Sergi Doria: «La amnesia de la Guerra Civil arrasó con personajes como Antonio Llucià»
El periodista y colaborador de ABC rescata en «No digas que me conoces» al «rey de los falsificadores» y retrata la Barcelona convulsa del pistolerismo
Antonio Llucià hablaba con fluidez cinco idiomas, estuvo casado hasta en siete ocasiones y cambiada de identidad según lo requería la ocasión. Cualidades indispensables si lo que uno quiere es recorrer el mundo desplumando bancos, aparecer en «The New York Times» como «el maestro de los falsificadores» y, ahí es nada, suplantar al mismísimo Alfonso XIII y dejar un rosario de deudas a nombre del monarca.
Sólo por eso, este plusmarquista de la estafa que paseó por la Barcelona de principios del siglo XX ya merecería una novela, pero el periodista y colaborador de ABC Sergi Doria ha ido un poco más allá y no sólo recupera la figura de Llucià en su primera novela, «No digas que me conoces» (Plaza &Janés), sino que aprovecha para retratar con gran precisión la Barcelona convulsa del pistolerismo, la lucha anarcosindicalista y el golpe de Estado de Primo de Rivera de 1923. Un turbio decorado por el que el ingenioso Llucià desfila fundiendo ficción y realidad acompañado de su biógrafo accidental, el periodista Ángel de Lajusticia.
—El propio Llucià se presenta como una novela con patas. ¿Es eso lo que le impulsó a convertirlo en personaje?
—Es un personaje tan real que parece mentira que haya existido. Desde el punto de vista psiquiátrico decían que practicaba el idiotismo moral. Sabía lenguas, llegó a estudiar un año de medicina… Hoy día sería un superdotado, solo que aplicaba estas habilidades para el camino más corto. No hay juicio moral porque este señor no vendía preferentes, ni se quedaba con el dinero de los parados andaluces… Era un gentlemen que siempre robó a los bancos. Nunca cometió un delito de sangre. Su ingenio estaba adaptado a su época.
—¿Por qué ese interés en la época de los años veinte?
—Se parece mucho a lo que hemos vivido ahora: hay una burbuja, que es la neutralidad española, y es muy fácil vender. Todas las fábricas trabajan a destajo. Cuando se acaba la guerra, muchos de los que habían prosperado se hunden, y arrastran a sus trabajadores. Me parece una situación muy parecida, sólo que en aquel momento la gente se acogió al revólver y empezó la guerra. En tres años hubo prácticamente tantos muertos en Barcelona como gente ha matado ETA en cincuenta años. Y las andanzas barcelonesas de Llucià coinciden con la época más violenta del pistolerismo. Ahí es donde entra la figura del periodista, ya que el estafador quiere que alguien cuente su historia. Hay que recordar que la Guerra Civil fue como un tsunami que arrasó todo lo que había habido antes. La amnesia, que no fue solo política, arrasó infinidad de personajes y situaciones. Personajes que, como Llucià, van saliendo a flote.
—De la relación entre Llucià y Ángel de Lajusticia, el reportero de «Tierra y libertad», se desprende que esto es, sobre todo, una novela sobre la identidad.
—Sobre la identidad y la relatividad de lo moral. Las personas que hablan en términos de blanco y negro me provocan cierto repelús. Siempre hay una gama de matices que pone en cuestión este maniqueísmo. El periodista, en este sentido, es el virtuoso que se tiene que acomodar a la circunstancia. Porque todo es relativo, incluso la virtud.
—Ahí está, por ejemplo, el golpe de Estado de Primo de Rivera alentado por la burguesía catalana.
—Esa visión virtuosa del catalanismo de la Lliga queda desmentida cuando la burguesía contrata a pistoleros para que no les maten a ellos y ve en Miguel Primo de Rivera, con su programa regeneracionista y su mano dura con la CNT, una salida. Se produce esa especie de confraternización entre el militar y la burguesía que, al final, con el consenso del Rey, promueve un golpe se hace en Barcelona y después se dice en Madrid.
—¿Es inevitable escribir sobre esta época sin que acabe apareciendo Antoni Gaudí?
—Gaudí aparece porque hay un pequeño descubrimiento, que es la buena relación que mantenía con el manicomio de San Boi, donde construyó un horno para cocer ladrillos. Los pacientes trabajaban y colaboraba en una obra importante. Además, en el jardín del manicomio hizo Gaudí las primeras maquetas de los bancos del Parque Güell. Y como Llucià pasó dos veces por el manicomio, planteo la posibilidad de que hubiese podido saludar a Gaudí.