580 millones de francoparlantes
¿Qué ocurriría si Emmanuel Macron pudiera blasonar la segunda lengua más hablada del mundo?
Cada vez que tiene ocasión, el presidente Emmanuel Macron saca pecho con el francés. El hombre, que recita de memoria 'El Misántropo' de Molière, propuso hace unos días que el idioma de su país sustituyese al inglés como «lengua de trabajo oficial» a partir de 2022, cuando Francia asuma la presidencia del Consejo de la Unión Europea. Si Macron dispusiera de los 580 hablantes del español, hace rato que el orbe entero declamaría a voz en grito 'La Chanson de Roland'.
El idioma español es el segundo más hablado del mundo y la segunda lengua de comunicación internacional en la red. Aumenta el PIB y da empleo a 3,5 millones de personas, según el informe presentado por la Fundación Telefónica en 2012. Es la lengua que cruza el Atlántico, cual beso oceánico. Se diga fósforo o cerilla, algo siempre arde cuando se frasea en español.
Se afanan los nacionalistas no ya en conservar o potenciar sus lenguas, sino en gangrenar la nuestra. Lo hacen incluso con la claudicación de las instituciones oficiales, como si el idioma común con Iberoamérica no multiplicara por cuatro los intercambios comerciales entre países. Que no se trata del despropósito de la eñe como marca España, porque nadie puede patrimonializar una critura híbrida.
Limitarsea la descripción del español como el gran instrumento de progreso social y económico quizá sea efectivo como estrategia, pero falta a los rasgos esenciales de su naturaleza: su riqueza y variedad. La primera novela moderna, 'El Quijote', hunde sus raíces en el castellano y por tanto el español, que involucra la idea panhispánica de la lengua que la RAE y el Instituto Cervantes han procurado afianzar.
La lengua era el arpa y el centro de la obra del Premio Nobel mexicano y Premio Cervantes Octavio Paz, alguien que modeló una obra hermosa con la arcilla de ese idioma untuoso. Castrarlo, amputarlo o arrinconarlo sólo demuestra las cortas entendederas de quienes lo acechan.
¡Ay, si Macron tuviera 580 millones de francoparlantes!