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Famosos con libro: mucha paja y poco trigo

Pocos personajes populares de la TV se resisten a publicar. Pero, ¿es rentable este fenómeno? ¿Venden tanto como dicen? ¿Qué piensan autores y editores?

Famosos con libro: mucha paja y poco trigo abc

Juan Gómez-Jurado

Si ha caminado usted alguna vez por una Feria del Libro, habrá escuchado el sonido. Hay que prestar atención para distinguirlo, entre el griterío y las peticiones de fotos, pero está ahí, sordo, inconfundible. Es el rechinar de dientes del escritor «de verdad» al que le ha tocado firmar junto a un famoso con libro. Dura unas dos horas, el tiempo en el que el famoso agota la pila de sus libros y la batería de los móviles de las asistentes, selfie tras selfie hasta la indigestión final de su compañero de caseta, que llora por dentro intentando componer una sonrisa, mientras se apoya en sus ejemplares, intactos, ignotos.

«Si tienes la mala suerte de que te caiga uno de estos advenedizos al lado, ya puedes dar la mañana de firmas por acabada. La cola de fans chillonas impide que se te vea y los que te vean preferirán no acercarse. Solo hay algo a lo que el lector de verdad le tiene más tirria que a un famoso con libro , y es a los compradores de ese libro, que no son lectores de verdad», apunta un conocido autor español, habitual en la lista de los más vendidos.

En el anonimato

Este periodista llama a varios autores y editores y les comenta el propósito del reportaje. Pocos quieren dar su nombre, y los que lo hacen ponen inmediatamente el insincero filtro de las relaciones públicas. Pero la verdad está en las conversaciones que los curtidos escritores de raza tienen en la parte de atrás de las casetas de las ferias, en las cervezas que se toman tras las presentaciones o en los mensajes directos de Facebook y Twitter. Hay miradas envidiosas, en una miríada de tonos de verde, y comentarios ácidos y punzantes, chorreantes de veneno. ¿Quiénes son estos tipos? ¿Qué se han creído? ¿Qué méritos tienen?

La gota que colma el vaso

La reciente publicación del libro «de» Olvido Hormigos, cuyo mayor logro fue enseñar las bufas en el WhatsApp primero y en la portada de «Interviú» después, es para muchos la gota que ha colmado el vaso. Siendo evidente tras escuchar treinta segundos en televisión a la interfecta, que apenas tiene nivel para conjugar un verbo irregular, el único motivo de alegría por la publicación de esa obra es que habrá sacado del paro a algún joven periodista durante un par de meses . Lo mismo puede decirse de atentados como las biografías de El Cordobés, Vicky Martín Berrocal, David Bisbal, Carmen Bazán, o la madre de todos los insultos a los escritores de verdad: «Ambiciones y reflexiones», la biografía de Belén Esteban.

La primera verdad que pocos en el negocio reconocen es que, a pesar de todo, los famosos no hacen tanta caja. El 90% de sus ventas se producen en los eventos a los que ellos acuden. «Belén Esteban igual te firma un libro que una sartén, que también firma sartenes en los hipermercados», afirma una editora del más alto nivel. «No dejan de ser selfies a 20 euros y con un 4% de IVA».

Esta visibilidad les hace parecer mucho más vendedores a ojos del gran público y enviando una imagen equivocada. Autores como Lorenzo Silva, Almudena Grandes o Arturo Pérez-Reverte, venden cifras de diez a veinte veces superior a la media de los libros de los famosos, que en raras ocasiones cruzan la barrera de los diez mil ejemplares, con el Nielsen en la mano. Y, sin embargo, la percepción es la contraria.

Hay también autocrítica en el sector: «A veces los editores nos volvemos locos y creemos que la audiencia del famoso se equiparará a las ventas del libro, pero o hay un libro de verdad detrás o eso no se sostiene», apunta Ángeles Aguilera, de Planeta. Aguilera fue la editora que contrató «La vida iba en serio», la primera novela de Jorge Javier Vázquez, que contradice la tesis de que estas publicaciones sirven mejor como tope de puerta, pues es una obra bien armada, y su autor, pese al daño a la inteligencia que hace cada día presentando «Sálvame», es una persona culta y filólogo, nada menos. «Jorge Javier hizo lo que quiso, convirtiendo su vida en narración. La segunda parte, “Último verano de juventud”, que publicamos en septiembre, ha tardado tres años en hacerla».

La pregunta que más duele a los editores consultados es si estos libros son realmente necesarios. De puertas para adentro no se atreven a usar la manida excusa de «así acercamos gente a los libros», que no se creen ni ellos. «Cuando abordamos un libro de famoso en un comité de edición, lo único que miramos es si las cifras cuadran. Se le pone un número y se calcula si compensa imprimirlo. ¿Viviría el mundo editorial sin estos libros? Seguramente sí, pues salvo raras excepciones no son importantes a nivel facturación», apunta otro editor. Le pregunto si entonces los publican por vaguería o falta de imaginación del editor, y guarda un educado y elocuente silencio.

Terrenos pantanosos

El terreno se vuelve pantanoso cuando el firmante es una cara conocida del mundo de la televisión, pero con méritos. Mónica Carrillo, Christian Gálvez, Mario Vaquerizo, Sandra Barneda. Gente con estudios y preparación, que escribe una obra lo mejor que ha podido y que se cabrea cuando se le llama advenedizo o intruso. A Vaquerizo dicen sus editores que no hay que tocarle ni una coma, Mónica Carrillo ha contado una buena historia y Gálvez se molesta especialmente cuando otros consideran que se ha apuntado a la moda de escribir: «Pasé cinco años documentando “Matar a Leonardo Da Vinci”, y la publiqué porque soy un apasionado de la persona por encima del genio. El tiempo empleado no hubiera merecido la pena si no creyese en lo que estoy haciendo, y siento un gran respeto por esta profesión». La tesis de Gálvez se refuerza cuando vemos que su novela se ha publicado en Argentina, Chile, México, Serbia, Alemania e Italia, donde nadie sabe que es presentador de televisión.

«Las generalizaciones son injustas», reconoce otra editora, «y algunos no deberían caer en el saco de los que solo ponen la cara, que igual no deberían publicarse. Pero si se imprime es porque hay mercado. Nosotros no lo dirigimos, el mercado decide». Al final queda en manos del lector discriminar el buen trigo literario de la paja editorial, así que culmino el reportaje paseando por una librería del centro de Madrid y preguntando a los lectores por su opinión. No encuentro ni una sola crítica favorable. El broche de oro lo pone una lectora que se dirige hacia la caja con un par de novelas bajo el brazo. Cuando le muestro el de la Hormigos, me dice: «Eso no es un libro, es mierda en tapa dura». Amén.

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