Rivero Taravillo: «La vida se obstina en encerrarnos en su camisa de fuerza»
El poeta y traductor publica «Lo que importa», un libro que escarba en los veriecuetos del alma
Antonio Rivero Taravillo es uno de los grandes poetas y traductores españoles (del inglés y del gaélico al castellano), un apasionando de la verde Erin y en «Lo que importa» (Ed. Renacimiento. Colección La Calle del Aire). traza un mapa con el que es más fácil adentrarse en los misterios del recuerdo, en los vericuetos escondidos del alma.
-Ésta sí que es buena, estamos como estamos, y su libro se llama «Lo que importa». ¿Pero es que a usted hay cosas que le importan, tantas, incluso, que le dan para un libro de poesía de 120 páginas, que no es ninguna broma?
-Contagiado de la poesía (que siempre es abierta y dice más de lo que declara), el título se refiere a lo sustantivo, sí, pero no como sinónimo de lo grandilocuente sino aquello hallado muchas veces en las pequeñas cosas, en objetos inanimados como unas cerezas, una mecedora, un calentador. También retoma una cita de Gabriel Ferrater. Traducida del catalán, diría: «Hay otra cosa, que no sé cómo decirla, y es la que importa». Me interesa mucho eso que nos elude y que sabemos que es lo que cuenta de verdad, lo que importa. El poeta quizá sea quien va a la caza de algo que siempre se le escapa, pero precisamente por eso quien recorre más camino.
-Encima, creo que ya está con otro libro. ¿No se cansa?
-Después de este libro que acaba de aparecer pero terminé en el otoño, he escrito otro también extenso. Y hay otros ya terminados que espero vean la luz el año próximo y el siguiente. Suelo decir que la poesía es el más involuntario de los géneros: los poemas no se redactan, se escriben al dictado de un mudo que toma las riendas cuando quiere, de modo que cuando surge una idea, o un conjunto de ideas (una racha) lo que hay que hacer es agradecer el don y poner oídos, destreza adivinatoria y manos a la obra.
-¿Como suponemos el valor al soldado, debemos suponer que la poesía es una de esas cosas que le importan?
-Creo que, junto a las personas a las que quiero, lo que más. Porque no es una cosa meramente artística o literaria; siendo eso, es además una forma de percepción que se confunde indisolublemente con la vida propia.
-Y yo que le tenía por un fiero existencialista, en la versión sártricapesada, no a la manera camusianarebelde...
-Me da pie para decir que detesto a Sartre y todo lo que significa. Prefiero, claro está, a Camus. La poesía es una de las formas de la rebeldía.
-¿Ya puestos, se imagina a Cioran escribiendo poesía...?
-Bueno, en los aforismos y sologismos hay mucho de poesía. Ni siquiera la poesía lírica (hay otros tipos además de ella) se queda en lo sentimental o lo que podríamos llamar blandengue. La buena poesía lírica afina la inteligencia y es un arte verbal que extrae buena parte de su material de las paradojas y contradicciones, de mirar desde otro ángulo la realidad y ver el mundo como un tejido de analogías. Esto lo puede compartir con la filosofía y, desde luego, lo comparte con el pensamiento.
-Habría conseguido más adeptos al suicidio que los que habría conseguido con sus obras. Murió mayor, pero al leerlo dan ganas de dejar el gas abierto.
-¿Se suicidó Cioran? No puede ser, si está muy vivo. En cualquier caso, sí que escribió mucho sobre esa, digamos, salida de emergencias. En el gremio de los poetas ha habido muchos suicidas, sin ir más lejos el Ferrater del que tomé la referida cita. El otro día descubría a uno de verdad: el nicaragüense Francisco Ruiz Udiel. Toni Montesinos acaba de publicar una Antología poética del suicidio (siglo XX) en el que da voz a unos heterónimos que murieron por propia mano. Y fíjese que el más grande poeta metafísico inglés, John Donne, escribió Biathanatos, un tratado sobre el suicidio avant la lettre, pues aún no se había acuñado esta palabra. Por otra parte, ¿quién no ha pensado alguna vez en el suicidio? Sin puestas en escena aparatosas, sin elevar la voz: simplemente cesar.
-No peque de falsa modestia. Usted es uno de los mejores traductores españoles de inglés. ¿Traducir a tipos como Keats y Yeats, entre otros, le ha valido en el desarrollo de su obra poética?
-En España tenemos muy buenos traductores poetas. Sin falsa modestia, y concediendo el comparativo o superlativo que usted emplea a los resultados, no a quien los firma, soy autor seguramente de algunas de las mejores traducciones de poesía en lengua inglesa al español. A veces he cometido yerros, como todos, pero los logros creo que están ahí. ¿Que si me ha servido? Una barbaridad. Esa esgrima me ha entrenado y me ha dado fuerza, precisión y agilidad. Ha sido un excelente entrenamiento. y además me ha permitido conocer en profundidad una tradición poética de primer orden. Cuando escribía la biografía de Cernuda pude comprobar al detalle cómo esa tradición anglosajona, de la que él también tradujo algo, le afectó a él mismo.
-También traduce la lengua de las hadas, el gaélico, y sabe más de Irlanda que John Ford. No me importaría echarme al coleto unos tragos de agua de los dioses con usted, Maureen O'Hara y John Wayne. Pero no puedo beber, soy diabético. ¿Con qué brindamos, entonces, con zarzaparrilla o con zumo de tréboles de cuatro hojas?
-Con zarzaparrilla sin duda, que tiene un regusto a viejo western. El zumo ese que usted dice me suena a una degeneración hollywoodiense (no hecha por los caballeros de antaño sino por los niñatos de hoy, que lo que aprecian es otro verde, el del dólar). No me gusta nada la comercialización creciente y hortera de una festividad como la de san Patricio, aunque solo sea por la cantidad ingente de camisetas y gorros espantosos de regalo que me he traído a casa esa noche un año tras otro tras la celebración. Sí, aprendí de forma autodidacta y he traducido algunos libros: por ejemplo la única novela en ese idioma de Flann O’Brien o la también única colección de cuentos en lengua irlandesa de Liam O’Flaherty, que era por cierto pariente lejano de Ford (ambos tenían familia en las islas Aran). Ah, y una antología de poemas medievales irlandeses de la que estoy muy orgulloso y cuya labor ahora me parece más épica incluso que algunas de las epopeyas de las que entresaqué estrofas y tiradas de versos.
-¿La cultura gaélica, las leyendas celtas han influido tanto como debieran en la cultura occidental?
-Nada influye lo que debe, sino lo que puede. Y el mundo gaélico ha podido no poco, desde los siglos en los que en los monasterios irlandeses se preservó parte del saber grecolatino. La primera adaptación de la Odisea a cualquier lengua vernácula fue al irlandés medio. No es de extrañar que ocho o nueve siglos después Joyce retomara el asunto en Ulises. Por cierto, que el Bloomsday, o día en que se celebra la acción de la novela, es el próximo martes 16 de junio. Y, justamente hoy sábado, se cumplen los 150 años del nacimiento de Yeats, quien usó motivos de la Ilíada cuando habló de que no habría una segunda Troya para que su amada Maud Gonne le prendiera fuego. Verdadera o apócrifa, la literatura gaélica ha inspirado como es lógico a escritores de Irlanda (una superpotencia literaria) pero también a otros de fuera de ella, como cuando MacPherson se sacó del magín (siempre que empleo esta palabra me acuerdo cariñosamente de Cunqueiro, otro alucinado por al más allá céltico) los poemas ossiánicos, que influyeron en –otro que eligió el suicidio– el joven Werther, cuya fiebre se extendió por toda Europa. Aquí en España lo ossiánico arraigó en el abate Marchena o en Pondal. Y el imaginario céltico fue determinante en la poesía final de ese poeta formidable, Cirlot, enamorado de una doncella de ficción, Bronwyn (bien es verdad que el nombre de esta es britónico o galés, no gaélico).
-Acabemos con Irlanda, aunque podríamos estar con la verde Erin varias jornadas y varias botellas. En una película musical irlandesa preciosa, The Commitments, uno de los personajes le dice a otro: “Los personajes somos los negros de Europa”. Tranquilos, la frase se refiere a la pasión de la gente de Galway y aledaños por el ritmo y la música. ¿Cantar es vivir? ¿O es resucitar? ¿O ambas cosas?
-Los personajes irlandeses, supongo. Volví a pasar por Galway hace unos meses y sí, disfruté una vez más de la música en directo, lo mismo que hace unos días en Londres de la gaita irlandesa de Michael McGoldrick al atacar Cal en un concierto de Mark Knopfler. Lamento no haber aprendido a tocar el arpa o la gaita. Y no tener buena voz ni buen oído activo, encauzado a cantar o componer; quizá por esto último haya especializado el oído de forma pasiva (aunque hace falta una gran voluntad para perseverar en un género tan poco comercial) en el disfrute de una música como la irlandesa, y en parte también la escocesa, tan rica y que abarca todo el espectro que va de la melancolía al éxtasis danzarín. El año pasado organicé en Sevilla el primer festival de música irlandesa que se celebraba allí y además de músicos locales traje un cantante de Galway, una bailarina de Dublín, un acordeonista de Clare y una violinista de Donegal. En Irlanda, además, la música ha estado siempre muy ligada a la poesía. En el funeral de Seamus Heaney, pronto hará dos años, Liam O’Flynn interpretó algunos bellísimos aires lentos con la gaita.
-Aquel dolor de la infancia no ha pasado.
-Yo fui un niño triste y mentiroso. Hoy, adulto melancólico y poeta. Ambas cosas son respectivamente la evolución natural de aquello, pues el mentiroso crea a su modo. Mi madre murió cuando yo tenía once años. Quizá todo este recorrer caminos solitarios haya sido una escapada de aquel mazazo.
-¿Y pasado el tiempo, usted ha aprendido a vertebrarlo en sus poemas sin que se le parta el alma?
-La poesía cauteriza. Y lo que importa en ella no es el sentimiento, sino su transformación.
-Me he muerto de pena leyendo su poema del columpio.
-Con ese poema cierro el volumen. Es una especie de metamorfosis doble: del niño que yo fui en el hombre que soy; de este ser de hoy en aquel niño que fue. Hombre y ser; quizá mejor decir sed y hambre insaciables.
-¿La desolación en la vida moderna es comprar un suéter con la talla pequeña, como usted escribe?
-Hay muchos motivos de desolación, y la vida se obstina en encerrarnos en su camisa de fuerza. A lo mejor la poesía no es querer romperla, sino ver la forma, no me pregunte cómo, de dejarla, escurrida como por magia al resbalar palabra abajo, como un trapo caído a nuestros pies.
COLUMPIO
SUBE
y
baja.
Cuando ese gafotas desciende,
yo asciendo;
y él se hunde
cuando remonto:
lo veo sumirse allí
con vista cansada,
y al elevarse
no reconocer sus ojeras.
En el columpio
de mi niñez
jugamos.
En el de la suya,
este intruso que hace
que en el parque infantil se haga de noche.
Con los pies en el suelo,
él es mis alas;
cada vez más arriba,
soy sus raíces.
La gravedad y su ley.
La ley de la grave edad.
Hay un momento en que están
a la misma altura nuestros ojos.
Es este.
Corro con pantalones cortos a casa.
Él arranca el coche, y se marcha
por calles que han cambiado de sentido
en un segundo,
en estos años.
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