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Nuria Barrios: «La literatura siempre suscita preguntas, pero no da respuestas»
Desasosiego, tristeza y ríos de dolor, pero también esperanza en los «Ocho centímetros» de la escritora madrileña
![Nuria Barrios: «La literatura siempre suscita preguntas, pero no da respuestas»](https://s2.abcstatics.com/Media/201505/04/barrios--644x362.jpg)
En tan sólo «Ocho centímetros» (Ed. Páginas de Espuma), Nuria Barrios nos mete a los lectores el miedo en el cuerpo. El miedo a la muerte, a la soledad, al desamparo. A cruzar esas fronteras que nos llevan a ese lugar en el que, en el mejor de los casos, sólo vemos la temida (¿o finalmente deseada?) luz blanca del final. Desasosiego, tristeza infinita, angustia, ríos y ríos de dolor, pero también reconfortantes tazas de esperanza abundan en estas páginas del que es uno de los grandes títulos de la temporada.
Estos «Ocho centímetros» son, para Nuria Barrios, «un símbolo de cómo, a veces, la distancia que separa una situación dolorosa de la felicidad parece muy corta y, sin embargo, es preciso un milagro para salvar esa mínima distancia». Estamos ante un libro maravilloso, aunque duela y duela y ponga las entrañas del lector en estado crítico. ¿De eso se trata?, preguntamos. «La literatura es perturbadora –cuenta la escritora–, nos abre los ojos a lo que no queremos ver, suscita preguntas y no da respuestas, subraya nuestra vulnerabilidad. Pero hay un componente de juego en la ficción que hace que ese dolor, como dicen en Colombia, sea un dolor bien rico».
Hablemos de ese dolor tan rico en primera persona con Nuria Barrios, si su sufrimiento ha ido parejo al de los lectores . «Escribir tiene sus propios sufrimientos: encontrar el tono, mantener la tensión, combinar el humor con la dureza, lograr la intensidad deseada, no sucumbir a las inseguridades personales… También tiene sus recompensas». Se puede ir aún más lejos en este sentido y apuntar que tal vez haya algo de autobiográfico en este libro, además, evidentemente, de una exhaustiva labor de documentación. «Todos mis libros –explica Barrios– son, digamos, de autoficción: construyo la ficción a partir de lo que vivo, de lo que veo, de lo que me cuentan, de lo que intuyo, de lo que me intriga, de lo que me obsesiona. También me documento: para “Ocho centímetros” he leído mucho sobre el dolor , tanto ensayos como novelas».
Los personajes de «Ocho centímetros» viven al límite , en un territorio hostil donde nada es lo que era, en el tercer grado de la vida, y su creadora cuenta que «siento mucha empatía por mis personajes. No todos me caen bien, pero a todos los comprendo. Me resulta fácil imaginar cómo una persona con una vida estable puede verse, de un momento a otro, en una situación donde todas sus seguridades han saltado por los aires. Y sí, es cierto, que en el límite del sufrimiento, nos mostramos como somos: seres muy desvalidos, igual que víctimas propiciatorias». No obstante, se aferran a la vida, como poseídos por un afán de supervivencia casi bíblico: «Spinoza hablaba del esfuerzo de las cosas por perseverar en su ser. Nos aterra la muerte, pero además la vida posee algo adictivo que nos hace desearla, aun en las peores circunstancias».
Veneno, taza a taza
Ante un libro de relatos siempre cabe preguntarle al autor por qué no dieron lugar a una novela. ¿Tal vez porque quizá este ambiente tan sobrecogedor le habría matado a usted y a los lectores? Es veneno servido taza a taza. «Los relatos y las novelas juegan en ligas distintas. Las novelas que son relatos extendidos resultan, al mismo tiempo, novelas fallidas y relatos fallidos. El relato es un artefacto de alta precisión y lo único que se me pasaba por la cabeza cuando escribía “Ocho centímetros” era conseguir que mis relatos funcionaran. El veneno que contienen no es peligroso, no hay más que ver que usted sigue vivito y coleando».
Hay que esperar que, impreso el libro y puesto a la venta en las librerías, estos personajes ya se hayan esfumado de la vida de la autora para su bien y el de su salud. «Las historias que cuento me persiguieron mientras las escribía, hasta que conseguí darles forma como deseaba. Ahora tienen vida propia, ya no me necesitan». ¿Le sucederá lo mismo al lector? El cronista tiene sus dudas. Y son más que razonables.