«Hablar y escribir bien es un acto de valentía»
Miguel Sosa recopila en «El pequeño libro de las 500 palabras para parecer más culto» algunos términos injustamente olvidados de nuestro diccionario
¿Conoce la definición de escatimoso, hispir, jáculo, jofor o lipemanía? Todas son palabras de nuestro diccionario . También badomía y camastrón. ¿Nunca las ha utilizado? Puede que uno de estos días, si el calor le apremia a sentarse en la terraza de algún bar, quiera tomar un refrescante tinto de verano. Cuando el camarero le sirva, es posible que decida acentuar el sabor de su bebida con una rodaja de limón o, lo que es lo mismo, con un luquete [rueda de limón o naranja que se echa en el vino para que tome de ella sabor]. ¿Tampoco conocía la existencia de este término?
En un extraño afán por simplificar el lenguaje que con tanta maestría manejaron Valle-Inclán y Miguel de Cervantes los expañoles hemos venido eliminando, como quien no quiere la cosa, decenas de bellas palabras del vocabulario con mayor riqueza del mundo. Casi sin percatarnos hemos prescindido de términos útiles y singulares arriesgándonos, con ello, a que muchas de las palabras que un día adornaron nuestras conversaciones caigan para siempre en el olvido.
Así lo explica Miguel Sosa, lector empedernido y al tiempo empeñado en que un buen número de vocablos regresen a nuestra vida cotidiana, motivo que le ha llevado a publicar «El pequeño libro de las 500 palabras para parecer más culto» (Ed. Alienta), una más que recomendada compilación de términos en la que el autor nos invita a recorrer su biografía lectora y a redescubrir la belleza olvidada de nuestro lenguaje.
— ¿Cree que en los últimos años se ha empobrecido el lenguaje?
El lenguaje no se empobrece, nos empobrecemos nosotros cuando dejamos de emplear ciertos términos. Las palabras siguen ahí, esperando a ser utilizadas cuando lo decidamos. ¿Por qué no utilizamos, por ejemplo, la palabra uxoricida [hombre que mata a su mujer]? Se trata de un término de triste actualidad pero empleado en contadas ocasiones. De locos.
— ¿Y por qué cree que hemos optado por empobrecernos?
Por algún motivo hemos dejado de cuidar nuestro idioma que, además, es el mayor patrimonio que tenemos en España. El lenguaje se degusta, se saborea, se construye. Hay términos de una belleza extrema en nuestro diccionario, palabras que da gusto escuchar, como galicinio [parte de la noche que está próxima al amanecer]. Si eliminamos el término galicinio de nuestro vocabulario... ¿Qué palabra utilizaremos para decir que nos encontramos en esa hora de la noche próxima al canto del gallo? Lo que quiero decir con esto es que nos hemos deshecho de palabras bonitas, pero también ciertamente útiles.
— ¿No cree que simplificamos el lenguaje para entendernos mejor?
Si ese es el motivo me parece un gran error, pues cuando simplificas el lenguaje estás simplificando tu pensamiento. Si tus palabras son ricas tu pensamiento también lo será. Es tu decisión, simplifica tu lenguaje y exprésate como todo el mundo: serás uno más.
— ¿Juega la televisión un papel importante en la forma de hablar de los españoles?
Los medios de comunicación —en especial la televisión— pueden hacer mucho bien, pero también mucho mal. Antes la televisión informaba, formaba y entretenía. Ahora, lamentablemente, la televisión entretiene poco, informa de aquella manera y no forma en absoluto.
«Hay quien no habla con propiedad por miedo a que le llamen pedante»
— ¿A quién culparía de nuestro mal uso del lenguaje? ¿Los medios? ¿La educación?
No me cabe duda de que la culpa la tenemos todos. Escogemos mal nuestras lecturas y decidimos expresarnos mal. De hecho, hay quien no habla con propiedad por miedo a que le llamen pedante. ¡Es una locura! Hablar y escribir bien es un acto de valentía enorme. Creo que el lenguaje es nuestra responsabilidad. Si escribo un correo electrónico tengo la obligación de cuidar del inmenso patrimonio que es la lengua española.
— ¿ Y nuestros políticos? ¿Utilizan debidamente este patrimonio tan rico que es nuestro lenguaje?
Para nada. Los políticos hablan de la peor manera posible. Con simpleza y poca claridad, sin mencionar que todos tienden a embrollar su discurso para que no quede muy claro de qué están hablando en cada momento.
— En su opinión, ¿cuál es la palabra más bonita y la más fea del diccionario?
La palabra más bonita es vagido, que hace referencia al llanto del recién nacido. La más fea la tengo clarísima: clinero, persona que vende pañuelos de papel por la calle. Tanto la palabra como su significado son horrorosos y, además, nadie la utiliza.
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