En la muerte de santiago castelo

Poeta de los labios en el corazón

Santiago Castelo deja una obra poética de corte clásico, con sones de Cuba, aires mediterráneos y la raíz indeleble de su tierra extremeña

Poeta de los labios en el corazón josé ramón ladra

Manuel de la fuente / J. G. Calero / MADRID

En días tristes como hoy quedan entre los dedos enredadas algunas palabras del poeta, palabras de la plenitud compartida en tantos años en ABC. Castelo fue, ante todo, íntimamente, poeta. Alguien dispuesto a indagar en los días y los sentimientos desde una pulsión jamás abandonada, que resume bien la alegría y la hondura de este corazón, hoy detenido. Cantaba al amor, sobre todas las cosas: «Quiero dejarte así, desnudamente,/ con sol en cada poro enrubiecido,/ quiero que siga el mar ahondando el nido/ que en la arena tu cuerpo abre caliente.// Quiero el suave sudor que da tu frente/ frente al mar tan amargo y verdecido;/ quiero decirte, amor, que estoy dormido/ junto a tu desnudez, calladamente...// Y el mar cantando lo que fue y no pudo/ ser. Y ese beso sobre tantos besos/ y esa caricia que, furtiva, apuro.// Quiero morirme así, todo desnudo,/ todo lleno de luz hasta los huesos,/ contigo al lado, desmayado y puro».

Desde las islas volaron sus palabras y también desde las dehesas de la infancia; desde la Cuba de su corazón y también la Mallorca literaria; y desde Extremadura y su cielo, a los que cantó sin pausa, en cada paso, con una voz de corte clásico, con el oído sublime en una decena de libros en los que puso lo mejor de sí mismo. Amor y dolor secretos, que Santiago Castelo compartía.

Hay poetas inmensos, gigantescos, enormes, pero que permanecen agazapados. Santiago Castelo, una institución en ABC, el periodista de raza que nos enseñaba a respirar a todos los alevines de este oficio urgente cuando llegábamos a la Redacción de ABC, siempre te llegaba al corazón. Su poesía chispea de alegría sureña, tan connatural a su ser afable y voz tonante; pero en ocasiones, muchas veces, permanece marcada por el inexorable paso del tiempo y de los duelos a los que la vida nos somete. Sus versos entonces eran la herida pura y el hondo consuelo, a la vez, marca sobre la piel de dolores propios y extraños.

Le escribió al amor y al cariño, a los paisajes de su tierra extremeña, a sus amigos, a su querida Cuba (de cuya Academia era miembro), al recuerdo de otros escritores, a las ausencias (inmarcesible el dolor que rezuma «La hermana muerta», dedicado a su hermana Lola, tras su fallecimiento), a la vida misma que, al fin y a la postre ha de ser santo y seña de cualquier poeta.

Fue su obra, por citar a Aleixandre, una historia del corazón, de un corazón que sabía cantar, recogida en al menos una veintena de libros, entre los que no se pueden olvidar «Tierra en la carne» (Madrid, Oriens, 1976), «Memorial de ausencias» (Salamanca, Colección Álamo, 1979. Este libro fue premio Fastenrath de la Real Academia Española), «Monólogo de Lisboa» (Barcelona, Ediciones Rondas, 1980), «La sierra desvelada» (Colección Arbolé, 1982), «Cruz de Guía» (Madrid, Ediciones Alpe, 1984), «Cuaderno del Verano» (Badajoz, Colección Alcazaba, 1985), «Como disponga el olvido» (Madrid, Adonais, 1986), «Siurell» (Mallorca, Consell Insular, 1988), «Al aire de su vuelo» (Junta de Castilla y León, 1993), «Habaneras» (1997), «Hojas cubanas» (Academia Cubana de la Lengua, 1998), «Cuerpo cierto» (Editorial Regional de Extremadura, 2001), «La huella del aire» (completa antología de su obra, Edit. Reg. de Extremadura, 2004), «Quilombo» (Point de lunettes, 2008)) «La hermana muerta» (Ed. Vitruvio, 2011) y «Esta luz sin contorno» (Luna de poniente, 2013).

Poeta de los labios en el corazón

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