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Llamazares: «Robaron la esperanza a los expulsados por los pantanos»
El escritor publica su nueva novela, «Distintas formas de mirar el agua»
A principios de los años sesenta, el escritor e ingeniero Juan Benet estaba en León, en la zona de Vegamián. Allí, se disponía a empezar el relato de «Volverás a Región», libro trascendental en su obra y en la literatura española del siglo XX. Mientras, era uno de los responsables de la construcción del Pantano del Porma (llamado hoy de Juan Benet, precisamente), una de las grandes obras del franquismo desarrollista. Y allá, en Vegamián, había nacido en 1955 Julio Llamazares, que a la postre también sería y es uno de los nombres más propios de la narrativa española de hoy. Llamazares y su familia, además de al menos un millar de vecinos, vieron cómo su patria chica era anegada para la construcción de ese pantano, y con la obra desaparecían sus recuerdos, sus cosas, su memoria, sus muertos. Vidas y vidas sepultadas en el olvido, vidas que Julio Llamazares quiere traer hasta nosotros en «Distintas formas de mirar el agua» (Ed. Alfaguara), su nueva novela, dibujada de forma coral por dieciséis personajes y otros tantos capítulos que narran justamente eso, la historia de una familia a la que el anegamiento de su tierra obliga a partir al exilio dentro de su propio país.
Es de suponer que, tan cerca de su peripecia íntima, esta novela habrá puesto a Llamazares contra las cuerdas. «Tanto como contra las cuerdas, no –explica el escritor–, pero sí en una situación de tensión emocional muy especial. No en vano, al escribirla estaba hurgando en mi propia vida que, sin tener un paralelismo exacto con las de los personajes de la novela (yo nací en Vegamián por casualidad y me fui pronto de allí), sí tiene mucho que ver en esencia. Tanto ellos, como yo, somos desterrados de Ítaca».
Cabe preguntarse si los protagonistas de su novela se dicen a sí mismos un «volveré» como el general MacArthur cuando abandonó Filipinas, acosado por los japoneses en la II Guerra Mundial. «El protagonista de mi novela –continúa el escritor– (que es el único que no habla, por cierto) también lo dijo, aunque solo a su mujer y emplazándola para que ella lo llevara al pantano cuando muriera y en forma de cenizas, lógicamente. Mientras tanto, se negó a volver siempre a su tierra para no ver el lago en el que se había convertido».
Memoria colectiva, memoria personal: ¿cuál produce más dolor?: «Depende de las memorias. A veces, duele más la colectiva que la personal, aunque sólo sea por compasión. Esa que tanto se echa de menos en muchas personas que critican, por ejemplo, que otras quieran enterrar a sus muertos como Dios manda, esto es, en un cementerio o donde ellas tengan a bien, acusándolas de revanchistas».
¿Fueron estas personas un puñado de gente exiliada y olvidada? «Los damnificados por los embalses sí. Y a un exilio definitivo, porque saben que jamás regresarían de él». ¿Y eran como inmigrantes desarraigados? «Es distinto. Los inmigrantes pueden volver a su tierra, o por lo menos vivir con esa esperanza, pero los expulsados por los pantanos no. Ellos saben que jamás podrán volver a su tierra, porque su tierra ya no existe ni existirá jamás».
Julio Llamazares empezó su carrera literaria con dos libros de poesía fantásticos, «La lentitud de los bueyes» (1979) y «Memoria de la nieve» (1982), y aunque no se ha prodigado en el género, sus obras narrativas están imbuidas del sacro espíritu de la lírica:«Yo no he dejado de hacer poesía nunca –finaliza–. ¡Si el título de esta novela, sin ir más lejos, es un endecasílabo!… Fuera de bromas, cuando digo que no he dejado de hacer poesía me refiero a que mi concepción de la literatura es poética y en cualquier género en el que escriba intentaré hacerlo poéticamente. La poesía es la magia de las palabras y ésa se puede extraer de ellas en cualquier género en el que uno escriba».