Raquel de Marichalar: «En el mundo de los sentimientos, cada cual tiene su patria»
La poeta debuta con un libro subyugante, «Luces de invierno»
«Luces de invierno» (Ed. Vitruvio) es el debut como poeta (en papel impreso, en su vida diaria ya lo es hace tiempo) de Raquel de Marichalar. Una voz que a partir de ahora habrá que tener muy en cuenta. Su pasión por Miguel Hernández, Neruda, Aleixandre... es una de las credenciales de una voz capaz de convocar una asamblea de imágenes sobrecogedoras y subyugantes en sus versos.
-Del título de su libro se antoja que la vida es un largo camino con «Luces de invierno», ¿la poesía es la mejor candela para iluminarnos en ella, en la vida?
-La poesía puede sustraernos del mundanal ruido, es sentir calor en el alma y esto en el invierno es cuando más se agradece.
-¿Qué candiles han calentado su vida poética?: unos nombres que admire para ir entrando en calor.
-Profeso desde hace años una especial admiración por la obra de Miguel Hernández, no obstante Neruda, Salinas o Aleixandre son también imprescindibles en mi biblioteca.
-Este es su primer libro. ¿Mucho vértigo hasta el momento?
-No tenía ninguna expectativa respecto a todo lo que estoy viviendo, así que más que vértigo experimento sorpresa y gratitud.
-¿Se puede ser poeta sin publicar?
-Por supuesto, de hecho la poesía es un arte tan íntimo que es más fácil guardarlo en un cajón que publicarlo.
-¿Y sin ganar premios? ¿O eso es una historia que conviene no menealla? Lo digo porque se cuenta que están casi todos amañados.
-No estoy muy versada en esos lares. Espero que realmente no sea así, teniendo en cuenta la ilusión que seguro depositan los escritores que se presentan a la obtención de un galardón.
-Ya sé que la poesía tiene algo de mágico, pero la suya se atreve a meterse en los berenjenales de lo que usted llama «el caos perdido».
-Me refiero a la fascinación por lo impredecible, todo lo desconocido que desordenadamente espera llegar, aunque a veces en el trasiego del día a día se nos nublen los sueños.
-Hay varias palabras que se repiten en sus versos. Una es linde. ¿Cruza usted muchas fronteras cuando escribe?
-Muchas, sobre todo en la memoria que vaga de un territorio a otro sin detenerse.
-«Este fular de angustia», escribe. ¿Quiero ahogarnos a sus amables lectores? ¿O es usted la que escribe para desahogarse?
-Cuando escribo, jamás pienso en lo que puede experimentar el lector, sería tal el estupor que no me permitiría ni sentarme a la mesa.
-También asegura que está cansada de la especie. Vaya optimismo.
-La frenética vida de la ciudad hace que en mi tiempo libre aprecie más el andar solitario, aunque confieso que soy muy sociable.
-«Arpegios que son asfalto», «mejillas que son veredas», «el viento que aúlla», «sienes poderosas»… ¿La poesía debe reinventar el lenguaje, eso que los cursis llaman «patria común»?
-No lo creo. Se trata de encauzar la palabra adecuada para transmitir una emoción, y en este mundo de los sentimientos cada cual tiene su patria.
-«Del concierto carmesí de los arándanos…». Yo creí que arándanos sólo había en las películas americanas y en las novelas de Los Cinco, de Enyd Blyton.
-En mis poemas hallará islas, cometas y mástiles también. La poesía puede generar imágenes aún más bellas que las que se muestran en la gran pantalla .
-«Cuando se es libre de la ardida tradición de amar». Parece que para usted la poesía consigue fenómenos casi paranormales, como que el amor se convierta en una tradición.
-Soy bastante escéptica respeto a los fenómenos paranormales, la poesía se rinde a la vida misma. Como el amor que en su propia tradición acude a escudriñar a casi todos los mortales.
-Hasta leerla a usted nunca había pensado que el pensamiento puede «borbotear».
-Y crepitar, encresparse o bullir de manera incesante, hasta agotar pero hay que acatarlo.
-Éste era su gran debut como entrevistada. ¿Ha sido para tanto, es verdad que los periodistas somos tan malos?
-Estudié periodismo y amo la profesión. Los periodistas no son malos, lo que sucede es que exponerse a la interrogación no es fácil.
De «Luces de invierno»
El caos perdido
La mañana arribó a nuestra tierra.
Era la luna una clavija pálida del reloj infinito.
Los númenes auguraban nuevas horas
Del reloj infinito
Moviendo las sábanas tendidas
Con ósculos violentos.
En la ciudad espera el dónde,
El cuándo, el norte, el ahora descosido.
Los caminantes lentos que buscan
Una dirección, pero aquí ya no hay ríos.
Acaso una linde de silencio
En el caos aleante
De los sueños que no se han revestido
De salitre, de una floración continua
De alegría.
El tren y su orquestal esencia
Brama y desaparece.
Los viejos andenes parecen querer llevarnos
A una aciaga noche de hendiduras.
Una noche plena de volutas del tiempo extinto.
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