La pequeña comunista que enamoró a Occidente
La escritora francesa Lola Lafon sigue los pasos de Nadia Comaneci para interrogarse sobre la libertad femenina y la cosificación de la mujer
En el mismo momento en que despidió los Juegos Olímpicos de Montreal de 1976 con cinco medallas colgando del cuello,Nadia Comaneci,la menuda gimnasta que arrancó por primera vez un diez a los ceñudos jueces y enloqueció los marcadores, ya se había convertido en un icono global capaz de trascender los límites del deporte y la competición.
Ahora, casi cuatro décadas de aquella gesta, la atleta rumana se convierte en personaje literario para guiar los pasos de la escritora francesa Lola Lafon (1972) a través de «La pequeña comunista que no sonreía nunca» (Anagrama). Una novela que su autora defiende como pura ficción pero que aprovecha las piruetas de la gimnasta y su condición de «héroe de trabajo socialista», tal y como la bautizó Ceaucescu , para interrogarse sobre las libertad femenina, la cosificación de la mujer y las relaciones entre comunismo y capitalismo.
«El comunismo hizo de ella una heroína y el capitalismo la redujo a un cuerpo femenino a través de millones de pósters», sostiene la autora a propósito de un libro que, asegura, huye de la biografía convencional para tratar de desentrañar qué entendemos por libertad. «Escoge no ser como las demás mujeres. No es una pobre niña: tiene la libertad de escoger una disciplina, por loca que parezca. ¿Acaso es más libre una chica occidental que se pasa ocho horas delante del Facebook?», se pregunta Lafon. La carrera de Comaneci, su férreo entrenamiento tras el telón de acero y la gran paradoja final -«Occidente se había enamorado de Nadia, que era un producto del comunismo», apunta- le sirve para buscar respuestas o, como mínimo, seguir formulando preguntas.
Así, mientras inventa diálogos con esta figura estelar que «en Rumanía era solo una atleta, ya que la única estrella era Ceaucescu», se interroga sobre la mercantilización del cuerpo femenino y el sorprendente impacto de Comaneci en las niñas de su época. «Había algo subversivo en el hecho de que se quedasen fascinadas por alguien que corría a 46 kilómetros por hora. No hablamos de niñas fascinadas por Britney Spears o por un maniquí: estaban fascinadas por un cuerpo femenino potente», apunta Lafon, para quien el traslado de Comaneci a Estados Unidos giró definitivamente las tornas.
La atleta prodigiosa, convertida en carne de papel couché. «Se va del comunismo al capitalismo, pero sigue siendo perseguida, aunque en este caso por los paparazzi», señala. Antes de eso, sin embargo, la joven Nadia ya había conseguido, quizá sin saberlo, sacudir ligeramente los cimientos del imperio soviético. «Rumanía no podía hacer la guerra con Rusia, pero le ganó la guerra en los campeonatos de gimnasia», zanja.