Daniel Blanco recupera en un libro 'Los pecados de verano'
La novela tiene como escenario el Congreso de Moralidad en playas en el que se puso coto a las costumbres disolutas de los turistas
Actualizado: GuardarAntes de que Alfredo Landa popularizara el mito del hombre hispano en las playas, previo a que las suecas (llámese así a toda mujer extranjera de cabellos rubios y piernas larguísimas que pisaran nuestros arenales) insuflaran sus aires europeos a la mojigata España franquista, mucho antes de que tomar el sol no fuera un actividad cotidiana, sino un lujo para los provincianos.
Antes de hoy, pero no hace tanto porque forma parte de la historia reciente de este país, las playas servían también de escenario para el recorte de libertades, la imposición moral y la inhibición de todo aquel sentimiento, gesto o aspiración contraria a las normas del nacionalcatolicismo.
Hace más de medio siglo, en los albores del verano de 1951, se celebró en Valencia bajo el auspicio de la Comisión Episcopal de Moralidad y Ortodoxia de España, el I Congreso Nacional de Moralidad en playas, piscinas y márgenes de ríos del que salió una serie de recomendaciones como la de separar el baño en el mar por sexo y prohibiciones como la de estar fuera del agua sin albornoz, llevar un bañador no aceptable o bailar en la playa.
Hace unos meses, el periodista y escritor Daniel Blanco (Moguer, Huelva, 1978) descubrió la existencia del congreso, del que incluso se convocó una segunda edición.
Como a cualquiera de su generación y de las siguientes, aquella cita y las conclusiones que se establecieron le llamaron poderosamente la atención. Blanco, que había dejado el periodismo para consagrarse a su vocación de literato, encontró el telón de fondo para su primera novela para adultos –ya había publicado varios libros infantiles y recibido una treintena de premios–.
No lo dudó. Al día siguiente cogió un tren hacia Valencia y allí confirmó que contaba con un escenario para 'Los pecados de verano' (Ediciones B). Una obra para «entretener» que trata de responder a las cuestiones que el propio Blanco se venía planteando de sde hacía tiempo. «¿Cómo se relacionaban, cómo amaban y cuáles eran las inquietudes de nuestros abuelos». El resultado es una obra «semicostumbrista, semihistórica y de sentimientos» que tiene como protagonista a una familia que acude al congreso valenciano.
Este viaje de toda la familia a una ciudad mediterránea los abruma y los desarma, les muestra a todos un nuevo paisaje de libertad, no siempre agradable. «Me interesaba explorar todo el tema del deseo, sobre todo de la frustración del deseo porque es una emoción universal, tan animal y primitiva. Quería ver cómo esta generación lo gestionó», apunta Blanco sobre el leit motiv de su historia. El autor onubense cree en la literatura como método para el revisionismo, en clave de saber quiénes fuimos para conocer cómo somos.
«Para las zonas costeras es imprescindible conocer cómo eran las playas hace 50 años, saber de dónde venimos. La novela me ha servido también para conocer, empatizar y valorar a esa generación que una vez fueron jóvenes y que querían ser deseados, tenían los mismos miedos e inquietudes que nosotros, pero muy poco margen para conseguir ser un poquito felices», subraya el escritor.
De aquella generación «furtiva», que aprendió a «conformarse con muy poco» y que se erigió en vigilante de los demás. En una época en que hasta en la playa la moralidad fue institucionalizada, la mujer sufría los mayores desmanes. La protagonista de 'Los pecados de verano', Consuelo, la señora, constituye un ejemplo.
La búsqueda de Blanco concluye en homenaje. «Estas mujeres son unas heroínas de calle, no las va a reivindicar la historia, pero fueron heroínas que a nivel muy íntimo, de tú a tú, sí consiguieron colgarse una medalla. En esta época, como en muchos ámbitos, la mujer se llevaba la peor parte». Entonces, la mujer era considerada el origen y vehículo del pecado, y junto a los hombres, formaron una generación de «incendios invisibles».
«Cuando uno sufre mucho y tiene un tormento del que no se puede liberar la única forma de sentirse mejor es haciendo sufrir a los demás. En la novela, las emociones están muy arriba porque las sienten personas que son muy infelices», subraya Blanco.
Más de medio siglo después de aquella hoy extraña reunión, la libertad total se antoja utópica. «La moral es una construcción social efímera. Entonces venía impuesta por el franquismo, y ahora son las propias comunidades y sociedades las que deciden. Podemos destacar dos situaciones extremas. En Magaluf todo está permitido, lo que se hace allí no se puede hacer en Madrid . Pero también nos encontramos con que hay chavales cada vez más jóvenes que impiden a sus parejas ponerse una minifalda».
Blanco, escritor de sentimientos, explorador de los furores internos, descubridor de personajes arquetípicos, confía en otra revolución una vez lograda la victoria de la mujer en su lucha por la igualdad. «La próxima revolución será la del hombre, para congraciarse con sus emociones y ser capaz de hablar libremente de su mundo interior», sentencia el autor.
Ver los comentarios