacalle, de Pepitas de Calabaza ).
¿La escritura fue su refugio?
Surge de mi miedo, porque la concebí como mi legado para mis hijos. Fue una terapia. Estaba muy enrabietado.
Y la rabia está en la novela.
Sí, sí, sí. Es honesta. No hay nada de artificio a la hora de contarlo. Hay partes muy duras. Quería generar en el lector la sensación de que es un combate.
De hecho, los párrafos son como golpes que el lector recibe en el ring.
Esa era la idea, que el de enfrente se quede gratificantemente agotado.
Y noqueado.
Si lo logro, esa era la intención, que se remueva algo.
¿No tenía miedo de que, al estar vinculado con la historia, la ficción terminara contaminada por su vida?
Cuando estás en un sitio muy pequeño, que se convierte en un parque de atracciones de la corrupción, que es lo que era Baleares en aquel momento, empiezas a desconfiar de todo el mundo, y yo nunca he sido desconfiado. Cuando volví de Baleares, tenía la sensación de que detrás de cada persona había algo corrupto que contar y me dolió, porque yo no soy así. Ese ambiente sí se traslada a la novela. En la novela no hay bondad.
Me acuerdo, por ejemplo, de uno de los personajes principales, que empieza como el supuesto héroe, pero termina defraudando y demostrando que el poder corrompe según lo rozas.
No es una novela sobre la corrupción, sino de las consecuencias que tiene en la sociedad. La corrupción envilece y lo justifica todo. Es lo peor que tiene. Es como la metástasis del alma. Eso sí lo noté. Para mí, la corrupción es el mal y no hay medias tintas con ella. Hay un clima de maldad que te acaba contaminando.
Pocos se salvan en la novela…
Pero no es intencionado. No quería conseguir un héroe, porque en la vida no hay héroes, hay gente que lucha. No mitifico a los héroes, ni a los malvados.
Yo creo que los humaniza.
Yo creo que sí. Esa es la intención. A los héroes no hay que ensalzarlos, y a los malvados hay que vigilarlos.
Lo que está claro es que en España la realidad supera siempre a la ficción.
Sí, eso se lo puedo asegurar.
Y sobre todo con la corrupción.
Sí, sin duda. La realidad de la corrupción en España, como novela, está por contar. Yo no es que la quiera contar, porque he estado muy implicado y a lo mejor se necesita otro tipo de visión. Yo no la he padecido, yo he sido testigo; me han intentado censurar, me han intentado comprar, pero como a todos mis compañeros, nos han intentado fustigar desde el poder político. No me he corrompido, afortunadamente, ni he colaborado en que alguien se corrompa. Entonces, yo creo que falta por contar todo ese escenario de lo que para mí es la metástasis de esta sociedad, que es la corrupción. Muchas veces, en España, la corrupción se ha subsumido en la picaresca, ha tenido como una cierta complacencia por parte de la gente, y yo creo que no. A los héroes no hay que mitificarlos. En España hemos convertido en héroes a verdaderos chorizos. Yo lo siento, pero un chorizo es un chorizo: robe un furgón y se llame el Dioni, o el Lute o María Antònia Munar, que es uno de los personajes que sale en la novela, que es real. Esa gente es mangante.
La conclusión a la que llego, tras leer la novela, es que no hemos aprendido nada.
No, y no sé si estamos en proceso, porque hay siempre una intención como de justificar. No hay que justificar, hay que señalar a la corrupción. No con la dictadura del tuitero, que es muy fácil y, además, se cometen muchas injusticias.
Aunque te señalen.
Sí, sí. Hay que poner en valor lo que supone un país corrupto. Cuánto de más pagamos, por culpa de la corrupción, en cada obra pública. La corrupción supone un sobrecoste para la sociedad que todavía no se ha evaluado realmente, y el día que se evalúe nos vamos a asustar mucho. A lo mejor hace falta que haya un Gobierno, sea el que sea, no es un tema de signos políticos, que de verdad levante acta del sobrecoste de la corrupción para una sociedad.
La ficción cura, ¿verdad?
Sí, a mí me ayudó mucho.
Cura la escritura... y la lectura.
Sí. Nunca he dejado de leer una novela, salvo porque me pareciera mala o me aburriera. Hay gente que dejó de leer «El perfume» cuando nace el personaje, pero a mí me pareció maravilloso, porque me generó una sensación de asco. Patrick Süskind, en «El perfume», fue un genio. Y me ha pasado con escritores de todo tipo. Pero me pasa también con compañeros de este oficio, que son ebanistas de la escritura. Me encantaría ser un ebanista de la escritura, pero lo que tenía que hacer la novela conmigo ya lo ha hecho: ser capaz de escribirla, llenar mis momentos de más tristeza, rabia y miedo.