Ezequiel Szafir:«En el futuro, Europa será una distopía»
La novela «París 2041» explora la identidad europea y las posibilidades de asimilación de la población inmigrante a través de un romance interétnico
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Se publica «París 2041» (B de Books) , un romance distópico que explora la identidad europea. Su autor es Ezequiel Szafir (Buenos Aires, 1971), vicepresidente de Amazon Europa, cargo al que llegó por ser capaz de aunar su condición de escritor con su larga carrera como ejecutivo en empresas como Nike, Deloitte o Cortefiel. Esa dicotomía personal es un aliciente que ha espoleado su narrativa, repleta de una prosa exquisita e ideas poderosas camufladas entre las páginas de una novela de entretenimiento.
—La primera tarea al enfrentarse a París 2041, identificar el género de la novela. ¿Es una distopía o un romance?
—Las dos cosas: los personajes viven una historia de amor, mientras Europa cae de lleno en un futuro distópico.
—En cualquier caso es una historia de amor poco convencional.
—No hay un Romeo y Julieta, no hay tragedia griega. Hay amor como razón de vida. Vivimos para amar y ser amados. Viktor Frankl, el filósofo vienés que sobrevivió a Auschwitz, dice que el amor y la pasión dan sentido a nuestras vidas. Y es la búsqueda de sentido el camino que el lector recorre de la mano de Antoine. Él lucha desde el comienzo del libro con su voz interior. Es un héroe que no quiere serlo. Duda, todos los días y en todo momento, como dudamos cada uno de nosotros con el camino que elegimos a diario. Hasta que conoce a «esa chica». Lo genial del amor de Antoine por Farida es que es ciego.
—Porque él no la ha visto nunca.
—Quería escribir una historia donde el hombre se enamore de la mujer por lo que es, y no por su cuerpo. Y el burka me dio esa posibilidad. Todo lo que Antoine puede ver son sus ojos y escuchar su voz.
—¿Son la búsqueda de identidad y sentido en la vida requisitos para ser feliz?
—Llamo «hoja de ruta» a ese mandato de la sociedad, y a veces de nuestros padres, que nos indica la vida que tenemos que vivir. Cada uno de los personajes de «París 2041» va abriendo los ojos y descubriendo que la felicidad requiere apartarse de la hoja de ruta establecida por terceros, y cambiarla por la que haga feliz a uno mismo. Seguramente, mientras el lector recorra ese camino con los personajes, no podrá evitar pensar en sí mismo y en su propia hoja de ruta.
—En la obra presenta una Europa de dicotomías. Opone identidad a nacionalidad y aceptación a tolerancia.
—El futuro que plantea «París 2041» es, entre otras cosas, el resultado de confundir «identidad» con «nacionalidad». La palabra «identidad» proviene del latín identitas, que significa igualdad, pero no de ideas, de gustos o de preferencias, sino de principios e ideales. Una misma identidad implica compartir una serie de principios, aunque las ideas de cómo llegar a ellos difieran. La nacionalidad, en cambio, la define un lugar de nacimiento, un apellido y el color de la piel. Pero cuando la identidad se confunde con nacionalidad, no hay espacio para la asimilación. Hay una Europa que no acepta a sus extranjeros, sino que los tolera. Y no es lo mismo aceptar las diferencias que tolerarlas. En Estados Unidos se ha dado el famoso melting pot. En Europa tenemos un pot sin el melting.
—¿Es la Unión Europea, una construcción vertical?
—Sí, pero no nacida de las bases y del acuerdo popular, sino de arriba hacia abajo, desde los gobernantes bajando en línea hacia sus ciudadanos. El beneficio ha sido la velocidad; el riesgo, la precariedad. Como en un mal matrimonio, cuando los problemas entran por la puerta, el amor se va por la ventana. Por eso cuando se les presentó a los ciudadanos una constitución europea, la rechazaron sin más.
—En «París 2041» España se «cae del mapa» y entra en una segunda guerra civil.
—Algo así sucede, pero renace de las cenizas. España siempre vuelve, quizá más fuerte que antes. Pero España no escapa a la crisis de identidad que afecta al resto de Europa. En el año 2041, ante la desaparición de lo que hoy conocemos como Unión Europea, se ve obligada a definirse como entidad, y eso es en realidad una oportunidad.
—Usted plantea un gueto en París, pero esta vez no judío sino musulmán.
—Es el resultado de la hipocresía actual. Porque la sociedad sigue sin debatir los temas de la inmigración y el radicalismo islámico. Animarse a hablar de estos temas es arriesgarse a ser tildado de fascista. Peor aún, los partidos políticos parecen haber decidido delegar estos temas en la extrema derecha, lo cual es peligroso, porque sus recetas suelen ser de corte racista. Y no es justo forzar a los ciudadanos a elegir entre vivir bajo el flagelo de estos problemas o un estado policíaco. Pero lo terrible del futuro es que no parece ser otra cosa que la continuidad del presente que estamos viviendo.
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